Columna

Las flores venenosas

1. La violencia puede acabar con el movimiento sobre la globalización, que es una de las mejores esperanzas políticas de los últimos tiempos. Este movimiento había conseguido introducir en la agenda política de los organismos multilaterales y de la Unión Europea los problemas reales de la globalización: su carácter geográfico parcial, el desarrollo sostenible, la desigualdad, la pobreza, el paro, la brecha digital, la gobernabilidad, etcétera. Nunca como hasta hoy se había hablado tanto de estos asuntos, tanto al menos como de mercados liberalizados, ajustes macroeconómicos, sacrificios...

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1. La violencia puede acabar con el movimiento sobre la globalización, que es una de las mejores esperanzas políticas de los últimos tiempos. Este movimiento había conseguido introducir en la agenda política de los organismos multilaterales y de la Unión Europea los problemas reales de la globalización: su carácter geográfico parcial, el desarrollo sostenible, la desigualdad, la pobreza, el paro, la brecha digital, la gobernabilidad, etcétera. Nunca como hasta hoy se había hablado tanto de estos asuntos, tanto al menos como de mercados liberalizados, ajustes macroeconómicos, sacrificios permanentes, desregulaciones, etcétera. Desgraciadamente, la violencia los ha vuelto a marginar y los líderes políticos discuten ahora sobre cómo dar seguridad a sus reuniones y evitar los enfrentamientos.

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En vez de polemizar con los jefes de Gobierno, con los ministros de Economía o Asuntos Exteriores, con los técnicos del Fondo Monetario Internacional (FMI) o del Banco Mundial (BM), el protagonismo lo toman de nuevo los ministros del Interior, los jefes de la policía. El ministro del Interior alemán, Otto Schilly, propone una suspensión temporal del Tratado de Schengen, que permite atravesar libremente las fronteras de varios países de la UE, para evitar la presencia de los alborotadores. Y Aznar se suma encantado a esa iniciativa para evitar los disturbios en el primer semestre de 2002, cuando España asuma la presidencia europea.

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Los políticos del establishment balbucean oscuras financiaciones del movimiento, de tácticas organizadas de guerrilla urbana y de kale borroka multinacional; los globofóbicos acusan a la policía de provocar los actos de violencia para oscurecer sus verdaderos fines. Ha cambiado el terreno de juego. Es una marcha atrás muy significativa de la agenda sobre la globalización y sus defectos. Susan George, una de las intelectuales del movimiento (autora de libros como El Informe Lugano o El bumerán de la deuda) estuvo en Gotemburgo y, a través de la Red, condenó los actos de vandalismo con los siguientes argumentos:

- Hacen inevitablemente el juego al adversario, incluso cuando la policía es responsable del inicio de las hostilidades; los medios de comunicación y los políticos no hablan más que de la violencia; las ideas, las razones, las propuestas quedan escondidas.

- Cualquiera que piense que rompiendo escaparates y atacando a la policía 'amenaza al capitalismo' no tiene pensamiento político. Es un necio.

- No se puede construir un movimiento amplio y popular sobre la base de la violencia; la gente no vendrá a las manifestaciones ni seminarios de estudio.

- No es democrático. Hay grupos que nunca están en el trabajo preparatorio, que no hacen nada en la política de cada día, pero que aparecen en las manifestaciones como flores venenosas para romper cualquier acuerdo que haya sido negociado por los demás.

- Se insulta a los que rechazan y condenan la violencia, tratándolos de reformistas; pero no es nada revolucionario dividir el movimiento social y rechazar aliados potenciales, no es nada revolucionario generar la simpatía de la población hacia los adversarios; no es revolucionario oponerse a medidas parciales (tasa Tobin, renta básica de ciudadanía) esperando el gran día del asalto al Palacio de Invierno.

2. Hay al menos cinco categorías de propuestas en relación con la globalización, con todo lo que de maniqueo supone una calificación de este tipo, que exigiría matices. En primer lugar están los hagiógrafos de la globalización feliz, aquellos que creen que todo lo que procura es bueno; aquí se encuentran los neoliberales sin fisuras y toda la carcundia que estos días escribe del movimiento sobre la globalización sin entender nada de lo que sucede, insultando, acusando a sus componentes de indigencia intelectual desde su propia indigencia intelectual, que es la que les ha conducido al marginalismo de la derecha radical; impidiendo la presentación de alternativas al socaire de la violencia.

