Reportaje:EL AUGE DEL ISLAMISMO

La única oposición organizada

Los Hermanos Musulmanes se presentan como la alternativa frente a regímenes autoritarios

El éxito de los Hermanos Musulmanes en las legislativas de Egipto ha confirmado que los islamistas son la única fuerza de oposición organizada. Así se ha visto también en las municipales palestinas (con el triunfo de Hamás), y sería seguramente el caso si hubiera elecciones libres en Jordania o Siria. Intelectuales y políticos dentro y fuera de Oriente Próximo se hallan divididos entre quienes defienden su incorporación al sistema político para contrarrestar el extremismo islamista y quienes recuerdan que los radicales bebieron en la doctrina de ese grupo. La actitud que adopten tanto Occident...

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El éxito de los Hermanos Musulmanes en las legislativas de Egipto ha confirmado que los islamistas son la única fuerza de oposición organizada. Así se ha visto también en las municipales palestinas (con el triunfo de Hamás), y sería seguramente el caso si hubiera elecciones libres en Jordania o Siria. Intelectuales y políticos dentro y fuera de Oriente Próximo se hallan divididos entre quienes defienden su incorporación al sistema político para contrarrestar el extremismo islamista y quienes recuerdan que los radicales bebieron en la doctrina de ese grupo. La actitud que adopten tanto Occidente como el Gobierno egipcio puede convertirse en pauta.

La Gamaat al Ijuán al Muslimin, literalmente Sociedad de los Hermanos Musulmanes, fue fundada en El Cairo en 1928 por Hasan el Banna. Enseguida se convirtió en el principal grupo de oposición al imperialismo británico. Desde el principio, adoptó una concepción del islam que trata de conciliar la tradición con la modernidad; de ahí que resultara muy atractiva entre ingenieros, médicos y otros profesionales. Por otro lado, su énfasis en la justicia social, traducido en la prestación de numerosos servicios a menudo descuidados por el Estado, le granjeó un gran apoyo popular.

Los problemas socioeconómicos han llevado a los votantes hacia los integristas
El énfasis en la justicia social y la prestación de servicios les granjea un gran apoyo popular
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Para finales de los años cuarenta se estimaba que la organización, coloquialmente conocida como la Hermandad, contaba ya con medio millón de miembros. Lo que es más importante, estudiantes de otros países árabes que vivieron el surgimiento del grupo en Egipto, se llevaron con ellos la semilla. Así, en los años treinta se fundó la rama siria; en 1942, la jordana, y en 1946, la palestina. Más adelante, los profesores egipcios exiliados o enviados a las universidades de la península Arábiga extenderían las ideas islamistas en esa región.

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La revolución egipcia de 1952 iba a cambiar la situación de la Hermandad. Sus planteamientos chocaban frontalmente con las ideas nacionalistas y laicas de los oficiales que derribaron la monarquía. Dos años más tarde, Gamal Abdel Nasser ilegalizó la organización. Se iniciaba así una etapa de clandestinidad de la que nunca ha terminado de salir, pero en la que lograría establecer un cierto acomodo. El sucesor de Nasser, Anuar el Sadat, encontró útil relajar las restricciones impuestas al grupo para contrarrestar las influencias comunistas. Era la época de la guerra fría, y Estados Unidos también usaba la carta islamista en Afganistán.

Fue el inicio de una curiosa relación por la que el Gobierno toleraba a la Hermandad, y ésta se mantenía en general dentro de los límites establecidos, so riesgo de detenciones masivas. Tal arreglo, que se ha mantenido con altibajos durante la presidencia de Hosni Mubarak, hace que Nabil Abdelfatah, experto en movimientos islamistas del Centro de Estudios Estratégicos Al Ahram, hable del Gobierno y la Hermandad como dos caras de una misma moneda. "Se necesitan mutuamente para justificarse", explicó durante las recientes elecciones.

En efecto, cada vez que Mubarak ha recibido alguna sugerencia en el sentido de que debía democratizar el país, ha exhibido el peligro del ascenso islamista como razón para no apresurarse. Occidente, y muy en especial Estados Unidos, aceptaba la respuesta a la luz de la oleada de atentados que vivió Egipto en los años ochenta y primera mitad de los noventa. Tanto la Gamaa al Islamiya como Yihad Islámica, principales grupos terroristas de la época, se escindieron de los Hermanos Musulmanes.

Sin embargo, a diferencia de esos hijos pródigos, la Hermandad renunció a la violencia, y desde 1984, cuando se presentó a los comicios al amparo del Partido Wafd, mantiene un comportamiento político irreprochable. Además, con el pretexto de impedir su avance, el régimen ha fomentado el éxito de los islamistas. La Ley de Emergencia de 1981 ha impedido el desarrollo de una oposición liberal y laica, mientras que los Hermanos Musulmanes llegan semanalmente hasta los rincones más remotos del campo egipcio a través de las 100.000 mezquitas que inundan el país.

Esa falta de alternativas, unida al incremento de los problemas socioeconómicos (20% de paro, 33% de la población vive bajo la línea de pobreza y creciente brecha entre ricos y pobres), ha llevado a los votantes hacia la Hermandad. No hay que olvidar tampoco la apatía política tras medio siglo de dictaduras encadenadas: apenas un 25% de los egipcios participó en las elecciones. De ahí que los activistas pro democracia insistan en el reconocimiento de la Hermandad, que significa en definitiva la apertura del sistema político a todos. Confían en que, enfrentados a las responsabilidades de Gobierno, los islamistas se conviertan, al igual que en Indonesia o Malaisia, en una fuerza política más.

Lograrlo plantea un reto tanto para el Gobierno egipcio como para Occidente, que tendrá que reconocer a los islamistas como interlocutores, como para los propios islamistas, que se verán obligados a traducir sus eslóganes en hechos. Del resultado de la experiencia egipcia tomarán nota sin duda algunos de sus vecinos.

Mujeres egipcias portan carteles con el rostro de la única mujer incluida en las listas de los Hermanos Musulmanes.AP

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