Crítica:DANZA | Elena Córdoba

El desnudo implacable

El uso obstinado del desnudo en la estética de Elena Córdoba le había dado hasta ahora un crédito y parte de una voz bastante personal dentro de la danza contemporánea local: Silencio (una de sus últimas obras) no es fácil de olvidar y tenía una enorme fuerza visual dentro de una compleja estructura participativa.

Esta nueva pieza, densa, imposible casi para el espectador medio y bien intencionado, riza el rizo: tres mujeres se entregan a una no-danza, un no-teatro, una no-acción que llega casi a la hora y media de metraje y cuya hermeticidad como mínimo desconcierta primero y ab...

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El uso obstinado del desnudo en la estética de Elena Córdoba le había dado hasta ahora un crédito y parte de una voz bastante personal dentro de la danza contemporánea local: Silencio (una de sus últimas obras) no es fácil de olvidar y tenía una enorme fuerza visual dentro de una compleja estructura participativa.

Esta nueva pieza, densa, imposible casi para el espectador medio y bien intencionado, riza el rizo: tres mujeres se entregan a una no-danza, un no-teatro, una no-acción que llega casi a la hora y media de metraje y cuya hermeticidad como mínimo desconcierta primero y aburre inmediatamente después. Hay unas luces brutales y directas, o en ocasiones sesgadas, que pronuncian un descarnado argumento: la piel. Las tres artistas juegan a la inmovilidad, a la presencia como hecho consumado de la teatralidad y como objetivo final de la exposición. El resultado dista mucho de complementarse a sí mismo, de redondearse en un material escénico en positivo. La frialdad que desprende la escena se traduce en desgana y de nada valen los esfuerzos sutiles de las tres mujeres solas. Una de ellas se aventura en breves variaciones bailadas que saben a muchísimo, además de ser muy líricas, bien respiradas, con una esencia de buen baile pero que apenas son un oasis ilusorio dentro del desierto formal que con toda intención Córdoba quiere dibujar, pues está clarísimo que aquí no hay más cera que la que la coreógrafa deja arder. Su control sobre el trabajo no merma las individualidades, que se manifiestan lo que pueden y apenas se distinguen. El rito de la contemplación y la autocon-templación no sostiene el intento.

Compañía Elena Córdoba

Quedémonos un poco más sentados. Coreografía y dirección: Elena Córdoba; con Patricia Lamas, Montse Penela y María José Pire. Sala Cuarta Pared. Madrid, 9 de marzo.

Probablemente un largo trabajo de taller y desbroce han conducido a que Quedémonos un poco... respire lo dubitativo por encima de lo estructural, y es enormemente arriesgado castigar al espectador, vencerle en el compromiso de quedarse en una butaca mientras nadie le dice nada, con el cuerpo, con la voz, con la intención (ni siquiera la banda sonora tiene una presencia real: se aleja siempre, como un rumor o un error). Y el teatro-danza (o la danza-teatro, si se prefiere) ya jugó esa baza en los años ochenta.

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