Editorial:

La España peregrina

La bandera constitucional, junto a una reproducción facsímil de la Constitución de 1978, cierra el recorrido de la exposición sobre el exilio español de 1936, que el martes inauguró el Rey. Su presencia en ese acto simboliza el compromiso de la monarquía democrática con la España de todos, la que vivió aquí después de la guerra civil y aquella que tomó el camino del exilio.

Cada una de las dos medias Españas que se enfrentaron a muerte pretendía representar a la nación española entera, o al genuino pueblo español, según la retórica propia de cada una de ellas. Franco prolongó deliberada...

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La bandera constitucional, junto a una reproducción facsímil de la Constitución de 1978, cierra el recorrido de la exposición sobre el exilio español de 1936, que el martes inauguró el Rey. Su presencia en ese acto simboliza el compromiso de la monarquía democrática con la España de todos, la que vivió aquí después de la guerra civil y aquella que tomó el camino del exilio.

Cada una de las dos medias Españas que se enfrentaron a muerte pretendía representar a la nación española entera, o al genuino pueblo español, según la retórica propia de cada una de ellas. Franco prolongó deliberadamente esa fractura durante cuatro décadas, sin iniciativa alguna en favor de una reconciliación.

Ésta exigió mucho olvido en los momentos iniciales de la transición a la democracia. Ahora, consolidado el sistema democrático, exige también recuerdo y reconocimiento. El de las nuevas generaciones que no vivieron bajo el franquismo hacia quienes lo padecieron, y singularmente a esos 400.000 compatriotas que no tuvieron más remedio que emprender el camino más triste, el del destierro. Una diáspora más numerosa que cualquiera otra en la historia de España, incluyendo la provocada por la expulsión de los judíos.

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El franquismo retrasó durante una generación la modernización que se había iniciado en la España del primer tercio del siglo XX, cuya vitalidad cultural llevaron a las tierras de acogida, especialmente de América Latina. La gratitud que este país debe ahora, globalmente, a la generosidad con que esas naciones recibieron a los españoles que perdieron su patria contrasta hoy con la mezquindad con que muchas veces acogemos aquí a los que vienen de esos lugares.

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