A continuación están los que cuestionan tan sólo los más flagrantes defectos de la globalización, como por ejemplo el trabajo y la explotación infantil, pero obviando u ocultando otros efectos centrales de la globalización como la creciente desigualdad que genera, o la ausencia de muchas zonas del mundo de los beneficios de la misma. En tercer lugar, los que defienden otro tipo de globalización que acompañe a la única realmente existente, la financiera; son los que pretenden una globalización de los derechos económicos y sociales, de los derechos humanos, de la ecología, y que sea gobernada por los representantes libremente elegidos por los ciudadanos, no por los mercados: se confrontan con esta globalización, pero no con el sistema ni con la economía de mercado. Por ello, no se sienten cómodos con el calificativo de globofóbicos. Están contra la globalización sin semáforos, sin reglas del juego, que produce perdedores con los que nadie sabe qué hacer. En cuarto lugar, están aquellos que critican la globalización, pero también se confrontan con radicalidad con el sistema, pero son pacíficos. Pretenden ganar la batalla en el campo de las ideas y de las alternativas. Por último, están los violentos, claramente minoritarios, pero que quieren quedarse con las señas de identidad del movimiento y pueden destruirlo o dejarlo en la marginalidad de las vanguardias, y no en el marco de referencia central de nuestra época como es la globalización. No han aprendido de la historia y de las consecuencias despóticas de la violencia organizada.

El movimiento antiglobalización, tan heterogéneo y también tan antinómico, es la demostración práctica de la globalización desde abajo, frente a la globalización desde arriba, que es la que hemos contemplado hasta ahora. No debe decir tan sólo: el mal está fuera, sino ejercer la crítica de sus debilidades y de los excesos violentos de sus minorías.

3. Si no hubiera un movimiento de este tipo, con todas sus contradicciones, habría que inventarlo. En pocos años ha conseguido algunos objetivos que benefician a todos los ciudadanos: actualizar la causa de los derechos económicos y sociales, que en muchos casos son desconocidos y están más retrasados que los derechos civiles, medioambientales o de género (el 80% de la población mundial no tiene ningún tipo de protección social); mostrar las lacras de la globalización, que no se mencionaban o permanecían ocultas o subsidiarias en los discursos; tensar a la izquierda sistémica -a la que ha sustituido en muchas movilizaciones y en la calle- y hacerla asumir algunos de sus puntos de vista; lograr la autocrítica de organismos como el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio, a favor de una democratización de los mismos, mayor transparencia en sus actuaciones, etcétera. Aunque una parte de esta autocrítica sea sobrevenida: lágrimas de cocodrilo.

La parte central de este movimiento está a favor de una globalización global. Son globofóbicos de una globalización exclusivamente financiera y, además, mutilada: hay una buena parte del mundo que querría entrar en los circuitos de la globalización y no lo consigue: mientras la renta per cápita de los países avanzados se sitúa en alrededor de los 25.000 dólares, ninguno de los 49 países menos avanzados (de los que 34 son africanos) alcanza los 900 dólares; estos países sólo reciben el 0,5% de las inversiones directas mundiales. El secretario general de la ONU, Koffi Annan, recordaba hace unos días que 630 millones de personas quieren entrar en el mercado global como productores y consumidores.

Los globofóbicos han recibido últimamente apoyos inesperados. En El Informe Lugano, Susan George describe la preocupación de algunas personas por los abusos de la globalización económica: Alan Greenspan se inquieta ante la exuberancia irracional del mercado; George Soros cree que demasiado capitalismo mata al capitalismo (luego de haber hecho su fortuna con la especulación); Joseph Stiglitz, antiguo economista jefe y vicepresidente del Banco Mundial, se muestra obsesionado por la repercusión y severidad de los programas de ajuste estructural en los países pobres; el director de Economía Global de Morgan Stanley se turba ante la inminente cruda guerra entre capital y mano de obra; etcétera. Sin embargo, nadie parecía unir todo eso, al menos en público, hasta ahora.

El movimiento ha tenido la virtud de recordarnos que una cosa es constatar el aumento de los intercambios mundiales y el papel de las nuevas tecnologías y otra distinta decir que constituye un sistema mundial autorregulado y, por lo tanto, que debe escapar a los controles políticos. Lo primero es una descripción exacta; lo último, una ideología.

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