Tribuna:

Europa busca el crecimiento perdido y un nuevo modelo social

Los países centrales del capitalismo vivieron la inmediata postguerra con el recuerdo traumático de la crisis de los años treinta y no deseaban que Europa volviera a ser escenario de un conflicto bélico. Estos países se vieron confrontados también a la existencia del llamado bloque socialista, a la influencia de los partidos comunistas y socialdemócratas, así como a la de sus respectivos sindicatos. Escenario de la reconstrucción, hubieron de compaginar el crecimiento con la atenuación de las desigualdades. Acuñaron el concepto de "economía social de mercado" y rechazaron sucumbir tanto al can...

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Los países centrales del capitalismo vivieron la inmediata postguerra con el recuerdo traumático de la crisis de los años treinta y no deseaban que Europa volviera a ser escenario de un conflicto bélico. Estos países se vieron confrontados también a la existencia del llamado bloque socialista, a la influencia de los partidos comunistas y socialdemócratas, así como a la de sus respectivos sindicatos. Escenario de la reconstrucción, hubieron de compaginar el crecimiento con la atenuación de las desigualdades. Acuñaron el concepto de "economía social de mercado" y rechazaron sucumbir tanto al canto de las sirenas del colectivismo estatalista como al fetichismo del mercado.

Este periodo de auge económico sin precedentes, cuyo dinamismo se vería truncado a partir de mediados de los años setenta, hubo de proporcionar oportunidades económicas a la mayoría de los trabajadores y ciudadanos residentes en el centro. En cuanto al Estado, actuaba como garante último de este bienestar.

Europa debe adoptar políticas y reformas estructurales que favorezcan que su crecimiento real se acerque del crecimiento potencial
Entre los años 1992 y 2004, la zona euro ha crecido a una media anual del 1,7%, mientras que Estados Unidos lo hacía al 3,2%
El mundo de la globalización que vivimos tiende a ser el de la universalización de las prácticas competitivas del 'dumping' social

En la actualidad, la crisis del comunismo parece haber acarreado la de la socialdemocracia, carente de estrategia y herramientas para corregir los fallos y excesos del mercado. Los miedos y temores actuales generados por las incertidumbres que acompañan al proceso de globalización económica, al desarrollo vertiginoso de las nuevas tecnologías y a su aplicación al campo de la producción hacen que el Estado del bienestar sea cuestionado de forma creciente en muchos de los países europeos que lo idearon y donde más se asentó. La globalización parece haber dejado de actuar en beneficio de la dimensión social del desarrollo. Paralelamente, Europa padece de una gran atonía económica, que le lleva a cuestionar aún más el anterior modelo social sobre el cual se había erigido el desarrollo.

Exceso de intervención

En contra de la visión más optimista y evolucionista de la historia, el mundo no camina de forma ineludible hacia un horizonte de mayor bienestar. Ciertamente, ha mejorado la situación económica de muchos países en vías de desarrollo, pero ello no se refleja necesariamente en una mejora de las condiciones de trabajo y de protección social de sus trabajadores. Asimismo, las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores de los países centrales, Estados Unidos y Europa, tienden a deteriorarse a la vez que se eleva el poder de las empresas multinacionales. Estas se aprovechan de que se hayan difundido y banalizado las fuentes del conocimiento y pueden llevar al conocimiento básico a cualquier lugar para producir de forma global. El mundo de la globalización tiende, pues, a ser el de la universalización de las prácticas competitivas del dumping social.

En la actualidad, las políticas sociales europeas se habrían convertido en un freno al crecimiento y aunque desde la Estrategia de Lisboa de marzo de 2000 y su posterior revisión en 2005 se hable de "modernización" y "racionalización" del modelo social europeo, estos conceptos parecen encubrir un cuestionamiento creciente de los pilares centrales del Estado del bienestar en Europa y revelan en cualquier caso que no podrá haber una política social común. Si esta posibilidad ya era de por sí remota, ha sido llevada a las calendas griegas tras la ampliación de la UE a los países de Europa Central y Oriental (PECO).

