COLUMNISTAS

Hemeroteca en mano

Si tiráramos de hemeroteca (y no sólo de la prensa escrita; también de los medios audiovisuales), con las mentiras trazadas antes, durante y todavía hoy acerca de la invasión y ocupación de Irak podría construirse un pilar que alcanzaría la Luna, y más allá. Y no me refiero sólo a la reproducción pelada del parloteo de los políticos, mentiras de ayer y de hoy y también de mañana: tanto las de Colin Powell cuando actuó ante la ONU, como las de Colin Powell en su versión de arrepentido. Me refiero a artículos de opinión, a supuestos trabajos de investigación y a filtraciones de gargantas superfi...

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Si tiráramos de hemeroteca (y no sólo de la prensa escrita; también de los medios audiovisuales), con las mentiras trazadas antes, durante y todavía hoy acerca de la invasión y ocupación de Irak podría construirse un pilar que alcanzaría la Luna, y más allá. Y no me refiero sólo a la reproducción pelada del parloteo de los políticos, mentiras de ayer y de hoy y también de mañana: tanto las de Colin Powell cuando actuó ante la ONU, como las de Colin Powell en su versión de arrepentido. Me refiero a artículos de opinión, a supuestos trabajos de investigación y a filtraciones de gargantas superficiales, así como a otros géneros que podríamos catalogar como profecías concernidas y vaticinios provechosos.

Medios de comunicación que desinformaron internacionalmente -fueron muchos: el origen, estadounidense, de prestigiosas cabeceras y agencias y emisoras de televisión; o británico, con los australianos echando una manita- porque, o bien sabían e hicieron la vista gorda, o bien ni siquiera se molestaron en investigar porque en vez de ser periodistas eran creyentes; o bien estaban más interesados que el propio emperador en que la república feneciera del todo y el imperio imperara por imperativo armamentístico; o bien recibían sobornos. En cualquier caso, más que o bien, habría que escribir o mal. Pero que, oh, muy mal. Porque no fueron únicamente medios conservadores y ultraderechistas los que apuntalaron y acumularon falsedades. También los llamados equidistantes, al hacerse eco, por ejemplo, en memorable consecución de una falsa noticia servida a domicilio, de la caída de la estatua del tirano como si el país se hubiera rendido ya, fervoroso, a los pies del invasor; y al hacerse eco-eco-eco, también, de la comparecencia del emperadorcito ataviado de jefe de centuria y proclamando el fin de la guerra, la única vez, por cierto, que pisó un portaaviones.

Sólo empezamos a ponernos las pilas cuando nos enteramos de que el pavo de Acción de Gracias era de cartón. Pero hizo falta que desapareciera la vieja Nueva Orleans bajo las aguas para que se corriera la cortina informativa que protegía a los responsables del criminal disparate de la guerra.

En realidad, no hace falta sumergirse en una hemeroteca, basta la memoria. Cualquier persona medianamente informada (pues así es como nos informamos, en el mejor de los casos: medianamente) puede acordarse de los muchos fulanos (del árabe fulan: un tal) que, en su calidad de expertos en Oriente Medio, razonaron razonablemente razonamientos tales como que con la indudable democratización de Irak que seguiría a la captura de Sadam (precedida por la comprensible, decían, destrucción), llegaría una extraordinaria y rumbosa reconstrucción (recuerden el milagro alemán), y pelillos a la mar, decían. Más de un analista vio el final de Oriente Medio como zona caliente.

Hoy, la misma gente sostiene que la ocupación de Irak (temo que prosiga cuando ustedes lean esto; aunque ignoro en qué grado) no resulta sostenible. Es más, en el propio Estados Unidos, los antiguos sostenedores sostienen que ya no hay quien lo aguante. Mira tú. Haberlo dicho antes. Antes de averiguar que no se le iba a extraer el provecho previsto. Los muy cagones abandonan sus líneas maestras, y hasta los más afectos al régimen le dan consejos al mandamás para que recupere el prestigio perdido combatiendo el sida en África y cosas por el estilo. Lo cual equivale a reconocer los errores, ya que no los crímenes. Hasta el muy honorable -éste, sí- reportero británico Robert Fisk, que era la bicha para el periodismo clásico estadounidense, ha vuelto de su último viaje por allí sorprendido de que le inviten a hablar del asunto en foros informativos a los que antes no podía acceder.

La verdad es que los interesados profetas de la democracia y la libertad de expresión tuvieron razón en algo: gracias a la invasión de Irak, hay periodistas en dicho país que cobran de un fondo de reptiles que no pertenece ya a Sadam Husein, sino que procede de Washington. Tantos sacrificios, pues, no han sido en vano.

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