Powell niega que tenga intención de dimitir a pesar de su soledad en la Casa Blanca

El único liberal de un Gobierno conservador se enfrenta con los 'halcones' republicanos

Colin Powell, el único residuo liberal en un Gobierno crecientemente conservador, niega estar a punto de dimitir: 'No me voy', dijo de manera escueta cuando los periodistas le trasladaron los comentarios sobre su intención de renunciar al cargo de secretario de Estado. Powell, que mantiene posturas atípicamente progresistas para un político republicano, está enfrentado a los halcones del Gobierno. La suspensión de las ayudas a los programas de planificación familiar de la ONU -que él mismo se vio forzado a anunciar- parece haber aumentado su frustración.

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Colin Powell, el único residuo liberal en un Gobierno crecientemente conservador, niega estar a punto de dimitir: 'No me voy', dijo de manera escueta cuando los periodistas le trasladaron los comentarios sobre su intención de renunciar al cargo de secretario de Estado. Powell, que mantiene posturas atípicamente progresistas para un político republicano, está enfrentado a los halcones del Gobierno. La suspensión de las ayudas a los programas de planificación familiar de la ONU -que él mismo se vio forzado a anunciar- parece haber aumentado su frustración.

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Powell mantiene una relación respetuosa pero distante con George Bush y cada día se hace más evidente su soledad en el círculo que rodea al presidente de EE UU. Colin Powell siempre ha sido el contrapunto político e ideológico en el Gobierno Bush, tanto que algunos de sus conocidos aseguran que su adscripción republicana se basa sólo en el hecho de que su promoción militar y profesional haya sido impulsada por miembros de ese partido. Hay pocos matices en su filosofía política en línea con el 'conservadurismo compasivo' que acuñó Bush para definir la doctrina de su Gobierno.

El último golpe al reducto progresista en el que Powell está atrincherado ha sido especialmente doloroso para él. Como secretario de Estado, se ha visto obligado a anunciar la cancelación de 34 millones de euros en ayudas a la ONU para agencias internacionales de planificación familiar. Bush, siempre fiel a la más estricta política antiabortista, no podía consentir que parte de ese dinero pudiera acabar en organizaciones o Gobiernos que fomentan planes de control de la natalidad enfrentados a sus propias convicciones personales.

El punto de vista de Powell es extremadamente antirepublicano: no sólo defiende con devoción el derecho al aborto sino que propugna también la educación en métodos anticonceptivos para evitar embarazos no deseados. Cualquier otro miembro de su partido está obligado a defender la abstinencia como único sistema de control de la natalidad.

Según The New York Times, Powell parece cada vez más 'deprimido' por su falta de influencia ideológica en las decisiones de su Gobierno. Aunque Bush respeta su opinión y su estatura diplomática, él y Powell no mantienen la relación cordial que el presidente fomenta con sus colaboradores más cercanos.

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En el fondo del dilema está un enfrentamiento político que se ha extendido a lo largo de estos 18 meses de Gobierno. La moderación que propugna el secretario de Estado es antagónica con la dureza ideológica de los halcones, especialmente el vicepresidente, Dick Cheney, y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.

Powell se ha opuesto sistemáticamente a algunas de las decisiones más controvertidas de su Gobierno. No es sólo que no comparta posturas que fomentan una doctrina unilateral, como la negativa de EE UU a sumarse a los acuerdos medioambientales de Kyoto; su disconformidad afecta por encima de todo al ámbito del que él es responsable: la política internacional.

El jefe de la diplomacia de EE UU no es en absoluto partidario de que se haya llegado a un punto en el que se diseñan planes para invadir Irak. También luchó en la cocina de la Casa Blanca contra el peligroso concepto del eje del mal, por el que Bush puede pasar a la historia. Y por encima de todo, Powell ha luchado contra la obstinación de Bush por negar a Yasir Arafat un papel negociador en el conflicto de Oriente Próximo. Bush nunca ha invitado a Arafat a Washington y nunca ha conversado con él; Powell mantiene contactos constantes con el líder palestino y le acepta como interlocutor y representante de los intereses de su pueblo.

Richard Holbrooke, que habría sido secretario de Estado si Al Gore hubiera ganado las últimas elecciones, dice: 'No estamos hablando de diferencias personales derivadas de la ambición o de personalidades fuertes: son diferencias filosóficas profundas sobre el papel de EE UU en el mundo. Una es la perspectiva conservadora tradicional y la otra', añade Holbrooke, 'es radicalmente distinta'.

Powell, que llegó ayer a Nueva Delhi para tratar de calmar la disputa entre India y Pakistán por la región de Cachemira, ha repetido varias veces que 'cualquier trabajo tiene altibajos', incluido el suyo, pero niega que la dimisión esté entre sus opciones inmediatas.

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