Editorial:

Afganistán, año cero

Lo que parecía improbable ha sucedido, y Afganistán, pese a continuar la guerra contra el talibanismo residual, ha conocido en Kabul el primer traspaso de poder pacífico en décadas, según el guión del acuerdo entre sus facciones auspiciado por la ONU en Bonn el mes pasado. Ese golpe de forzada normalidad en un país que lleva 23 años sin conocer la paz ha suscitado enormes esperanzas entre los extenuados afganos, prolongadas ayer con la reunión inaugural de un Gobierno interino que preside el pastún moderado Hamid Karzai, en el que se sientan dos mujeres.

El calendario previsto incluye l...

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Lo que parecía improbable ha sucedido, y Afganistán, pese a continuar la guerra contra el talibanismo residual, ha conocido en Kabul el primer traspaso de poder pacífico en décadas, según el guión del acuerdo entre sus facciones auspiciado por la ONU en Bonn el mes pasado. Ese golpe de forzada normalidad en un país que lleva 23 años sin conocer la paz ha suscitado enormes esperanzas entre los extenuados afganos, prolongadas ayer con la reunión inaugural de un Gobierno interino que preside el pastún moderado Hamid Karzai, en el que se sientan dos mujeres.

El calendario previsto incluye la convocatoria en seis meses de una asamblea de notables tribales, presidida por el ex rey Zahir, que designará al Gobierno encargado de redactar una Constitución y dirigir el país hasta las primeras elecciones, previstas en 2004. Los dos requisitos de esta tarea formidable son mantener la seguridad y extender el control administrativo de Kabul sobre un país fracturado en manos de caudillos regionales. Ése es el desafío básico de Karzai y el que determinará su éxito o su fracaso.

En esta tarea debe ayudar la fuerza internacional de pacificación autorizada por el Consejo de Seguridad. Su embrión de marines británicos, desplegado en la capital, se completará en las próximas semanas con la llegada de otros contingentes, principalmente de países europeos, entre ellos España, hasta llegar a un número indeterminado entre 3.000 y 5.000 soldados. Esas tropas, facultadas para usar la fuerza en el ejercicio de su misión, estarán bajo control británico, aunque en última instancia responderán ante el mando de operaciones estadounidense.

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De creer en las apariencias, el flamante Gobierno nace con el acatamiento de los más significativos señores de la guerra, básicamente de la dominante Alianza del Norte. En las solemnidades de Kabul estaban presentes algunos de ellos, como el uzbeko Rashim Dostum o Ismail Khan, el señor de Herat. Pero la realidad es que Afganistán, sobre todo tras los masivos ataques estadounidenses, es más que nunca un rompecabezas de feudos privados. Y que sus redivivos caudillos -los mismos que desmembraron lo que quedaba del país tras la retirada soviética- no están acostumbrados a recibir órdenes de ningún poder central. Y además son clave en la estrategia actual de EE UU.

El reto adquiere su verdadera dimensión si se tiene en cuenta que Karzai carece de base política en Kabul y de fuerza militar propia. Y que sólo tiene seis meses para establecer un germen de Administración estatal y convencer a esa plétora de poderosos cabecillas de que es imprescindible renunciar a su armamento pesado y sus ejércitos para alumbrar el nuevo Afganistán.

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