Columna

Goya para todos

Habría que hacer un desmentido, poner las cosas en claro y las cartas boca arriba, decirle a la gente: 'De acuerdo, les habíamos engañado, la verdad es que no todos los caminos conducen a Roma, ni la letra con sangre entra, ni quien bien te quiere te hará llorar, la cara es el espejo del alma, siempre hay una luz al final del túnel, veinte años no es nada, no hay mal que por bien no venga y todo eso. Olvídenlo, sólo se trataba de unas cuantas frases, de una forma de hablar. Pura palabrería. Otra cosa es si nos preguntan por el muerto al hoyo y el vivo al bollo, torres más altas han caído o por...

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Habría que hacer un desmentido, poner las cosas en claro y las cartas boca arriba, decirle a la gente: 'De acuerdo, les habíamos engañado, la verdad es que no todos los caminos conducen a Roma, ni la letra con sangre entra, ni quien bien te quiere te hará llorar, la cara es el espejo del alma, siempre hay una luz al final del túnel, veinte años no es nada, no hay mal que por bien no venga y todo eso. Olvídenlo, sólo se trataba de unas cuantas frases, de una forma de hablar. Pura palabrería. Otra cosa es si nos preguntan por el muerto al hoyo y el vivo al bollo, torres más altas han caído o por polvo eres y en polvo te convertirás; ahí sí que no les habíamos mentido, lo pueden ver con sus propios ojos, lo pueden comprobar cada uno de los días de su vida'.

Seguro que sería así. Seguro que si para hacer ese desmentido que pusiera las cosas en claro y las cartas boca arriba se analizasen y reorganizaran todos esos dichos hermosos, absurdos, exactos, obscenos, sabios, pueriles, supersticiosos o innegables en los que consiste la manera de hablar de un país, habría algunas frases que caerían a plomo y otras que saldrían reforzadas. Entre las primeras estaría 'todo tiene un límite', y entre las segundas, 'todo tiene un precio'. De hecho, esas dos frases están relacionadas entre sí, una depende de la otra; cuando la segunda es cierta, la primera es falsa. Cuando se tiene el dinero suficiente para evitarlo, uno no se muere del cáncer que mata a los otros, ni es condenado a la silla eléctrica a la que son condenados los otros, ni se queda mucho tiempo en las cárceles donde se quedan los otros. No hace falta ni que dé nombres, me apuesto lo que sea a que ya saben en quiénes estoy pensando.

Pero no hace falta llevar las cosas hasta ese punto para ver que todo tiene un precio, pero no todo tiene un límite. Piensen en el robo que acaba de sufrir la empresaria Esther Koplowitz, en ese asalto a su casa del paseo de La Habana donde perdió dos cuadros de Goya, entre otras maravillas. ¿Dónde están esos cuadros ahora? ¿Qué loco o sinvergüenza los mira a solas en este mismo instante? Ésas son las primeras preguntas. Pero hay otra: ¿por qué tenía Esther Koplowitz esos cuadros en su casa, en un piso tan accesible a los perturbados, tan fácil de robar?

Sin duda, Esther Koplowitz no puede ser acusada de nada, excepto de tener un gusto exquisito, a la vista de las obras de arte que colgaban de los muros de su casa de Madrid. Sin duda, querer poseer un cuadro de Goya no es un crimen, y si esta mujer tenía dos será porque alguien los vendía y ella tenía el dinero suficiente como para comprarlos. Así que todo es legal, pero ¿es razonable? En ese aspecto es donde sí existen serias dudas. ¿Hasta qué punto un cuadro de Goya tiene un precio, puede ser comprado con esos dos mil millones que dicen que vale cada uno de los que le han robado a Koplowitz? ¿Hasta qué punto un pedazo esencial de la historia de un país, como lo son esos dos cuadros robados del autor de Los fusilamientos del dos de mayo y La maja vestida, puede estar en poder de una sola persona, por mucho que esa persona lo trate como oro en paño y lo preste cuando se necesita para ser exhibido en una exposición? Habría que preguntarse si un cuadro de Goya no debe ser un bien público, como un monumento o un parque natural. ¿Qué pensaríamos si el Coto de Doñana o el monasterio de El Escorial o el Acueducto de Segovia tuviesen un precio y, por lo tanto, alguien pudiera comprarlos?

No parece muy descabellado pensar que, a ciertos niveles -y quién puede negar que Goya estaría al nivel más alto de todos los posibles-, la propiedad privada no debería existir. El Estado, que tiene la costumbre de gastar miles de millones en cosas innecesarias y hasta perjudiciales para los ciudadanos, debería ocuparse de solucionar este problema, de pagarle a los propietarios de un goya o un velázquez de categoría un precio justo o de ofrecerles ventajas fiscales tentadoras y recuperar para todos lo que debe ser de todos. ¿Es eso tan difícil? ¿No le expropian acaso a la gente normal sus casas para añadirle otro carril a una autopista? A algunos lo importante nos parece que un buen cuadro de Goya esté en el Museo del Prado, no que la carretera de La Coruña tenga otra pista. No todo debería tener un precio y hay cosas que deberían tener un límite.

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