Ciencia recreativa / 11 | GENTE

Un proyecto digno de Uqbar

El hecho se produjo hará unos ocho o nueve meses. Bioy había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre el carácter azaroso de la creatividad. Entonces Bioy recordó que un genetista japonés se había propuesto elaborar un mapa, o una lista, de las 10.000 posibles ideas humanas. Le pregunté dónde había visto eso, y me dijo que venía en el último número de Nature, que había llegado a la biblioteca ese mismo día. "Yo debo tener mi ejemplar en el correo", le recordé. Fuimos a abrirlo y allí no había rastro del genetista japonés. "Pues yo lo he visto", dijo Bioy antes de i...

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El hecho se produjo hará unos ocho o nueve meses. Bioy había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre el carácter azaroso de la creatividad. Entonces Bioy recordó que un genetista japonés se había propuesto elaborar un mapa, o una lista, de las 10.000 posibles ideas humanas. Le pregunté dónde había visto eso, y me dijo que venía en el último número de Nature, que había llegado a la biblioteca ese mismo día. "Yo debo tener mi ejemplar en el correo", le recordé. Fuimos a abrirlo y allí no había rastro del genetista japonés. "Pues yo lo he visto", dijo Bioy antes de irse, algo azorado.

Me llamó a la mañana siguiente y me dijo que tenía delante el artículo, en el ejemplar de Nature de la biblioteca. El genetista se llamaba Darryl Macer, y en realidad no era japonés, sino neozelandés, pero era cierto que trabajaba en el Instituto de Ciencias Biológicas de la Universidad de Tsukuba, en Japón. Tampoco aportaba ninguna prueba digna de mención, pero Macer, desde luego, sí parecía pensar que el número de ideas posibles que puede construir la mente humana es finito, y se había propuesto cartografiarlas. Macer llamaba a su plan El Proyecto Behavioroma.

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Corten. Lo anterior está fusilado del famoso relato de Borges Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, de 1941, en el que Bioy Casares le asegura al propio Borges que un heresiarca de Uqbar había dejado dicho que "los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres". Interrogado por la fuente de semejante cita, Bioy afirma que la ha leído en el artículo sobre Uqbar recogido en The Anglo-American Cyclopedia. Los dos van a comprobarlo, pero Uqbar no existe.

Homenajes aparte, no me digan que la historia no parece de Borges. Un genetista neozelandés contratado por la Universidad de Tsukuba se propone elaborar un mapa de todas las posibles ideas humanas, y calcula que serán unas 10.000. Ficciones y artificios, vaya. Pero a mí no me pillan, como a Bioy Casares: Darryl R. J. Macer presentó su proyecto en una carta a la revista Nature publicada el 14 de noviembre de 2002, en la página 14. El Proyecto Behavioroma existe, mis queridos amigos.

Los editores de Nature presentaron así la pieza aquel día: "El genoma humano ha sido descrito en lo esencial. Llega ahora un llamamiento para cartografiar el behavioroma humano. Darryl Macer, de la Universidad de Tsukuba, promueve el proyecto de elaborar un mapa mental que explore los parecidos y diferencias entre individuos y culturas. El mapa contribuiría a clasificar las ideas humanas según categorías como la memoria, la estrategia y los estados sensoriales. También nos ayudaría a clasificar la diversidad cultural". Macer añadía: "Si hacemos mapas mentales individuales, podremos ofrecer ayuda a las personas que afrontan un dilema moral. Así tendrán la oportunidad de tomar en consideración todas sus ideas, y tomarán decisiones morales más informadas".

Le dije a Bioy que el presidente del Centro para la Bioética Internacional, Frank Leavitt, de la Universidad Ben Gurion, había criticado a Macer con los siguientes argumentos. Wittgenstein dictaminó que lo que puede pensarse, puede decirse. El behavioroma, por tanto, equivaldría a catalogar todas las posibles frases del lenguaje humano. Pero Chomsky mostró después que, aunque el número de frases que una persona pronuncia en su vida es necesariamente finito, el número de frases que puede pronunciar es infinito. Los dispositivos cerebrales que nos permiten hablar son finitos -unos meros mil millones de neuronas o por ahí-, pero se las apañan para codificar, manipular y expresar un número potencialmente infinito de conceptos. ¿Captan la idea? Pues ánimo, que ya sólo les quedan 9.999.

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