CIEN AÑOS DE UN MAGO

Yo fui dibujante en la factoría

La primera película de Disney que vi fue Pinocho. Tenía cuatro años, me aterrorizó la ballena y lloré como un hombrecito. Desde ese día me obsesioné con sus dibujos, y cuando Walt Disney murió, en 1966, recuerdo que Televisión Española organizó una colecta para erigir una estatua suya en Prado del Rey. Yo tenía ocho años y, por supuesto, aporté parte de mis ahorros, así que no les extrañará que les cuente que el día que entré a trabajar en los estudios de animación más importantes del mundo sintiera una emoción especial y única para un chico madrileño que salía de la Facultad de Ciencia...

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La primera película de Disney que vi fue Pinocho. Tenía cuatro años, me aterrorizó la ballena y lloré como un hombrecito. Desde ese día me obsesioné con sus dibujos, y cuando Walt Disney murió, en 1966, recuerdo que Televisión Española organizó una colecta para erigir una estatua suya en Prado del Rey. Yo tenía ocho años y, por supuesto, aporté parte de mis ahorros, así que no les extrañará que les cuente que el día que entré a trabajar en los estudios de animación más importantes del mundo sintiera una emoción especial y única para un chico madrileño que salía de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, rama Imagen.

Colaboré con ellos por primera vez para hacer ¿Quién engañó a Roger Rabbit? Fueron dos años en Londres en los que me encargué de dibujar el conejo. Quedaron contentos con mi trabajo y me ofrecieron trasladarme a Los Ángeles para trabajar allí. Entré por la puerta el 1 de abril de 1991. Mi primer día en Disney fue un cursillo de orientación en el que me enseñaron lo que era la empresa. Como era dibujante, me libré de la prueba por la que han de pasar los ejecutivos, que deben disfrazarse de un personaje Disney en un parque temático y vivir en su piel. Desde ese día hasta que salí de la compañía, hace dos años, he realizado ocho películas, de Aladino a La bella y la bestia, pasando por El rey león, Tarzán, Pocahontas o Fantasía 2000. Ese periodo fue conocido como la segunda etapa dorada de la compañía. La primera empezó con el primer largo, Blancanieves y los siete enanitos (1937) y terminó en 1967 con El libro de la selva.

Hay algo que distingue a los dibujos Disney de los demás. Es que piensan, sienten, actúan. Para eso te enseñan. Tienes que prepararte con clases de actuación, escultura y, por supuesto, dibujo. Luego, cuando te sientas al tablero, llevas el peso de muchos años de historia y crees que los fantasmas de los dibujantes clásicos te están mirando por encima del hombro. Pero, aparte de los medios técnicos que te permiten emplear ahora los últimos avances en animación digital y de la ingente cantidad de personas que elaboran las películas, que pueden llegar hasta 3.000, como en el caso de Tarzán, en Disney hay otras ventajas para superar la responsabilidad que supone trabajar allí. Durante los tres o cinco años que suele durar un proyecto, puedes recurrir a cualquier dibujo de la compañía. Se guardan en un sitio que llamamos la morgue y es como un gran depósito de cadáveres de papel y lápiz que te salvan de muchos apuros. Allí se esconde toda la obra de los estudios y es una de las cosas que convierten aquel lugar en algo especial.

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