Editorial:

La rendición de Omar

Mohamed Omar, el misterioso mulá que impulsó uno de los regímenes más retrógrados del mundo, el de los talibanes en Afganistán, pareció rendirse ayer. Debería entregar hoy el primer y último bastión talibán, la ciudad de Kandahar. Muchos interrogantes rodean este paso, negociado entre afganos, y que ayer no parecía gustar a la Administración de Bush si, entre las condiciones para la rendición, el primer ministro del Gobierno interino de Afganistán, Hamid Karzai, ha prometido una amnistía al líder espiritual y político de los talibanes y sus seguidores si renuncian al terrorismo. Al meno...

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Mohamed Omar, el misterioso mulá que impulsó uno de los regímenes más retrógrados del mundo, el de los talibanes en Afganistán, pareció rendirse ayer. Debería entregar hoy el primer y último bastión talibán, la ciudad de Kandahar. Muchos interrogantes rodean este paso, negociado entre afganos, y que ayer no parecía gustar a la Administración de Bush si, entre las condiciones para la rendición, el primer ministro del Gobierno interino de Afganistán, Hamid Karzai, ha prometido una amnistía al líder espiritual y político de los talibanes y sus seguidores si renuncian al terrorismo. Al menos ésta es la versión talibán. Karzai se ha limitado a afirmar que garantizaría la seguridad de Omar.

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Los términos en que se pacte la rendición están confusos, pero importan. EE UU ha rechazado desde el principio toda negociación con los talibanes que no fuera para una rendición incondicional y la captura o eliminación de sus líderes, que no se pueden marchar sin pagar por los daños causados. La negociación con Omar se ha llevado a cabo a través de intermediarios y se desconoce su paradero. Omar no cede ante EE UU, sino que ha pactado con Karzai, quien, si se confirma la rendición y, por tanto, la salvación de muchas vidas en Kandahar, ganará en popularidad y legitimidad para desempeñar el cargo que le encomendó la víspera la conferencia de Bonn. Estas noticias deben acogerse con prudencia al recordar que a la rendición oficial de la ciudad de Mazar-i Sharif siguieron feroces combates. Entre los que luchan con los talibanes hay muchos extranjeros que no tienen dónde ir, y cuya salida de Afganistán quiere impedir EE UU. Por otra parte, algunos afganos, como el poderoso uzbeco Dostum, se han sentido relegados en el acuerdo sobre el Gobierno provisional. Controlar a los señores de la guerra y a los luchadores que no se puedan esfumar en la población o salir del país va a resultar una tarea sumamente ardua.

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De confirmarse hoy, la rendición de Kandahar y de Omar indicaría que el derrocamiento del régimen integrista, uno de los objetivos centrales de EE UU en esta guerra, ha sido alcanzado. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, llamó a la cautela, pues la toma de las ciudades no significa el fin del conflicto: quedan bolsas de talibanes armados y de grupos de Al Qaeda. La victoria no se podrá proclamar hasta que Osama Bin Laden, a quien se persigue incluso bajo tierra en las montañas de Afganistán, haya sido capturado y se hayan desmontado sus bases y redes.

Estados Unidos, con un absoluto dominio tecnológico en su dura campaña aérea y de comandos en tierra, y utilizando para los combates terrestres a los ejércitos de afganos opuestos a los talibanes, está logrando sus objetivos, básicamente arriesgando poco sus propias tropas. Dos meses después de comenzada la campaña militar y a casi tres de los ataques terroristas del 11 de septiembre, se puede considerar que la estrategia ha funcionado.

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