Columna

Todo o nada

Con el dinero hemos topado. Iba el debate de la reforma estatutaria por caminos ambiguos, con los partidos en ejercicios de tanteo estratégico y José Luis Rodríguez Zapatero confiando, como siempre, en que la armonía se impusiera por sí sola, y, en éstas, el tripartito presentó su propuesta de financiación autonómica. Si en algo hay consenso en Cataluña es en la necesidad de mejorar los recursos financieros que se proporciona al Estado autonómico, y si algo preocupa a las demás autonomías es el dinero que puedan perder en un futuro reparto. Antes de que los respectivos coros patrióticos entone...

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Con el dinero hemos topado. Iba el debate de la reforma estatutaria por caminos ambiguos, con los partidos en ejercicios de tanteo estratégico y José Luis Rodríguez Zapatero confiando, como siempre, en que la armonía se impusiera por sí sola, y, en éstas, el tripartito presentó su propuesta de financiación autonómica. Si en algo hay consenso en Cataluña es en la necesidad de mejorar los recursos financieros que se proporciona al Estado autonómico, y si algo preocupa a las demás autonomías es el dinero que puedan perder en un futuro reparto. Antes de que los respectivos coros patrióticos entonen, según la posición en el mapa, la defensa y crítica del modelo de financiación propuesto por el tripartito, cabe hacer algunas consideraciones, aun a riesgo de quedar a beneficio de inventario.

El tripartito catalán propone el paso del modelo autonómico al modelo federal. ¿Se requiere un cambio constitucional? Probablemente, sí. Las leyes admiten muchas contorsiones, pero siempre es mejor que se ajusten a la realidad. El Gobierno catalán hace una propuesta para el conjunto de España. Naturalmente, en la medida en que concierne a todas las autonomías y afecta al funcionamiento del Estado, requiere la negociación y el acuerdo con los demás. Pero, en contrapartida, hay que pedir que si hay una mayoría favorable a la propuesta catalana, lo sea sin disimulos. El modelo federal forma parte del programa político del PSOE. Si el Gobierno acepta avanzar por este camino, debe reconocer lo que la propuesta tiene de compromiso de Cataluña con el conjunto del Estado.

Del mismo modo, sería bueno también que el Gobierno catalán no juegue a la ficción de presentar la negociación como si fuera entre dos gobiernos de dos entidades territoriales distintas. Sencillamente, porque no lo son. A día de hoy, Cataluña es una parte de un todo que es el conjunto del Estado de España. Cualquier ficción estatalista está condenada a generar frustraciones que, sin duda, a quien menos benefician es al partido que debería encabezar el Gobierno catalán. El tripartito se ha puesto de acuerdo sobre la propuesta de financiación, pero este acuerdo, ¿alcanza también a la salida? ¿La lealtad se mantendrá después de las rebajas que la negociación provoque? ¿O empezará la lucha para capitalizar las contratiempos?

Sin duda, la financiación autonómica es importante para los proyectos de futuro del país. Pero es difícil de entender que el Gobierno catalán, después de un año y medio en funciones, no haya conseguido todavía explicarnos cuál es su proyecto de modernidad para Cataluña, ni siquiera demostrar con la eficacia de su gestión la ineficiencia de la que acusaron a CiU durante los 23 años anteriores. Me gustaría saber para qué quiere el tripartito más dinero. ¿Para hacer qué? ¿Cuál es el lugar al que debe aspirar Cataluña en el mundo global, según los dirigentes políticos que nos gobiernan?

La falta de recursos no puede ser una coartada para la parálisis interior. La propuesta de financiación culmina un año en que el nuevo Gobierno ha parecido situarse en la estela de los anteriores: los problemas vienen de que Madrid no nos da dinero suficiente. Y esta idea ha calado en la sociedad, dónde los agentes sociales se apuntan a menudo a este coro. Pero Cataluña, como todo país, será fuerte en la medida en que sea capaz de demostrar que ella sí hace las cosas bien, y hacer las cosas bien quiere decir un dinamismo y un empuje en la sociedad civil que hace tiempo que se echa de menos. Hay países provincianos porque son incapaces de tener empatía con el resto del mundo y hay países provincianos porque creen que el mundo son ellos. Ambas formas de ensimismamiento son demasiado usuales en Cataluña.

La izquierda catalana ha optado por ser más nacionalista que izquierda, asumiendo de pleno los dogmas de la corrección política catalana. No pretendo revivir los tiempos lejanos del internacionalismo, aunque el dinero ha sabido globalizarse con mucha mayor eficacia que la política. Y se nota. Se sabe lo difícil que es definir hoy una política de izquierdas, y el nacionalismo siempre ha sido un excelente refugio ideológico para el desconcierto. Se supone que la izquierda actúa en función de una hegemonía ideológica del nacionalismo que no estoy convencido de que se corresponda con una hegemonía social. Pero el PSC e Iniciativa deberían saber que, aun en estos tiempos en que el dinero es la medida de todas las cosas, es en tanto que izquierdas que han adquirido el peso y el papel que tienen en la sociedad, y que si abandonan esta dimensión pierden buena parte de su razón de ser: para nacionalistas ya están los demás. La izquierda debería explicar mejor, aquí y fuera de aquí, por qué desplaza la redistribución de recursos de la lógica entre rentas altas y rentas bajas a la lógica entre territorios de rentas altas y territorios de rentas bajas. ¿A quién beneficia realmente el déficit fiscal de Cataluña?

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La propuesta de financiación del tripartito tiene sentido en un proceso de construcción nacional de Cataluña. No hay ninguna razón para plantearlo de modo vergonzante. La primera lealtad con quienes se comparte un Estado es decir las cosas por su nombre. Pasqual Maragall piensa que o España acepta un modelo federal o dentro de poco la vieja mayoría de CiU se habrá convertido en una mayoría soberanista. Josep Lluís Carod, que esto sólo es una etapa hacia la independencia. Son dos objetivos políticos distintos, que coinciden en una fase del recorrido. Pero Maragall debería ser el primer garante de que este proceso no suponga que el país se cierre sobre sí mismo; que no se estreche, conforme a una tendencia innata del nacionalismo, el ámbito de lo que se puede decir y de lo que se puede hacer. El mimetismo de la izquierda respecto del nacionalismo es preocupante.

Vicios privados, públicas virtudes. Poco importan las razones íntimas de Maragall y sus coligados si redundan en una nueva y mejor financiación para Cataluña sin causar ninguna ruptura costosa. Pero cabe también que acaben en una frustración que dé paso a una lucha feroz para capitalizar sus efectos, en la que el PSC llevaría las de perder. El problema del Gobierno catalán -y del PSC en particular- es que no tiene programa alternativo. Maragall juega al todo o nada.

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