Crítica:DANZA | Joaquín Cortés

Hijo pródigo con traje nuevo

Era el regreso de Joaquín Cortés a Madrid, a España. Había que verle. Y muchos fueron anoche a Carabanchel, unos 8.000, desde una parte de la profesión curiosa y siempre desconfiada a los entregados, para quienes el de Lavapiés les parece el no va más de la modernidad. Es un hijo pródigo que vuelve a casa, pero no con raídas vestiduras, sino con un flamante traje nuevo, y francés. Era la noche del 11-M y pidió un minuto de reflexión y silencio antes de empezar al emotivo grito de "¡que el odio calle!".

El Palacio de la Plaza de Toros de Vista Alegre de Carabanchel, en su mole, es un mon...

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Era el regreso de Joaquín Cortés a Madrid, a España. Había que verle. Y muchos fueron anoche a Carabanchel, unos 8.000, desde una parte de la profesión curiosa y siempre desconfiada a los entregados, para quienes el de Lavapiés les parece el no va más de la modernidad. Es un hijo pródigo que vuelve a casa, pero no con raídas vestiduras, sino con un flamante traje nuevo, y francés. Era la noche del 11-M y pidió un minuto de reflexión y silencio antes de empezar al emotivo grito de "¡que el odio calle!".

El Palacio de la Plaza de Toros de Vista Alegre de Carabanchel, en su mole, es un monumento al feísmo difícilmente superable. A sus pesadillas de cemento con toros une su incomodidad, pero todo eso quedó reducido a lo anecdótico una vez el público, con los retrasos de rigor, estuvo acomodado en sus localidades y aquello arrancó. Fue un show en toda regla. Y uso aquí la palabra show en el sentido que lo hacen los anglosajones al hablar de una actuación de fuste, en este caso, masiva. Ya se sabe que hay una distancia entre el espectáculo de danza en estado puro (con su escala teatral natural) y la exhibición a gran formato que nos viene proponiendo Cortés desde hace años, lo que le ha traído, desde la profesión y la ortodoxia del flamenco, las más severas críticas y una ciertas condenación; pero el artista lo ha dejado claro: no le interesa el pequeño formato ni la pequeña escala y si tiene que pensar en alguien de la danza, cita cultamente a Maurice Béjart, que en sus tiempos de gloria llenaba estadios. Anoche, Joaquín llenó arena y grada en Vista Alegre, y encandiló. El triunfo, que abre las puertas a una larga gira internacional, se reparte a partes iguales con sus músicos, que constituyen una banda cohesionada, con un sonido muy elaborado, rico de timbres y referencias tanto étnicas como jazzísticas.

Sobre su baile, sin vacilar hay que decir que está en estado de gracia otra vez (sus vueltas quebradas, sus desplantes, su tacón). Se trata de una conjunción entre dotes y oficio que el gitano de origen cordobés dosifica con genio; va de lo genuino y más racial del flamenco a sofisticadas figuras que se entroncan con el baile moderno o su muy bien aprendido ballet: el resultado es el Joaquín virtuoso, ecléctico, convencido. A día de hoy, no hay purista que pueda pueda negar los valores de su "soleá" o la trepidante autenticidad de sus "alegrías", que no se parecen a las de nadie, y son a la vez las de siempre y muy modernas. Se trata de bailes donde la fuerza, la dinámica y el sentimiento de la danza se unen al estilo para hacer aflorar la parte emocional del dibujo y la respiración. Y éstas son dos de sus claves: dibujo y respiración. También está en rigor su fase hedonista, casi como un Narciso de secano que se mira a sí mismo en el suelo iluminado, y así desarrolla toda una paleta de evoluciones, soluciones escénicas individuales que se vuelven contemplaciones del artista.

La madurez

Pero Joaquín ha cambiado. Hay narcisismo, pero hay quizás más entrega. La madurez, en el escenario de danza, obliga a la generosidad: el artista ya no depende de sus facultades prodigiosas, sino del poso y de esa relación entre lo físico y el deseo del gran baile. El hijo pródigo viene de París exultante y con caireles de brillo, chorreras de adorno, alamares y botos de tafilete oro. Un primor. Una estampa, y así se paseó por el albero.

El vestuario de Jean-Paul Gaultier, presentado mundialmente en París hace unas semanas, tuvo anoche su verdadero debú popular. Es un conjunto colorista, atrevido, muy pensado y que se aviene a la nueva etapa del artista donde no falta lo zíngaro y su estilo que roza el barroco de la invención. Los 18 artistas que arropan a Cortés entre cantaores, cuerda y percusionistas forman un cuadro flamenco que en cierto sentido es "a la antigua". También eso juega en espíritu con la raíz misma de lo que ha dicho el bailarín muchas veces sobre las mezclas, los orígenes del flamenco y el destino futuro de una expresión que vive de sus cambios y de sus riesgos.

Joaquín Cortés, ayer en Vista Alegre.CLAUDIO ÁLVAREZ
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