GUERRA EN IRAK | Debate en el Congreso

La España 'post-heroica'

Es difícil no admirar la resistencia numantina con la que el PP ha defendido su perspectiva sobre el conflicto de Irak en cada una de las muchas sesiones parlamentarias dedicadas a abordar cualquier aspecto del tema. Por valernos de un lenguaje en boga, ha conseguido mantener la unidad de su tropa a pesar de todos los esfuerzos por parte de la coalición de los restantes grupos parlamentarios por apearles de sus posiciones. Ni una fisura entre sus unidades, ninguna baja producida por el fuego enemigo. Y eso que ha sido y es intenso, tenaz y omnipresente. Pero lo más asombroso es que este extrao...

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Es difícil no admirar la resistencia numantina con la que el PP ha defendido su perspectiva sobre el conflicto de Irak en cada una de las muchas sesiones parlamentarias dedicadas a abordar cualquier aspecto del tema. Por valernos de un lenguaje en boga, ha conseguido mantener la unidad de su tropa a pesar de todos los esfuerzos por parte de la coalición de los restantes grupos parlamentarios por apearles de sus posiciones. Ni una fisura entre sus unidades, ninguna baja producida por el fuego enemigo. Y eso que ha sido y es intenso, tenaz y omnipresente. Pero lo más asombroso es que este extraordinario blindaje no parece habérselo proporcionado la fuerza de sus argumentos, las convicciones. Se lo deben, por el contrario, a una estricta aplicación de la principal virtud que se puede predicar de toda tropa: la disciplina. Las decisiones del mando supremo se siguen sin rechistar. Difícil lo van a tener los politólogos cuando en un futuro no muy lejano se pongan a analizar estas actitudes desde la teoría de la decisión racional. Pocas veces ha actuado un partido de forma tan irracional si, como hay que presuponer a todo político, su objetivo no es otro que incrementar su capacidad para acceder a cargos públicos. A las mismas puertas, además, de una de las elecciones en las que se subasta el grueso de los cargos y otros despojos del poder.

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No sirve ahora tampoco el clásico argumento de que el mejor lubricante para ganar unas elecciones es que el partido se presente unido y compacto bajo un proyecto común. Ante una situación de excepción como la que estamos viviendo, la disidencia interna se vería como casi natural e incluso provocaría una extraordinaria benevolencia entre sus votantes potenciales. Y si no una disidencia propiamente dicha sí, al menos, ciertas muestras públicas de comprensión ante la posición unánime de la coalición opositora en vez de su displicente y radical descalificación. Lo malo de esta actitud numantina es que desvela a las claras la pobreza de su discurso, anclado en el mantra de la Resolución 1441 del Consejo de Seguridad de la ONU y la defensa del tiranicidio. No hay más matices. Y con tan pocos argumentos es difícil no replegarse sobre sí mismos a medida que sube la temperatura del combate político.

Este engorroso enroque es el resultado natural de un lamentable error de apreciación por parte de Aznar respecto de la naturaleza del país al que gobierna. Es algo imperdonable en un gobernante que juega a hombre de Estado. España, como otros países europeos -con la excepción quizás del Reino Unido-, pertenece ya, afortunadamente, al grupo de sociedades post-heroicas, eso que tanto molesta a neorrealistas como Robert Kagan, que prefiere calificarlas de "posmodernas". Este tipo de sociedades se caracterizan por haber abominado de la guerra como un instrumento más de la política, tienden a evaluar la promoción del interés propio a partir de valores morales, y la única fuerza que hace mella en ellas es la puramente argumentativa. Las bravatas patrióticas -con las excepciones de rigor- son cuestiones del pasado y, como acabamos de ver con las declaraciones de Ana Palacio, les produce una visible indignación que el sufrimiento humano pueda poseer valor de cambio con supuestos beneficios económicos. Están integradas, cómo no, por "ciudadanos consumidores" y generalmente apáticos. Pero son también "ciudadanos reactivos", que responden al instante cuando, como ahora, algún interés o valor que consideran vital puede ser puesto en cuestión. Por eso no se las puede confrontar con un discurso tan débil, que acabó por descomponerse al pretender criminalizar a las manifestaciones pacifistas.

No hay que olvidar, sin embargo, que las reacciones pueden acabar oscilando. La hybris nunca es buena. Una cosa es calificar la guerra de ilegítima y otra bien distinta de "genocidio"; o impedir que el PP pueda celebrar con naturalidad sus actos electorales. Y, cuando amansen las aguas, habrá que abordar con seriedad y realismo el tipo de política de defensa que mejor se corresponde con nuestros valores e intereses. Después de la destrucción viene la construcción -también para los discursos-.

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