Reportaje:

Vuelven a sonar las ferrerías

El complejo de El Pobal reabre una explotación preindustrial característica del País Vasco

Cuando Shakespeare cantaba las virtudes del hierro vizcaíno ya funcionaba la ferrería de El Pobal, todo un complejo siderúrgico que se mantuvo activo hasta los años 70 del pasado siglo. Tras lustros de abandono, han vuelto a soplar los fuelles y a girar la rueda del molino que impulsa el gran martillo de la fragua. Ubicada entre Muskiz y Sopuerta, es la primera ferrería recuperada de Vizcaya, que llegó a tener 190 en el siglo XVIII.

La intervención que ha realizado la Diputación de Vizcaya, que adquirió El Pobal en 1990, es una de las más importantes recuperaciones del patrimonio recien...

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Cuando Shakespeare cantaba las virtudes del hierro vizcaíno ya funcionaba la ferrería de El Pobal, todo un complejo siderúrgico que se mantuvo activo hasta los años 70 del pasado siglo. Tras lustros de abandono, han vuelto a soplar los fuelles y a girar la rueda del molino que impulsa el gran martillo de la fragua. Ubicada entre Muskiz y Sopuerta, es la primera ferrería recuperada de Vizcaya, que llegó a tener 190 en el siglo XVIII.

La intervención que ha realizado la Diputación de Vizcaya, que adquirió El Pobal en 1990, es una de las más importantes recuperaciones del patrimonio recientes. Han sido once años de trabajo, entre restauración, recopilación de materiales y musealización, que se han resuelto en un enclave que recrea con fidelidad un taller del siglo XIX, sin olvidar las aportaciones históricas desde su fundación al inicio del XVI.

Es la primera ferrería recuperada de Vizcaya, que llegó a tener 190 en el siglo XVIII

Poco antes, a mediados del XV, el rey Carlos VII de Francia ya afirmaba que "el mejor hierro que puede haber para construir navíos es el de Vizcaya... pues se dobla y no se rompe fácilmente". Así que no extraña que el poderoso linaje encartado de los Salazar, además de emplearse a fondo contra los Negrete en las guerras de banderizos, también se dedicara a trabajar en la explotación del famoso hierro vizcaíno. Fue esta familia, que vivía en el castillo de Muñatones de Somorrostro, la que levantó la primera construcción, de la que aún quedan algunos vestigios.

Los Salazar apreciaron las virtudes que tenía la corriente del río Barbadún, la riqueza de los bosques cercanos, la cercanía de las minas de Sopuerta y la relativa distancia de la costa. El enclave era estratégico, y los beneficios, pingües, como bien apreciaron los mercedarios de Burceña, que recibieron las ganancias de El Pobal en forma de donación durante varios decenios del XVI. Las instalaciones fueron ampliándose en las centurias siguientes, se habilitó un molino, y mejoró cuando pasa a manos de la familia La Quadra. Con ellos también vivirá la decadencia que trajo la revolución industrial a estas explotaciones, hoy ya materia de la arqueología.

Pero todavía vive quien la ha visto funcionar. Representantes de la última familia arrendataria, los López Ibarrondo, se fotografiaban el jueves con el diputado general de Vizcaya, José Luis Bilbao, en un paisaje entre familiar y extraño. Algunos elementos se han mantenido (los que se refieren a la explotación ferrona), pero otros, como la casa residencial de la familia que atendía la ferrería, se han cambiado. Así, se ha recuperado la casa torre residencial del siglo XVI, en lugar del caserío del XIX que seguía en pie.

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De este modo, se explica de forma más coherente lo que era un complejo de este tipo: una unidad de producción autosuficiente, que contaba, además del molino y la ferrería, con cuadras, dos hornos de pan, huertas, bosques y prados. Una forma de vida idílica, tal y como la pintó Bilbao, quizá poco sostenible para el medio ambiente (se necesitaba la madera de 2,5 hectáreas de bosque para fabricar un cañón) y que acabó devorada por el rodillo de los altos hornos, más rentables, para los herederos de aquellos Salazar.

La dureza de la fragua

Pese a la belleza del paisaje de El Pobal, el trabajo en la fragua resultaba más bien siniestro. Así se puede comprobar en el recorrido por las dependencias de esta explotación, la segunda instalación de este tipo que se ha recuperado en el País Vasco tras Mirandaola, en Legazpi. El trabajo resultaba muy duro tanto en la propia ferrería, donde se convertía el mineral bruto en barras o tochos de hierro, como en la fragua, donde esos lingotes se convertían en armas, herramientas y los más diversos utensilios.

La visita permite comprobar cómo la fuerza del agua colaboraba en el funcionamiento del martillo o de los fuelles, pero también sentir las altas temperaturas que sufrían los ferrones o el ingente esfuerzo físico de la forja del mineral. Por ello se agradece la llegada de las salas de exposiciones que explican la historia de la ferrería o los molinos.

La inauguración, el pasado jueves, también resultó día de reivindicaciones. El diputado general, José Luis Bilbao, esbozó en su discurso una dura crítica a la industrialización en Vizcaya, en aquel principio de siglo XX en que llegó a haber hasta 252 minas de hierro en el territorio y surgían los altos hornos, todo ello en manos de unos pocos capitalistas que explotaban el trabajo de muchos obreros. "No soy marxista, pero lo que ha sido injusto hay que denunciarlo", llegó a decir Bilbao, tras atacar a la oligarquía vizcaína, surgida después de la supresión foral.

Lo cierto es que el trabajo de las ferrerías también era esclavo y las condiciones durísimas, según se deduce de esta pequeña recreación. Y tampoco los trabajadores eran propietarios, ya que la documentación acredita su condición de arrendatarios, por lo menos desde el siglo XVIII.

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