La disputa política | CATÁSTROFE ECOLÓGICA

El nuevo naufragio

El debate parlamentario del pasado miércoles ha venido a confirmar nuestras peores sospechas sobre la incapacidad del Gobierno para enderezar la crisis del Prestige. Después de la chapuza, y desde la perspectiva que dan las ya más de cinco semanas pasadas, sólo le cabía un explícito reconocimiento de culpa y el pago de su responsabilidad política con alguna dimisión. A partir de ahí, sumarse a la iniciativa de la oposición para enfrentar el desastre entre todas las fuerzas políticas y sociales del país y enmendar así en lo posible el anterior comportamiento errático e incapaz. Ya era ta...

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El debate parlamentario del pasado miércoles ha venido a confirmar nuestras peores sospechas sobre la incapacidad del Gobierno para enderezar la crisis del Prestige. Después de la chapuza, y desde la perspectiva que dan las ya más de cinco semanas pasadas, sólo le cabía un explícito reconocimiento de culpa y el pago de su responsabilidad política con alguna dimisión. A partir de ahí, sumarse a la iniciativa de la oposición para enfrentar el desastre entre todas las fuerzas políticas y sociales del país y enmendar así en lo posible el anterior comportamiento errático e incapaz. Ya era tarde en todo caso, pero al menos le hubiera permitido salvar la cara y, lo que es más importante, dejar que poco a poco la política recuperara parte del crédito perdido.

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Ha hecho todo lo contrario. Si exceptuamos la vagas y displicentes disculpas por "algunas medidas ineficaces", el Gobierno sigue sin reconocer la inmensa cadena de errores que han conducido a la situación actual. El siniestro del malhadado buque se continua presentando como un "desastre natural" y toda crítica merece sumergirse en las oscuras aguas del "antipatriotismo". Es decir, emborronarlo todo con una densa cortina de negro humo para escaparse de la presión y eludir su responsabilidad. Lo que no habíamos podido imaginar es que intentara trasladar su propia incompetencia a la oposición. Después del miércoles hemos sabido que el villano de esta tragedia es el portavoz socialista Jesús Caldera y, a través suyo, todos sus demás compañeros. Primero se le acusó de haber "falsificado un documento oficial", cuando en realidad se limitó a presentarlo incompleto -aunque esto sea también una torpeza evidente-. Luego se aprovechó este hecho para escenificar uno de los más bochornosos espectáculos parlamentarios de la democracia española.

La increíble sarta de acusaciones, insultos, abandonos del hemiciclo, abucheos y demás, es ya en sí bastante grave. Lo es todavía más si toda esta fanfarria la interpretamos como una torpe y torticera estrategia para eludir el diálogo y esquivar el control parlamentario. Si cambiamos la perspectiva y la ponemos en el debido contexto, la imagen es ya verdaderamente estremecedora: mientras todo un pueblo lucha a brazo partido contra el fango de fuel, un importante sector de la clase política cae en la invectiva, el insulto y el "váyase señor Caldera". Y el problema es que un Parlamento que se degrada nos arrastra a todos. Bastante han sufrido ya las instituciones al mostrar sus vergüenzas a lo largo de toda esta crisis para que ahora se pierda también la escasa confianza que le quedaba a la política. El cerril numantinismo del PP parece escudarse ahora en el descrédito de la oposición como última línea de defensa. Un buen contraataque no sería en sí mismo nada sorprendente. Siempre que se haga con cordura y argumentos, claro está. No mediante la invectiva, el insulto y la descalificación gratuita.

La "escenificación del disenso" forma parte ineludible del juego Gobierno / oposición y seguramente contribuye a un más adecuado enjuiciamiento de la realidad política. Es bien sabido también que las discusiones públicas casi nunca siguen la lógica del mutuo entendimiento entre quienes en ellas participan. Entre otras razones, porque la presentación del debate político suele favorecer que cada uno de los participantes se dirija directamente al "público" más que al interlocutor. Por otra parte, gran número de actores políticos no buscan provocar una evaluación general del público, sino única y exclusivamente la de aquellos sectores sociales o grupos de opinión con los que se sienten identificados o creen representar. Para ello, en muchos casos basta con resistirse a opiniones conocidas, con dramatizar o emitir declaraciones meramente expresivas. A pesar de todas estas posibles distorsiones de la racionalidad del diálogo, en todo caso hay que presuponer, sin embargo, el reconocimiento explícito de un respeto mutuo entre las partes en liza. Y esto es, precisamente, lo que perdimos el otro día en el "debate" de marras. Se denostó a la oposición haciéndola indigna de ser escuchada. Flaco favor a la democracia.

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