No son pocos, por no decir mayoría, los que opinan desde la esfera del poder económico y político, sea éste de tipo conservador o "socialista", tipo tercera vía, que la inercia actual de la zona euro, por oposición a la llamada "nueva Europa", se sustenta en un exceso de intervencionismo (reglas y gasto público), en la inexistencia de mercados suficientemente flexibles así como en lo "exagerado" de la protección social. Todo ello estaría provocando una situación en la que el crecimiento real sería muy inferior al crecimiento potencial y requeriría un plan de reformas estructurales ambiciosas para dotar a Europa de mayor productividad y competitividad. Según estas nuevas coordenadas de la concurrencia internacional, la dimensión social del crecimiento quedaría fuera de las competencias de la UE.

En el margen estrecho de actuación que permite la pertenencia a la actual UE, sólo resultaría factible una política social más ambiciosa si se estimula a largo plazo un mayor crecimiento económico. Así pues, los Estados miembros de la UE habrían de insistir en aquellos factores que le permitieran mejorar el empleo y la productividad para así poder dotar de cierta viabilidad el mantenimiento de los paneles centrales de la política social. El pleno empleo, sin entrar a valorar la calidad del empleo generado, aparece como una condición básica para la supervivencia del modelo social europeo.

Europa está presa de un cierto parálisis económico y sin embargo es más necesaria que nunca para garantizar un crecimiento económico sostenible a largo plazo de sus respectivos Estados miembros, tales son las interdependencias económicas, comerciales, monetarias y financieras que se han ido forjando. Se observa un declive relativo significativo de la zona euro respecto a Estados Unidos. Entre 1992 y 2004, la zona euro ha crecido a una media anual del 1,7% mientras que Estados Unidos lo hacía al 3,2%. Así pues, el hecho sobresaliente de estos últimos años en materia de crecimiento es la ralentización de Europa respecto de Estados Unidos, por no hablar de los países emergentes como China, India o Brasil. Europa sólo podrá detener este declive relativo si es capaz de elevar su crecimiento potencial, que no ha cesado de bajar para ser inferior al 2,5% entre 1990 y 2005, frente al 3,2% de Estados Unidos, y adecuar su crecimiento real, inferior al 2% entre 1990 y 2005, con tendencia descendente, a dicho crecimiento potencial. Estados Unidos, por el contrario, ha crecido por encima de su crecimiento potencial.

Vuelta al crecimiento

Si prosiguiera esta situación de debilidad económica estructural, el papel estelar de Europa en el mundo declinaría y su modelo social sería cada vez más insostenible. Europa necesita pues retornar al crecimiento económico y para ello se habrán de adoptar medidas tanto en el ámbito nacional (vía soberanista) como de la propia Unión (vía federalista). Los poderes públicos y los economistas orgánicos apelan sólo a las reformas estructurales, es decir, a una mayor desregulación y flexibilidad de los mercados. Por necesarias que sean algunas de estas políticas, incluidas las referidas a la I+D+i, se halla también planteado el tema central de la gobernanza económica de Europa.

Dicha gobernanza requiere que se produzca una mayor flexibilidad en el modo en que es aplicado el Pacto de Estabilidad y de Crecimiento (PEC) y que sean redefinidos los nexos estrechos que mantiene con la política monetaria y con la coyuntura. Europa debe, pues, adoptar políticas y reformas estructurales que le permitan elevar su crecimiento potencial y que favorezcan que su crecimiento real se acerque del crecimiento potencial, sin generar tensiones inflacionistas y sin que se endurezca la política monetaria europea, lo cual frustraría cualquier tentativa de reactivación económica en Europa.

Francisco Rodríguez Ortiz es profesor del Instituto de estudios Europeos-Universidad de Deusto.

Romano Prodi, Antonio Guterres y Javier Solana, en la Cumbre de la UE de Lisboa del año 2000.EFE

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