Reportaje:EN BUSCA DE UN PAPA | La historia de los cónclaves / 2

El clero y el pueblo elegían al Papa

Las iglesias cristianas imitaban el 'suffragium', la práctica imperante en las ciudades greco-romanas

En cuanto obispos de Roma, los papas eran elegidos en los primeros siglos como los demás obispos cristianos: por el clero y el pueblo. Las iglesias cristianas imitaron las prácticas imperantes en las elecciones de los magistrados de las ciudades greco-romanas: el suffragium, o aclamación. Este principio fue afirmado de una manera rotunda a mediados del siglo III por san Cipriano, obispo de Cartago: "Manda Dios... que las ordenaciones episcopales se han de hacer con el consentimiento del pueblo que asiste para que, estando presente el pueblo, se descubran los crímenes de los malos y se h...

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En cuanto obispos de Roma, los papas eran elegidos en los primeros siglos como los demás obispos cristianos: por el clero y el pueblo. Las iglesias cristianas imitaron las prácticas imperantes en las elecciones de los magistrados de las ciudades greco-romanas: el suffragium, o aclamación. Este principio fue afirmado de una manera rotunda a mediados del siglo III por san Cipriano, obispo de Cartago: "Manda Dios... que las ordenaciones episcopales se han de hacer con el consentimiento del pueblo que asiste para que, estando presente el pueblo, se descubran los crímenes de los malos y se hagan públicos los méritos de los buenos, y la ordenación sea justa con el voto y juicio de todos" (Epist. 67).

Durante la Alta Edad Media las elecciones papales fueron motivo de guerras
Cuando el clero no se ponía de acuerdo, cada facción recurría a la movilización del pueblo
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Pero el sistema de la aclamación no se regía por normas rígidas y planteaba múltiples problemas en su aplicación. El quién y cómo se hacía la propuesta podía variar y el pueblo era fácilmente manipulable. Por ello, con frecuencia, se recurría a signos externos que pudiesen ser interpretados como manifestación de la voluntad divina. Éste es el caso de la noticia más antigua que tenemos de la elección de un obispo de Roma, la de Fabián en 236. La recoge el obispo e historiador Eusebio de Cesarea en su Historia eclesiástica VI, 29: se había reunido el pueblo de Roma y eran muchos los candidatos, cuando una paloma se posó sobre la cabeza de Fabián, recién llegado a Roma del campo. Ante este hecho, "todo el pueblo, como movido por un único espíritu divino, se puso a gritar con todo entusiasmo y unánimemente que éste era digno y, sin más tardar, lo colocaron sobre el trono episcopal".

Pero no siempre se manifestaba el signo que podía ser interpretado como divino. De hecho, la elección del sucesor de Fabián no fue pacífica. Se enfrentaron dos candidatos, Cornelio y Novaciano, y el clero y pueblo de Roma se dividió en dos bandos. Tenemos la versión de los hechos narrada por Cornelio, que resultó vencedor, recogida por el mismo Eusebio de Cesarea. Cornelio califica a su rival como "bestia pérfida y malvada" y dice que fue consagrado por "tres obispos traídos de cierta parte de Italia, hombres rústicos y muy simples y cuando ya estaban ebrios y cargados por el vino" (Hist. Ecles. VI, 8-9). Novaciano fundó una iglesia separada de Roma que perduró dos siglos y cuyos miembros se denominaban "cátaros", "los puros".

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Con la conversión de Constantino y su apoyo decidido a la Iglesia a partir de 312, las cátedras episcopales comenzaron a ser un honor altamente apetecido y las luchas por el poder se hicieron más frecuentes. Los emperadores tampoco querían permanecer indiferentes a la persona que ocupase la cátedra de la capital. El principio de elección popular siguió vigente, aunque a partir del Concilio Ecuménico de Nicea de 325 se intentó reducir la importancia del pueblo y potenciar la de los clérigos y obispos vecinos. En Roma se produjo la peculiaridad de que jugaron un papel muy importante el colegio de siete diáconos que administraban las principales basílicas de la ciudad y, de hecho, el archidiácono parecía estar llamado a ser el sucesor del obispo fallecido: archidiáconos fueron los papas más importantes a partir del siglo IV: Dámaso, Siricio, León Magno, Gregorio Magno, entre otros. Pero tampoco esto garantizó unas elecciones tranquilas. Si algo nos enseña la historia de los papas en los primeros siglos del cristianismo es que, sobre todo a partir de Constantino, las elecciones no solían ser fáciles ni pacíficas. Cuando el clero no se ponía de acuerdo, cada facción recurría a la movilización del pueblo y, en última instancia, era el emperador el que decidía. La más violenta y mejor conocida de las elecciones fue la de Dámaso en 366, de la que tenemos información de cristianos y paganos. Hubo dos candidatos, Dámaso y Ursino, y el pueblo y clero se dividieron en dos facciones. Los seguidores de Dámaso atacaron a sus rivales cuando estaban reunidos en la iglesia de Santa Maria de Trastevere, a la que prendieron fuego: se nos dice que allí murieron 160 seguidores de Ursino. Terminó por imponerse Dámaso gracias al apoyo del emperador.

El sucesor de Dámaso, Siricio, al ser elegido en 385, reclamó la aprobación del emperador Valentiniano II, pues aún vivía Ursino. En su Rescripto del mismo año, el emperador ratificó la elección: "El hecho de que el pueblo de la Ciudad Eterna experimente alegría en la concordia al elegir a tan excelente sacerdote vemos que responde a una disposición del pueblo romano... Es prueba magnífica de su integridad e inocencia el que con su misma aclamación el uno sea aceptado y el otro rechazado". Así pues, aunque el sistema de elección había desembocado ya en una cooptación entre los presbíteros y diáconos de Roma, la aclamación popular siguió siendo indispensable. Los problemas surgían siempre cuando no se producía la unanimidad entre los electores. Esto volvió a suceder en 418. Una parte del clero eligió y consagró al archidiácono Eulalio y otra parte al presbítero Bonifacio. El pueblo se dividió también y en Roma estallaron luchas callejeras durante meses. Los dos elegidos solicitaron ser reconocidos por el emperador Honorio, que vivía en la corte de Rávena. Tras largas negociaciones, el emperador ordenó que ambos se ausentasen de Roma hasta que decidiese un concilio. Eulalio desobedeció la orden y entró en Roma para celebrar la Pascua, lo que empujó al emperador a apoyar a Bonifacio y enviar a Eulalio al exilio.

La actuación del emperador como árbitro la refleja muy bien la sorprendente consulta que el anciano Bonifacio elevó dos años después preguntándole qué se debería hacer en el caso de que muriese, pues se temía que Eulalio intentase de nuevo ocupar el trono episcopal. La respuesta imperial fue muy pragmática: si vuelven a ser elegidos dos obispos, ambos serán expulsados de la ciudad y el emperador sólo reconocerá a "aquel que designe el juicio divino mediante consenso de todos (universalis consensus)". Se explica fácilmente que, una vez desaparecido el Imperio Romano en Occidente, durante los largos siglos de la Alta Edad Media, las elecciones papales fuesen motivo de guerras y enfrentamientos entre los poderes que intentaban mantener el control sobre la importante Iglesia Romana: el "juicio divino" no siempre se manifestó de una forma pacífica.

Ramón Teja es catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Cantabria y presidente de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones.

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