Columna

Bush, entre Reagan y Teddy Roosevelt

Cuando Bush llegó a la Casa Blanca tenía un héroe: Ronald Reagan. Dos años después ha conseguido, con creces, emular algunos aspectos de la revolución conservadora: ha conseguido vaciar las arcas llenas del Estado, que dejó Clinton, y convertir el superávit en enorme déficit: 159.000 millones de dólares en el ejercicio fiscal de 2002. Es la primera vez desde 1997 que EE UU registra déficit y es el mayor desde 1995. Ese récord lo ha logrado, al igual que Reagan, aplicando un fuerte keynesianismo de derechas: estimulando el gasto militar y de defensa. Aunque no sólo.

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Cuando Bush llegó a la Casa Blanca tenía un héroe: Ronald Reagan. Dos años después ha conseguido, con creces, emular algunos aspectos de la revolución conservadora: ha conseguido vaciar las arcas llenas del Estado, que dejó Clinton, y convertir el superávit en enorme déficit: 159.000 millones de dólares en el ejercicio fiscal de 2002. Es la primera vez desde 1997 que EE UU registra déficit y es el mayor desde 1995. Ese récord lo ha logrado, al igual que Reagan, aplicando un fuerte keynesianismo de derechas: estimulando el gasto militar y de defensa. Aunque no sólo.

Unos meses después de ganar su tormentoso mandato presidencial sucedieron dos cosas: estallaron los aviones terroristas en la Casa Blanca y el Pentágono y, casi al mismo tiempo, explotaron decenas y decenas de escándalos empresariales, lo que puso en crisis el modelo de la América corporativa. Bush pretendió liderar, a partir de ese momento, la lucha contra los dos fenómenos: el terrorismo mundial y la corrupción empresarial. Se ha aplicado con más denuedo a lo primero que a lo segundo.

Fue entonces cuando se acordó de otro héroe republicano: el presidente Teddy Roosevelt, que a finales del siglo XIX se entregó a la lucha contra los monopolios y contra "los malhechores de la gran riqueza". Pero no fue consecuente. Sus declaraciones eran sólo eso, declaraciones. Y los mercados, que se mueven al ritmo de las toses de los que mandan, no cambiaban de tendencia cuando Bush se ponía el gorro regeneracionista y hablaba de "una nueva ética de la responsabilidad personal en la comunidad empresarial".

Hay una causa de esa falta de credibilidad de Bush en la lucha contra el fraude empresarial: su propia práctica política, en el terreno de los intereses que defiende y en el de la política económica que aplica su Gobierno. Lo de los intereses ha tenido el último ejemplo inmediatamente después de las elecciones al Congreso, que dieron la mayoría a los republicanos tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado; este último acaba de aprobar de forma sigilosa sorprendentes regalos a quienes apoyaron financieramente a Bush en esa campaña: la industria farmacéutica y la Universidad de Tejas (el feudo político del presidente). La industria farmacéutica queda a partir de ahora fuera del alcance de cualquier demanda civil si se descubren efectos secundarios no previstos en una vacuna utilizable como prevención contra atentados bacteriológicos; esta inmunidad es, además, retroactiva, lo que paraliza las demandas en curso planteadas bajo la sospecha de que el mercurio presente en algunas vacunas puede causar autismo. Tampoco podrá ser demandada ninguna empresa que suministre productos defectuosos al futuro Ministerio de Seguridad Interior. Asimismo, se crea un centro de investigación científica que, a la vista de la redacción del texto, sólo podrá establecerse en la Universidad de Tejas. Los demócratas, y algunos republicanos, se declararon escandalizados por la desfachatez del partido de Bush.

No es éste el único caso de las espectaculares pasarelas entre el poder político y el poder económico en la Administración Bush. El intelectual Marshall Wittman ha escrito que el pegamento antigubernamental y anticomunista heredado de Reagan, que mantenía unido al movimiento conservador de EE UU, se está disolviendo y la defensa del mundo empresarial ha ocupado su lugar.

La prueba del nueve de este acercamiento a los intereses empresariales está en la política económica. No se trata sólo del proteccionismo a industrias y sectores asentados en lugares donde era primordial el voto republicano (el desiderátum de este proteccionismo es la ley agraria aprobada hace varios meses, que deja pequeña la Política Agrícola Común de la Unión Europea), o del programa energético que se desatascará ahora en las cámaras (liderado por el vicepresidente Cheney, parece redactado directamente por la industria energética), sino de la reforma impositiva que llega, que ha dado lugar a que algunos fiscalistas declaren que "EE UU se va a convertir en un paraíso fiscal contra el capital".

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