CRÓNICAS DEL SITIO

Decir España

Hubo un sótano perdido en cierta calle de Buenos Aires, donde existía un punto mágico desde el que podía contemplarse el universo. Lo encontré en un cuento de Borges que se llamaba como ese punto, el Aleph.

Aquel sótano quedó destruido, como tantas otras cosas de Argentina. Y el Aleph pasó a residir en la imaginación de los lectores de Borges. Hasta que se creó Internet. Las enormes computadoras que al principio sólo servían para calcular deprisa, se anudaron unas con otras y se convirtieron en miradores. Ahora cada ciudadano de país rico podía ya tener su Aleph....

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Hubo un sótano perdido en cierta calle de Buenos Aires, donde existía un punto mágico desde el que podía contemplarse el universo. Lo encontré en un cuento de Borges que se llamaba como ese punto, el Aleph.

Aquel sótano quedó destruido, como tantas otras cosas de Argentina. Y el Aleph pasó a residir en la imaginación de los lectores de Borges. Hasta que se creó Internet. Las enormes computadoras que al principio sólo servían para calcular deprisa, se anudaron unas con otras y se convirtieron en miradores. Ahora cada ciudadano de país rico podía ya tener su Aleph.

Hoy es más fácil encontrar algo (o alguien) tecleando una palabra en el navegador, que salir a buscarlo a la calle o entre los libros apilados en la estantería. Y como al Aleph de Borges, a éste también llega todo en tropel, confundiéndose lo valioso con lo irrelevante. Nos encontramos en un inmenso pajar donde aún queda por encontrar la aguja o el diamante oculto entre la paja.

Hoy hace falta coraje para decir 'Adiós' o 'España' en esta parte del mundo

Por eso los niños deberán ser educados para moverse en un mundo muy distinto al nuestro, en el que las distancias no se miden en kilómetros sino en clicks. Paradójicamente las distancias no se han anulado, sino que algunas se han hecho abismales. Porque la cercanía a los signos no suple la búsqueda esencialmente humana de significados.

Como reacción, sin duda, en Euskadi estamos dedicados los últimos veinticinco años a una carrera de signo contrario. La búsqueda nacional del punto ciego, desde el que lograremos no ver lo que no conviene.

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El punto ciego es una maravilla de nuestra retina, que elimina una parte de nuestra percepción sin que nos demos cuenta siquiera de su ausencia. Si usted no es vasco, puede compartir por unos instantes nuestra identidad, observando con el ojo izquierdo la ikurriña que ilustra estas líneas. Vaya acercándose lentamente sin dejar de mirar a la bandera y, a unos veinte centímetros, España habrá desaparecido por completo. Lo más curioso es que usted no sentirá que falta nada. El cuadro está impecable como si España nunca hubiese existido. Esta sorprendente experiencia, los vascos-vascos y las vascas-vascas la logran a cualquier distancia. Es el Antialeph. Un lugar en el mundo también llamado Euskalherria, desde el que se consigue evitar que la malsana realidad venga a enturbiar la complaciente visión de uno mismo. Ese punto mágico no se encuentra como el borgiano en ningún sótano y uno puede llevarlo consigo dondequiera. Armado con un móvil punto-ciego, el vasco-vasco podrá recorrer su patria chapoteando en la inmundicia mientras cree que pisa pétalos de rosa. Podrá llevarlo consigo a su chalet de Noja o Benidorm, y hasta dar la vuelta al mundo sin ver más que lo maravilloso que le resulta ser vasco comparado con todo lo demás.

Claro que este enorme poder de apercepción lleva consigo una gran responsabilidad. Ya lo dice Spiderman. Porque aunque el vasco-vasco no sea capaz de pronunciar ni escuchar la palabra España, su sentido arácnido le advierte de inmediato cuando en las inmediaciones otro vasco ha pronunciado la palabra. Entonces rápidamente localizará con su móvil al cuñado que monta guardia en un batzoki: -'Lo ha dicho. Ha pronunciado la palabra. Y encima, es un ertzaina'. Pobre guardia autonómico que creyó que por estar en la Rioja no se iban a enterar.

Hoy hace falta coraje para decir España en esta parte del mundo. Te puede llover un expediente o quién sabe qué más. El aventurero que busque adrenalina, la encontrará aquí de sobra. Aunque yo no le recomendaría que empezase por una provocación de tal magnitud. Podría comenzar con algo más suave: tomarse un vino en cualquier bar del casco viejo y salir diciendo simplemente 'Adiós'. Aquí los vascos-vascos (y los que quieren quedar bien con ellos) saludan diciendo 'Egun-ón' y se despiden diciendo Agúr, todo bien acentuado. Los que no quieren meterse en política dicen 'Hola' y 'Hasta luego'. Pero 'Adiós', eso sólo lo dice hoy un rebelde.

Con este sencillo experimento de convivencia, el curioso viajero podrá observar sin riesgo las miradas hostiles y sentirá que el corazón le palpita con garbo. Luego podrá decidir si está dispuesto a correr mayores riesgos, como soltar en mitad de una frase la palabra 'España'. No obstante, si se decide a dar este paso, deberá tener mucho cuidado de que no se le vaya a escapar algo como: 'Aquí en España'. Para eso, necesitaría ya llevar escolta.

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