Editorial:

Premio a la esperanza

El Príncipe de Asturias a la Cooperación Internacional, otorgado ayer a Luiz Inázio Lula da Silva por su pasado de luchador por la justicia y como símbolo de una gran esperanza, honra a uno de los líderes políticos más singulares de este tiempo, capaz, sin traicionar su trayectoria vital, de proyectarse desde una infancia miserable hasta el timón de uno de los países más prometedores del mundo. Lula, que alcanzó la presidencia de Brasil en octubre del año pasado, representa por encima de todo un esfuerzo consistente y continuo por unir ética y política en un país arquetipo de los mayores exces...

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El Príncipe de Asturias a la Cooperación Internacional, otorgado ayer a Luiz Inázio Lula da Silva por su pasado de luchador por la justicia y como símbolo de una gran esperanza, honra a uno de los líderes políticos más singulares de este tiempo, capaz, sin traicionar su trayectoria vital, de proyectarse desde una infancia miserable hasta el timón de uno de los países más prometedores del mundo. Lula, que alcanzó la presidencia de Brasil en octubre del año pasado, representa por encima de todo un esfuerzo consistente y continuo por unir ética y política en un país arquetipo de los mayores excesos, en lo bueno y en lo malo.

El desarrollo de América Latina resulta decisivo para el conjunto del planeta, por lo que Lula se ha convertido rápidamente en una de las mayores referencias morales a escala internacional

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por su compromiso con los más necesitados. Es sorprendente que un hombre que llegó al poder prometiendo hacer de la lucha contra el hambre y el paro la prioridad absoluta de su mandato -una letanía tantas veces escuchada en todas partes- haya conseguido en tan poco tiempo la complicidad inicial de las fuerzas económicas internacionales y de sus instituciones crediticias, aquellas que resultan decisivas en la tranquilidad o la zozobra con que el Gobierno de un país subdesarrollado, aunque sea de la envergadura de Brasil, contempla el horizonte inmediato. Desde este punto de vista, su entrevista esta semana con George Bush, en Washington, señalará presumiblemente un nuevo nivel de cooperación entre las dos naciones más pobladas del hemisferio americano.

En Lula se ha premiado no sólo la coherencia personal del fundador, hace 23 años, de un partido izquierdista que llega finalmente a la cúspide sin abdicar de ninguna convicción sustantiva. El Príncipe de Asturias de la Cooperación reconoce también a alguien especialmente empeñado en tender puentes. Entre países vecinos, caso de Mercosur, y entre concepciones diferentes del futuro, como las representadas por Davos o Portoalegre. Y ésta es la gran esperanza.

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