Tribuna:A DEBATE

Mercados y salarios

El anuncio de que Lear cierra su planta de Cervera para trasladarse a Polonia ha coincidido con el viaje del presidente Jordi Pujol para promocionar la inversión catalana en ese país. Probablemente ha sido una coincidencia desgraciada; pero, como cuestión de fondo relevante, ¿es aceptable que Pujol anime a los empresarios catalanes a hacer lo mismo que criticamos a Lear? Vaya por delante que me parece bien la conducta del presidente. Permítanme que plantee mis argumentos en forma de pregunta: ¿Por qué las empresas se implantan en otros países? ¿Van buscando salarios más bajos o nuevos mercados...

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El anuncio de que Lear cierra su planta de Cervera para trasladarse a Polonia ha coincidido con el viaje del presidente Jordi Pujol para promocionar la inversión catalana en ese país. Probablemente ha sido una coincidencia desgraciada; pero, como cuestión de fondo relevante, ¿es aceptable que Pujol anime a los empresarios catalanes a hacer lo mismo que criticamos a Lear? Vaya por delante que me parece bien la conducta del presidente. Permítanme que plantee mis argumentos en forma de pregunta: ¿Por qué las empresas se implantan en otros países? ¿Van buscando salarios más bajos o nuevos mercados donde crecer? En todo caso, ¿qué efecto tienen las nuevas inversiones en el empleo nacional?, ¿lo reducen o lo aumentan? Demasiadas preguntas para tan poco espacio. Pero apuntaré algunos argumentos.

Una investigación de mediados de la década pasada sobre las motivaciones de las empresas europeas para invertir en otros países, especialmente en América Latina, aporta dos conclusiones interesantes. La primera, el impulso básico para la internacionalización no parece ser la búsqueda de salarios más bajos, sino la expansión hacia nuevos mercados. De hecho, a algunas empresas que trasladaron su producción hacia el norte de África sólo por motivos salariales no les ha ido nada bien. Segundo, y esto puede parecer más sorprendente, la implantación en esos nuevos mercados no parece perjudicar el empleo en el país de origen. La razón no está clara, pero puede tener que ver con el hecho de que las empresas que se internacionalizan son organizaciones con un cierto grado de madurez de sus procesos y productos, una cadena de valor compleja, actividades de alto valor añadido y otras directamente relacionadas con la producción. Las inversiones fuera tienden a aumentar el empleo en la empresa matriz relacionado con las fases de alto valor añadido. Y aumenta la exportación de componentes o productos finales desde la matriz a las filiales.

Pero, aunque estuviésemos seguros de que la deslocalización va buscando salarios bajos, ¿podemos acusar a esas empresas de explotar a los trabajadores de esos países? Seamos honestos. ¿Por qué las empresas automovilísticas europeas y norteamericanas vinieron a España en los cincuenta y los sesenta? Fundamentalmente, por salarios bajos. ¿Fue eso explotación? No. Si no lo fue en nuestro caso, ¿por qué ha de serlo en otros? No podemos pretender seguir compitiendo eternamente en salarios con los países que vienen detrás. De ahora en adelante nuestra competitividad ha de apoyarse en ventajas de producto y una mayor productividad, no en salarios. Es el gran reto de nuestro país.

Algún lector se preguntará si esto es una justificación del comportamiento de Lear. Por lo que conozco, la respuesta es no. Las empresas deben entender que hay que someterse a un código de conducta en sus relaciones laborales y que la economía de libre mercado no es sinónimo de campi qui pugui.

Antón Costas es catedrático de Economía Aplicada.

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