20 años con Cela

"Es un gran trabajador", se suele decir de Camilo José Cela, añadiendo uno más a los diversos lugares comunes que se suelen decir sobre él. Nunca he tenido muy claro si se dice conmiserativamente, como de aquel de quien nada mejor se puede decir para justificar la magnitud y variedad de su obra escrita, o si se dice admirativamente, como de una excepción infrecuente en una profesión, un mundillo, de gente poco aficionada al esfuerzo sostenido. En cualquier caso, y como después de 20 años largos de trabajar con él me considerado una verdadera autoridad en tan minúscula materia -en saberes inúti...

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"Es un gran trabajador", se suele decir de Camilo José Cela, añadiendo uno más a los diversos lugares comunes que se suelen decir sobre él. Nunca he tenido muy claro si se dice conmiserativamente, como de aquel de quien nada mejor se puede decir para justificar la magnitud y variedad de su obra escrita, o si se dice admirativamente, como de una excepción infrecuente en una profesión, un mundillo, de gente poco aficionada al esfuerzo sostenido. En cualquier caso, y como después de 20 años largos de trabajar con él me considerado una verdadera autoridad en tan minúscula materia -en saberes inútiles, puntualizaría CJC- quisiera

certificar la veracidad de este concreto lugar común:

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Camilo José Cela es un gran trabajador. Y para justificar el certificado me referiré exclusivamente a las obras de tipo filológico que he visto nacer y crecer -y a veces, también morir-, trabajando a su lado. Empecé a colaborar con

Cela, contratado por Alfaguara, cuande la redacción del primer volumen del Diccionario secreto estaba ya casi terminada y recuerdo muy bien que la primera tarea que me encomendó, al día siguiente de llegar a la Bonanova,

fue localizar en el Estebanillo González la frase "por jugar al capadillo me metían en caponera" (cito de memoria, y hace 22 años de aquello), indicándome la edición de la Biblioteca de Autores Españoles, la clásica colección Rivadeyna. Pasé dos días leyendo la novela de arriba abajo, de delante atrás y de atrás a delante, pero no encontraba aquella maldita frase, pensando en la desgracia de mi debú y en lo manifiestamente ignorante e inútil que debía parecerle a un señor tan famoso aquel estudiante recién graduado que traía tan buenas recomendaciones. Hasta que

la inspiración me llevó a tomar otra edición, la de Guillé en Clásicos Castellanos, y riaturalmente, sabiéndome ya de memoria la vida del pobre Estebanillo, después de tanta lectura y relectura, la cita se presentó de inmediato ante mis ojos. Había sido una manera excelente de ponerme en

contacto con una biblioteca riquísima en filología y literatura española y con los métodos de trabajo de CJC. Porque Cela no dio muestras de impaciencia en ningún momento e incluso se alegró, o simuló alegrarse, de

que la justificación de la tardanza fuera la censura ejercida por los púdicos editores décimonónicos y no mi incapacidad insalvable. Así sería siempre por que el Camilo José Cela trabajador es hombre de paciencia franciscana con sigo mismo y con los que están a su alrededor, salvo casos

flagrantes de incompetencia, más por lo que supone de imposibilidad de desarrollar o concluir con mediano éxito un trabajo en el que está empeñando que por las más o menos menguadas dotes del personal, ante las que se muestra fatalista y resignado: de donde no hay, no se puede sacar.

Como el Diccionario secreto estaba ya en pruebas a mi llegada, la rebusca de papeletas con vistas al segundo tomo era menos urgente y mi siguiente trabajo fue ayudarle a preparar una impresión facsímil de las príncipe del Quijote, edición conjunta de Alfaguara, Los papeles de Son Armadán y la Hispanic Society of America que estamparía Soler en Valencia. De este modo en unos pocos meses quedaban fundadas dos líneas maestras sobre las que se

desarrollaría gran parte de nuestro trabajo: los diccionarios y los clásicos. Diez años después de aquel Quijote, CJC publicaría en una edición ilustrada de gran formato -que por desgracia no ha salido nunca a los circuitos comerciales- su propia lectura de la obra de Cervantes, con ortograria y puntuación respetuosamente modernizadas, tal y como había hecho diez años antes con el Cantar de Mío Cid. Y ahora, otros diez años después, acabamos de entregar los 16 guiones de su adaptación del Quijote para el degolladero televisivo. Entre Quijote y Quijote, y además de los dos Diccionarios secretos, Cela ha plasmado su pasión por la taxonomía lingüística en una Enciclopedia del erotismo y en un Diccionario del erotismo, que sintetiza fundamentalmente la parte lexicográfiga de la

enciclopedia. En suma, una muestra de los trabajos a añadir en la interminable nómina celiana, porque Cela, efectivamente, trabaja mucho y trabaja, sobre todo, muy bien. En el ámbito temporal que he abarcado, Camilo José publicó además de lo citado, cuatro novelas el oratorio María Sabina, una obra de teatro propia y dos adaptadas, cinco o seis libros de artículos y ensayos, un libro de viajes, dos de paseos por ciudades y unos cuantos más de dificil catalogación, además de docenas de artículos, cuentos, apuntes y prológos que no están recogidos en ningún volumen. Por eso, cuando se oye a veces lo del gran trabajor con algo de retintín habría que responder, si mereciera la pena responder, con esa frase atribuida a

Baudelaire que tanto le gusta parafrasear a nuestro flamente premío Nobel:la inspiración es sentarse todos los días delante de la mesa de escribir.

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