Tribuna:

¿Quo vadis, OMC?

Analizar las razones del fracaso de la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio, conllevaría elaborar sesudos estudios de miles de páginas, pero ello no obsta para que puedan realizarse análisis de urgencia de las razones de un fracaso que ha paralizado la OMC, y con ella la liberalización del comercio mundial.

Vaya por delante que, como ha puesto de manifiesto el Banco Mundial, la progresiva liberalización del comercio internacional contribuiría al incremento de la riqueza mundial y ayudaría considerablemente a la desaparición del hambre en el mundo, mal que les ...

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Analizar las razones del fracaso de la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio, conllevaría elaborar sesudos estudios de miles de páginas, pero ello no obsta para que puedan realizarse análisis de urgencia de las razones de un fracaso que ha paralizado la OMC, y con ella la liberalización del comercio mundial.

Vaya por delante que, como ha puesto de manifiesto el Banco Mundial, la progresiva liberalización del comercio internacional contribuiría al incremento de la riqueza mundial y ayudaría considerablemente a la desaparición del hambre en el mundo, mal que les pese a los globalofóbicos. El problema ya no se plantea, como hace unos años, en la alternativa globalización-sí/globalización-no, sino en determinar cómo se regula la globalización para que, en lugar de ahondar las diferencias entre países ricos y países pobres, sirva para acortar esas diferencias.

Tal vez el principal problema en el que radican las razones del fracaso de Cancún haya que encontrarlo en que hay quien (los países desarrollados, y en particular los Estados Unidos) no se ha enterado que las reglas han cambiado y, en definitiva, ya nada es lo que era. Desde el primer mundo se ha considerado que la OMC era la continuación del GATT y debería regirse por las mismas reglas. Pero esas reglas, que básicamente consistían en que los gigantes comerciales (Europa, USA y Japón) se ponían de acuerdo, e imponían su acuerdo al resto de los países, ya no sirven. Ahora la OMC es un auténtico organismo multilateral y todos los países y particularmente los menos favorecidos, se han dado cuenta de su fuerza y las oportunidades que les proporciona.

Fruto de ese nuevo escenario, tanto los países en vía de desarrollo (PVD) como los países menos desarrollados (PMD) se han percatado de su fuerza y la han utilizado. ¡Y de qué manera! La creación del G-21 (Brasil, Pakistán, India, China entre otros) que agrupa a países que representan más de la mitad de la población mundial, ha supuesto un paso importante que significa, ni más ni menos, que los antiguos comparsas se han dado cuenta de cuál era su fuerza. Y su fuerza es tanta que ha provocado incluso los temores de los PMD (fundamentalmente la Unión Africana y los países ACP) que se han agrupado en el G-90, cuyos intereses no siempre coinciden con los del G-21. En consecuencia, en el futuro, no será posible un avance en las negociaciones de la OMC sin el concurso de los tres principales actores: países desarrollados, G-21 y G-90. Y de ello no han sido conscientes los Estados Unidos ni, en menor medida, la Unión Europea.

La falta de profundización en las causas del fracaso de la Conferencia de Seattle (1999) es una de las más importantes razones por las que fracasó Cancún. Hubo quien creyó que la Conferencia de Doha (2001), por la que se inició la Ronda de Desarrollo, había resuelto todos los problemas. Creyeron que bastaba la utilización de una terminología desarrollista, acompañada de unas inconcretas conclusiones, para seguir imponiendo su voluntad. ¡Craso error! Ahora existen países que, conscientes de la fuerza que les conceden las normas de la OMC, están dispuestos a que los beneficios de la liberalización del comercio les alcance, principalmente, a ellos.

Este nuevo escenario requiere de nuevas respuestas, y particularmente, precisa de la búsqueda de equilibrios para la consecución de objetivos. Y uno de esos objetivos debe consistir en el incremento del nivel de vida de los países en vías de desarrollo y los menos desarrollados. Y ello no sólo por razones de justicia -que también, y sobre todo- sino incluso por razones de puro egoísmo, ya que en la medida en la que se incremente ese nivel de vida, nuevos centenares de millones de ciudadanos se convertirán en demandantes de nuestros productos.

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Pero para ello es necesario resolver, en primer lugar, el capítulo agrícola. No hay que olvidar que el 70% de los desfavorecidos del mundo vive de la agricultura, y, por ello, sin resolver los problemas del acceso al mercado de los productos agrícolas, será muy difícil avanzar. Y en ese ámbito, parece que la Unión Europea se ha convertido en el enemigo a batir, sin olvidar que las mayores distorsiones en el comercio mundial radican en las subvenciones agrícolas de los Estados Unidos.

Surgen así conflictos de intereses que es preciso resolver con propuestas equilibradas. Y esas propuestas deben tener en cuenta la existencia de una agricultura europea, cuyo desmantelamiento no es posible sin que traslademos a nuestro interior desequilibrios entre el mundo urbano y el rural, con el consiguiente abandono de la vida rural, el olvido de que la agricultura es una actividad multifuncional y nuevas agresiones al medio ambiente.

Los europeos nos gastamos mucho dinero público en el mantenimiento de la actividad agraria, pero la pregunta consiste en averiguar si nos lo gastamos bien. La respuesta es necesariamente negativa Una Política Agraria Común productivista, cuyos efectos indeseables (cazaprimas, concentración de las subvenciones en los grandes terratenientes, etc.) son bien conocidos por todos, no resulta sostenible, ni por sí, ni en el escenario de la liberalización, pero el problema consiste en determinar su sustitución. Y no parece que los intentos de la Comisión Europea vayan por buen camino.

La cuadratura del círculo consiste en adoptar medidas que mantengan nuestra actividad agrícola y el nivel de vida y empleo de quienes de ella dependen, y al mismo tiempo eliminar las subvenciones que distorsionan el comercio, y particularmente el acceso al mercado de los productos de los países más pobres. Pero es ésa una tarea en la que debemos ocuparnos si queremos desbloquear el parón de la OMC.

Y aún así no bastará. Existen otros muchos inconvenientes, y tal vez el más destacado de ellos sea la postura de los Estados Unidos. Hay que preguntarse si los norteamericanos están dispuestos a introducir reformas en su política agrícola de subvenciones, o si tal vez prefieren -también en el campo comercial- sustituir el multilateralismo por los acuerdo bilaterales. Y si tal es así, la OMC tendrá los días contados. Al menos mientras haya una administración republicana.

Luis Berenguer es eurodiputado socialista.

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