Editorial:

Golpe al golpe

Gustará más o menos en las cancillerías occidentales que compartieron en alguna medida la satisfacción de Washington ante el derrocamiento de Hugo Chávez, pero la evolución de los acontecimientos en Venezuela ha venido a demostrar que cuenta con el apoyo de una mayoría de la población, que lo quiere en la presidencia, de la que fue depuesto y reinstalado por los militares en una confusa asonada.

Después de 48 horas y una veintena de muertos, la noria del destino de este hombre ha dado una vuelta completa. El jueves, los enfrentamientos entre partidarios y adversarios suyos causaban en C...

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Gustará más o menos en las cancillerías occidentales que compartieron en alguna medida la satisfacción de Washington ante el derrocamiento de Hugo Chávez, pero la evolución de los acontecimientos en Venezuela ha venido a demostrar que cuenta con el apoyo de una mayoría de la población, que lo quiere en la presidencia, de la que fue depuesto y reinstalado por los militares en una confusa asonada.

Después de 48 horas y una veintena de muertos, la noria del destino de este hombre ha dado una vuelta completa. El jueves, los enfrentamientos entre partidarios y adversarios suyos causaban en Caracas de 10 a 15 muertos, y las voces en la milicia y el empresariado se hacían más insistentes pidiendo la renuncia de Chávez; el viernes, un grupo de oficiales que dirigía el jefe del Ejército, Efraín Vásquez, se llevaba al presidente a lugar seguro, mientras le entregaba el poder al líder empresarial, Pedro Carmona, para ponderar entonces qué hacer con el derrocado, puesto que éste se negaba a firmar su renuncia. Allí no había vacío institucional, llenado por el Ejército, sino un golpe militar que provocaba un vacío imposible de llenar sin vulnerar toda clase de normas.

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Extrañamente en un hombre de su edad y presumible conocimiento, el empresario Pedro Carmona, investido presidente provisional por el Ejército, creyó que le habían dado el poder para que hiciera con él lo que le viniera en gana; no sabía que sólo era el componente civil del golpe, y apenas jurada la presidencia empezó a derogar, destituir y desmantelar. De la República Bolivariana, empezando por el nombre, no tenían que quedar ni los sellos, mientras él se autoconcedía un año para gobernar a golpe de decreto. Al tiempo, multitudes formadas por una Venezuela mayoritariamente pobre salían a la calle reclamando la vuelta de su presidente a Miraflores, voceando con razón que aquello había sido una violación de la legalidad constitucional.

Las críticas a la gobernación de Chávez han sido generales en el mundo democrático, sobre todo en el último año, en que le ha dado por visitar a dictadores como Castro o Sadam Husein, y por escribirse con terroristas como el famoso Carlos, en vez cumplir sus promesas de prosperidad y justo reparto. Decisiones discutibles suyas provocaron una fuerte polarización social y le enfrentaron con sectores representativos de la sociedad civil, contra los que empleó más demagogia que razones. Pero los últimos hechos revelan que su popularidad no se había desplomado.

El golpe había calculado mal sus fuerzas, y la continuidad de Carmona podía haber llevado a una grave división de las Fuerzas Armadas. Esta eventualidad y el menudeo de apoyos al derrocado entre la oficialidad han aconsejado un cambio de rumbo, con la forzada dimisión de Carmona y el más meteórico aún mandato del vicepresidente de Chávez, Diosdado Cabello, que sólo asumía el cargo para dar tiempo a la reaparición de su jefe.

Todo ello deja flotando una sensación de desconcierto castrense, que en 48 horas ha hecho un viaje de ida y vuelta que dejará sin duda profundas heridas en el interior de unas Fuerzas Armadas que a todas luces no han abandonado su voluntad de influir decisivamente en la vida política. Tampoco sale bien librada la oposición civil, que, a falta de partidos políticos, se estaba organizando en torno a la patronal y los sindicatos. Pero también queda seriamente tocado un presidente Chávez que no es ajeno a los grupos de seguidores armados que dejaron una veintena de muertos en la represión de las manifestaciones del jueves. El hoy resucitado presidente tendrá que abordar el futuro con métodos distintos. Es el momento para que el ex militar recapacite, ordene prioridades, entienda que el modelo cubano ya no sirve ni para La Habana, que abandone, como ha prometido, el revanchismo y que comprenda que Venezuela es un país occidental, donde no tiene por qué ser imposible mejorar la suerte de los venezolanos y erradicar la eterna plaga de la corrupción, dentro de un marco mundialmente homologable. De todo lo cual, dicho sea de paso, Chávez ha hecho muy poco hasta la fecha.

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