Crítica:ESCAPARATE

Nacionalistas y españoles

Es algo más que un dato elemental que la nueva colección La Casa de la Riqueza. Estudios de Cultura de España, se abra con un título que tiene casi veinte años de ruta porque lo que tiene también ese libro es el aroma de los clásicos por lo mejor que dan: abrir en lugar de cerrar, imaginar en lugar de imitar, insinuar y fecundar en lugar de sumar piedras. Y eso hizo José-Carlos Mainer cuando reunió, allá por 1986 y animado entonces por Fernando Valls, el conjunto de ensayos que subtituló con precisión Ensayos sobre nacionalismo y cultura en España, aunque la intención no fuera del todo ...

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Es algo más que un dato elemental que la nueva colección La Casa de la Riqueza. Estudios de Cultura de España, se abra con un título que tiene casi veinte años de ruta porque lo que tiene también ese libro es el aroma de los clásicos por lo mejor que dan: abrir en lugar de cerrar, imaginar en lugar de imitar, insinuar y fecundar en lugar de sumar piedras. Y eso hizo José-Carlos Mainer cuando reunió, allá por 1986 y animado entonces por Fernando Valls, el conjunto de ensayos que subtituló con precisión Ensayos sobre nacionalismo y cultura en España, aunque la intención no fuera del todo atendida (como si no fuese asunto propio de las dos o tres últimas décadas). Pero el título decía más todavía por vía de metáfora, porque esa quimera -la inestable definición de un nacionalismo liberal español- había transitado por lugares a veces inhóspitos y, todavía más, a menudo se había comportado reaccionando mecánicamente, como ante un espejo contrario, contra una idea cerril y patológica de España, esa idea que durante tantísimos años pringó invenciblemente al nacionalismo español, como si ya para el resto de los tiempos no hubiese otra manera de entender ese sentimiento que en clave reaccionaria, militarista, filofascista, oscurantista y medio tuerta o tuerta del todo. Hay una página de ese libro que me conmueve sin reservas y como no alcanzo a memorizarla la copio aplicadamente una vez más para recordar la "condición esencialmente voluntarista e idealizante, patétita y acongojada, del nacionalismo liberal y progresista que entre nosotros se opuso al nacionalismo falso de la derecha política. Y digo falso porque éste nació de la alianza del reaccionarismo romántico y del constantinismo eclesiástico, fue hijo de la apologética francesa antirrevolucionaria y de ciertos barrios del costumbrismo artístico decimonónico (...) y nunca se ha secularizado del todo".

LA DOMA DE LA QUIMERA. Ensayos sobre nacionalismo y cultura en España

José-Carlos Mainer

Iberoamericana/Vervuert Madrid, 2004

359 páginas. 25 euros

De esas cosas ha seguido ocupándose Mainer con una personalísima óptica cultural para hacer historia literaria, como si la manera más integral de saber lo que dicen los textos y los autores fuese interrogarlos con datos de historia política y estrictamente estética, de sociología sin ínfulas y de comparatismo cauto y sobre todo leído. El resultado es esa gavilla, sustancialmente aumentada y minuciosamente actualizada, de temas que se cruzan a veces en los trabajos: desde las pioneras e informadísimas páginas sobre la lectura obrera entre 1890 y 1930 -con tantos datos de colecciones y revistas populares, de colaboradores desconocidos o conocidísimos, de préstamos y bibliotecas del Ateneo Obrero de Barcelona o de Gijón- hasta la simultánea constitución de un nuevo público a principios de siglo porque también hay una literatura nueva, aunque el desastre de 1898 pese en ella infinitamente menos de lo que la retórica y la pereza ha solido preferir.

Y es emocionante ver en esos años la emergencia de un muchacho aplomado y algo altivo, que se llama Ortega y pelea a veces con la insolencia que le exige oponerse a Unamuno, cómplice y a la vez adversario, para unas pocas páginas después leer los juicios privados que esa juvenil figura despierta en un coetáneo como Manuel Azaña. Y si el ensayo sobre Azaña y la "crítica de la cultura" es el que prefiero, se debe a la invencible querencia por una crítica que comprometa ideas o jirones de ideas, o algo más que la supuesta capacidad de discernimiento estético, y a ese oficio dedicó muchas páginas Azaña, además de sus inagotables diarios. Ese trabajo explica mucho y concentrado no sólo sobre Azaña sino sobre sus relaciones con otros, como cuando Mainer opone tan pertinentemente la noción consabida de masa que asustó a Ortega al modo de entender las cosas de Azaña, reacio a ese mismo mote, y sobre todo consciente de que se trataba de un conjunto numeroso de personas y la cantidad no les impedía ser "un sujeto de derechos y objeto posible de educación moral". El temido y contrastado destino trágico del liberalismo español aparece descarnadamente hacia el final, porque Azaña moría en plena institucionalización política y chulesca, pero también refinadísima y cínica (la de un Sánchez Mazas), del fascismo en España, y ése es el asunto del último y crepitante capítulo de un libro sin desperdicio: verdadero ensayo de fuste, que es como Antonio Martínez Sarrión suele llamar a los ensayos de valor.

Josefina Aldecoa, en una representación de las Misiones Pedagógicas.

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