Columna

La guerra comercial EE UU-Europa

No se trata sólo de diferentes puntos de vista geoestratégicos; tampoco hay empatía comercial entre los dos grandes bloques económicos del mundo: Estados Unidos y la Unión Europea. Seguramente era difícil encontrar otro momento menos oportuno para manifestar las tensiones comerciales entre ambas partes, y sin embargo así ha ocurrido. La pasada semana, la Organización Mundial de Comercio (OMC), a petición de la Unión Europea, ha dado el visto bueno para que ésta pueda imponer una serie de aranceles a un largo listado de productos que importa de EE UU, para combatir el proteccionismo y la ruptur...

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No se trata sólo de diferentes puntos de vista geoestratégicos; tampoco hay empatía comercial entre los dos grandes bloques económicos del mundo: Estados Unidos y la Unión Europea. Seguramente era difícil encontrar otro momento menos oportuno para manifestar las tensiones comerciales entre ambas partes, y sin embargo así ha ocurrido. La pasada semana, la Organización Mundial de Comercio (OMC), a petición de la Unión Europea, ha dado el visto bueno para que ésta pueda imponer una serie de aranceles a un largo listado de productos que importa de EE UU, para combatir el proteccionismo y la ruptura de las reglas del juego de empresas de esta última nacionalidad. El valor de la sanción, si se aplica, puede superar los 4.000 millones de dólares.

La historia es la siguiente: hace tres años, la UE protestó ante la OMC por las llamadas Foreing Sales Corporations, una legislación que permitía a empresas de EE UU exportar sus productos con un ahorro fiscal de hasta el 30% del valor de sus productos. Una especie de dumping comercial, de subvenciones encubiertas que violaban las normas librecambistas del comercio internacional. Ahora, la OMC ha dado el visto bueno para imponer la mayor sanción permitida contra un país en el marco de sus procedimientos. Empresas como Microsoft, General Electric o Boeing; productos como la carne, cosméticos, libros, periódicos, material deportivo, madera, calzado, azúcar, joyas, juguetes, etcétera, procedentes de EE UU, pueden verse afectados si la UE, autorizada a aplicar aranceles de hasta el 100% de su valor, decide ponerlos en marcha.

La UE ha establecido un calendario que termina el próximo otoño para que EE UU desmantele sus subvenciones si no quiere ser sancionada. Los comisarios de Comercio Exterior de ambas partes, Pascal Lamy y Robert Zoellick, deberán trabajar mucho para que no dé comienzo esta nueva guerra comercial, que ha tenido sus precedentes en la guerra del acero (aranceles americanos a las importaciones europeas de este producto), del plátano o de la carne con hormonas (en estos dos últimos casos, en sentido contrario: los proteccionistas fueron los europeos).

Más allá de los ejemplos concretos, de lo que se trata es de aclarar si EE UU quiere conceder de hecho a la OMC la potestad de gobernar el comercio mundial o, siguiendo otras analogías en el terreno de la ONU, el FMI, o el BM la Administración de Bush pretende desarrollar un esquema unilateral en el terreno económico más tradicional. Las pistas no dan espacio al optimismo. Hace escasas fechas, EE UU firmó un tratado bilateral con Singapur para recompensar a este país como "socio valioso" en la guerra contra Irak. En sentido contrario, Chile -país que se manifestó renuente en el Consejo de Seguridad de la ONU a facilitar la intervención americana- espera el visto bueno de EE UU para unirse al Tratado de Libre Comercio que tienen este último país y México.

Las tentaciones proteccionistas están en la Casa Blanca y en los sectores más aislacionistas del Congreso, temerosos de los efectos más favorables de la globalización económica. Las llamadas más o menos retóricas a boicotear los productos franceses, las presiones para que Bush presente ante la OMC una queja formal por el rechazo de la UE a la importación de los productos alterados genéticamente, no son buenos augures. Si a esto se le une la política del dólar débil (que facilita las exportaciones americanas y dificulta las importaciones a este país) se puede decir en alto lo que alguien expresó hace tiempo para calificar la hipocresía americana: "A EE UU le gusta el comercio pero no las importaciones".

En este marco conceptual, ¿qué futuro le espera a la ronda Doha, en el seno de la OMC, para liberalizar el comercio de la agricultura y los servicios? ¿Qué se puede esperar de la reforma de la Política Agrícola Común de la UE? ¿Y de las teorías que afirman, con razón, que la libertad de comercio apoya a los países pobres a salir de su subdesarrollo tanto o más que la ayuda oficial al desarrollo (el célebre 0,7% del PIB)?

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