Columna

Ruina política

El capital político de Bush está escurriéndose a ojos vista por los desagües del golfo de México. Como si de pronto el huracán Katrina hubiera levantado el tapón de la bañera. El presidente norteamericano aseguró en noviembre pasado que iba a usar el enorme capital político cosechado con su reelección y la doble mayoría republicana en las dos cámaras para reformar y privatizar el sistema de pensiones, uno de los últimos andamiajes todavía en pie del estado de bienestar construido desde la época de Roosevelt.

No es el único envite para el que Bush necesitaba una buena acumulación de rent...

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El capital político de Bush está escurriéndose a ojos vista por los desagües del golfo de México. Como si de pronto el huracán Katrina hubiera levantado el tapón de la bañera. El presidente norteamericano aseguró en noviembre pasado que iba a usar el enorme capital político cosechado con su reelección y la doble mayoría republicana en las dos cámaras para reformar y privatizar el sistema de pensiones, uno de los últimos andamiajes todavía en pie del estado de bienestar construido desde la época de Roosevelt.

No es el único envite para el que Bush necesitaba una buena acumulación de rentas. En política interior las necesitaba para coronar los cambios en el Tribunal Supremo hasta crear una mayoría conservadora capaz de acomodar la legislación a los deseos de la derecha religiosa. En política exterior, para aguantar el tirón de Irak, sin escuchar los cantos de sirena que piden la retirada de las tropas; mantener la presión sobre Irán y Corea del Norte para evitar la proliferación nuclear; proseguir en la democratización del mundo árabe y musulmán; vigilar al poder económico, diplomático y militar de China; y en definitiva, ejercer como única y soberana superpotencia. En ambos casos, los correligionarios de Bush desearían que de toda esta riqueza obtenida el martes mágico de noviembre quedaran unos ahorrillos para las elecciones intermediarias de 2006 y reforzar así la doble mayoría republicana, y todavía otros más para conservar luego la presidencia, algo a lo que incluso aspira otro Bush, su hermano menor Jeb.

Habrá quien sólo vea ventajas en la pérdida de rentas políticas que está produciendo este catastrófico segundo mandato. Y es indiscutible que las hay, pero también van aparecer algunas enormes desventajas en un mundo que tiene horror del vacío. Buena prueba de ello es el regocijo ante el Katrina demostrado con más o menos sinvergonzonería por la panoplia de enemigos jurados que tiene Washington. También Ariel Sharon obtendrá mayores márgenes para seguir implantando colonias en Cisjordania y aplazar la negociación con la Autoridad Palestina y el cumplimiento de la Hoja de Ruta.

El corolario de la descapitalización de Bush es que el daño no se lo ha hecho a sí mismo y al partido republicano. Se lo ha hecho a la marca más poderosa del mundo que es Estados Unidos de América. Y esto, pese a quienes se alegran y a quienes lo consideran una afrenta a su patriotismo, es una pérdida para todos. ¿O es que alguien puede sensatamente esperar que desde Bruselas y no digamos desde Moscú o desde Pekín lleguen buenas noticias respecto a una mejor conducción de los asuntos del planeta en lo que queda de mandato de Bush? Éste es el presidente que tiene Estados Unidos y estos son los Estados Unidos que tenemos el resto del mundo, y con Estados Unidos más que contra Estados Unidos habrá que intentar enderezar las cosas.

El problema de la marca, todavía tan potente, es que está en manos de un grupo de personas arrogantes que han demostrado una terrible ineptitud para gestionar los problemas de la gente. Se vio en Irak, donde sólo una cosa se hizo bien: echar al régimen de Sadam del poder mediante una blitzkrieg admirable desde el punto de vista militar y tecnológico. Todo lo demás, peor que mal: los fundamentos legales, políticos y morales de la guerra, las alianzas en la zona y en el mundo, la coalición militar, la preservación del orden público y de la cohesión social, la reconstrucción del poder civil, y suma y sigue hasta el proyecto de una Constitución inviable. Todo gestionado con una confianza insultante en tres fetiches, ahora resquebrajados, como son la superioridad tecnológica, el poder del dinero y la capacidad de manipulación de la opinión pública.

Bush y sus admiradores se han hartado de regañar a quienes no entendían que había un antes y un después del 11 de setiembre de 2001, en el bien entendido de que ellos eran los únicos que sabían reconocer lo que ha cambiado y los únicos que sabían qué hacer en este mundo nuevo. Veremos ahora si serán capaces de comprender que también hay un antes y un después del Katrina y que este hito puede superar al propio 11-S, en número de muertos y en cambios domésticos e internacionales. No una fecha, sino una cadena de fechas. No una epifanía neoconservadora sino una deriva histórica preocupante, en la que la nueva vulnerabilidad norteamericana ha quedado trágicamente confirmada.

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