Crítica:

Aviso para distraídos

Este libro, breve pero enjundioso, versa 'sobre la certeza de que la indiferencia o el miedo favorecen y alientan la persecución, y de que, como dijo Eugenia Ginzburg, prisionera en los campos de concentración estalinistas, 'el asesino no sólo es aquel que da el golpe'. De modo que el subtítulo resume bien lo que contiene esta investigación: Persecución e indiferencia. Su autora, Beatriz Martínez de Murguía (que también publicó no hace mucho un interesante estudio sobre La policía en México), es una donostiarra afincada al otro lado del Atlántico, pero cuyas preocupaciones no olv...

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Este libro, breve pero enjundioso, versa 'sobre la certeza de que la indiferencia o el miedo favorecen y alientan la persecución, y de que, como dijo Eugenia Ginzburg, prisionera en los campos de concentración estalinistas, 'el asesino no sólo es aquel que da el golpe'. De modo que el subtítulo resume bien lo que contiene esta investigación: Persecución e indiferencia. Su autora, Beatriz Martínez de Murguía (que también publicó no hace mucho un interesante estudio sobre La policía en México), es una donostiarra afincada al otro lado del Atlántico, pero cuyas preocupaciones no olvidan las fechorías que se cometen cotidianamente en su terruño natal. La obra trata de los dos grandes terrores totalitarios del siglo pasado, el nazi y el comunista, aunque no se dedica a detallar la larga lista de atrocidades que cometieron ni pretende analizar las causas de ese asesinato masivo y fríamente planificado. Prefiere en cambio indagar la actitud de los numerosos testigos que, con los brazos cruzados o encogiéndose de hombros, asistieron a las vejaciones y los crímenes sin hacer nada por evitarlos. Colaborando así pasivamente con los verdugos y a veces incluso racionalizando o comprendiendo por 'razones políticas' los atropellos que padecían sus vecinos, aunque sin dejar por ello -eso sí- de deplorarlos piadosamente cuando no resultaba peligroso hacerlo.

Descifrando cenizas.

Beatriz Martínez de Murguía. Paidós. México, 2002. 125 páginas.

Los criminales nazis o estalinistas fueron brutos implacables y detestables, nadie lo duda ya, pero quienes los miraban hacer, o quienes se tapaban los ojos para no ver y los oídos para no oír, quienes recordaban con un suspiro que también las víctimas tuvieron 'su parte de culpa', quienes no tomaron partido para no crispar aún más las cosas, quienes siguieron haciendo su vida cotidiana normalmente -comiendo con apetito, llevando a sus hijos al colegio, asistiendo a conciertos y espectáculos, concluyendo sus negocios e incluso beneficiándose en ocasiones de los despojos sufridos por otros-, mientras murmuraban de vez en cuando 'ojalá pronto acabe todo esto', ésos... ¿qué fueron? ¿Personas prudentes, ciudadanos desconcertados, buena gente atrapada en un torbellino del que no sabían cómo salir? ¿O canallas de otro modelo, canallas light?

En el prólogo dice la autora:

'Este libro se refiere también, aunque no los mencione, a los perseguidos de hoy, a su soledad y, en lo que me toca de cerca, a los cientos de vascos hoy acosados, señalados con el dedo o en pasquines de los muros de las ciudades y los pueblos vascos; a todos los vascos que se oponen a la tiranía y que se juegan la vida por ser libres'. Por supuesto, la situación actual en el País Vasco no es ni mucho menos igual a la de la Alemania nazi: afortunadamente, Euskadi forma parte del Estado democrático español y gracias a ello existe un referente legal que dificulta los abusos del peor nacionalismo y condena sin rodeos las agresiones totalitarias, aunque no siempre pueda impedirlas o castigarlas. No tenemos campos de concentración ni cámaras de gas: sólo nos afligen asesinatos y estragos, secuestros, extorsión mafiosa, hostigamiento de ciudadanos, gente que debe abandonar su trabajo en la universidad, en la empresa o en el ayuntamiento porque ya no soporta más amenazas, profesores que no pueden dar clase y que se ven sustituidos en sus puestos por quienes piensan de manera radicalmente opuesta... En los últimos 12 años, aproximadamente el 10% de la población vasca ha decido cambiar de aires; en el entusiasmo posprandial de una reciente cena-coloquio en Barcelona, Arnaldo Otegi calculaba que con otros 200.000 excluidos del censo ya se podría realizar con garantías -es decir, con garantías de ganar- el referéndum independentista. Por supuesto, no hay que ser exagerados y debemos reconocer que estos inconvenientes son notablemente menores que los sufridos por los judíos en la Alemania nazi.

Pero en lo tocante a la actitud de inhibición y complicidad pasiva con la barbarie por parte de la población, las similitudes con la época oscura del nazismo son tan evidentes que Martínez de Murguía no quiere subrayarlas y las deja al criterio del lector reflexivo. En Alemania hubo un sentimiento xenófobo, compartido incluso por muchos ciudadanos opuestos al nazismo y en sí mismo no violento, hoy diríamos 'democrático', que sirvió de caldo de cultivo y justificación a la brutalidad parda: el antisemitismo. Su equivalente en el País Vasco actual es el antiespañolismo, que ha cumplido funciones criminógenas similares entre los nacionalistas llamados 'democráticos'. A Victor Klemperer, cuyo testimonio es uno de los más manejados en el libro y que salvó probablemente la vida por estar casado con una no judía, le irritaba que le dijesen constantemente: '¿Su esposa es alemana, verdad?'. ¡Como si él por ser judío ya no fuese alemán! También en Euskadi, los nativos que no podemos o queremos esconder nuestra condición de españoles estamos hartos de ser considerados por ello como vascos dudosos o imposibles. Los contemporáneos alemanes de los desafueros nazis no se sentían responsables porque no los cometían personalmente ni los promovían: pero sólo en raros y valientes casos brindaron a las víctimas su simpatía y prácticamente nunca su apoyo activo. Con honrosas y algo más frecuentes excepciones, pasa lo mismo en el País Vasco: los delincuentes obtienen más complicidades tácitas y mayor comprensión ideológica que quienes abiertamente les denuncian.

Sin embargo, esta interesa

da y culpable indiferencia ante la persecución no fue exclusiva de los conciudadanos de los perseguidos. También se dio entre los países del resto de Europa, que a menudo compartían el prejuicio antisemita con los nazis como hasta hace poco -quizá todavía hoy- aceptaron acríticamente que ser 'vasco' es la ficción excluyente y etnicista que establecen los nacionalistas. Cabe hacerse una pregunta terrible: si Hitler no hubiera desencadenado la guerra al invadir otros países, si se hubiera limitado a hostigar y deportar a los alemanes judíos, incluso a asesinar a parte de ellos... ¿habrían intervenido contra él las potencias democráticas o se hubieran encogido de hombros considerando la persecución un 'asunto interno', como hicieron durante demasiado tiempo? Y, volviendo al presente: si no hubiesen ocurrido los atentados del 11 de septiembre que transformaron por orden norteamericana en preocupación internacional toda forma de terrorismo... ¿no habrían seguido gozando de relativa tolerancia y cierto amparo ideológico los asesinos de ETA que pululan por tantos países? En fin, acabemos constatando melancólicamente con Zygmunt Baugman (en Modernidad y holocausto) 'la facilidad con que la mayor parte de las personas, cuando se las pone en una situación en la que no tienen una elección buena o bien esa elección es demasiado costosa, se convencen a sí mismas y se alejan de la cuestión del deber moral'.

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