Reportaje:HISTORIAS DEL COMER

Bella, turgente y jugosa

La cereza, fruta estrella de esta temporada, tiene en el Valle del Jerte su paraíso

La cereza, que surge en la primavera y se extiende por todo el verano, según sus distintas variedades (tempranas o tardías), además de gustosa y de carnosa textura, es una de la frutas más bellas que existen. Quién de chaval no ha jugado con las cerezas, colocándoselas en la oreja cuando salen a pares y se juntan sus rabillos como unos improvisados y fugaces pendientes coloristas. La cereza entra por los ojos y, además, es solo apreciada por sus valores estéticos y, sobre todo gustativos, ya que nutricionalmente no es demasiado relevante. Contiene poca cantidad de vitamina C, muy poco azúcar (...

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La cereza, que surge en la primavera y se extiende por todo el verano, según sus distintas variedades (tempranas o tardías), además de gustosa y de carnosa textura, es una de la frutas más bellas que existen. Quién de chaval no ha jugado con las cerezas, colocándoselas en la oreja cuando salen a pares y se juntan sus rabillos como unos improvisados y fugaces pendientes coloristas. La cereza entra por los ojos y, además, es solo apreciada por sus valores estéticos y, sobre todo gustativos, ya que nutricionalmente no es demasiado relevante. Contiene poca cantidad de vitamina C, muy poco azúcar (10% de su volumen total) y un valor calórico escaso. Tal vez por ello es uno de los alimentos, junto a las aceitunas, que más compulsivamente consumimos.

Su origen es confuso. Es muy probable que el antecedente silvestre del cerezo, el guindo, surgiera en el Neolitico, en lo más tarde fue China. Las leyendas señalan que fueron las aves migratorias las que en sus viajes transportaron desde el oriente las semillas del guindo, cayendo en los campos de lo que hoy es Europa y fructificando espontáneamente. Aunque parece bastante fantasiosa esta teoría, tiene un basamento científico, ya que del hueso plantado de una cereza surge el cerezo, árbol que no desmerece en belleza a sus frutos, especialmente cuando florece.

El cultivo de las cerezas tiene gran importancia a lo largo y ancho de nuestra geografía. Cerezas de un rojo vivo, como las de Bajo Llobregat, o las de la Montaña de Alicante, muy oscuras, casi negras, o las ricas, carnosas y crujientes de la población navarra de Milagro. Pero también las cerezas nacaradas, casi blancas, de la huerta palentina (huerta que es una joya tan desconocida como su catedral). Y, por supuesto, las variopintas cerezas (sobre todo las picotas) del Valle del Jerte, en Cáceres, un valle, paradisíaco, donde no solamente se concentra la mayor oferta de cerezas de toda Europa sino que es un sitio privilegiado para la calidad. Un valle, además, extraordinariamente bello, pintoresco, de total contraste con su entorno, pues al viajar por el nordeste de Cáceres, y una vez pasada la monumental ciudad de Plasencia, dicen algunas crónicas de la región que 'el sol no ciega los ojos, ni seca la garganta y el paisaje es verde, fresco y limpio' . Eso es el Jerte, un paisaje y una riqueza que constituye una asignatura pendiente para muchos viajeros que valoran más lo exótico que lo que tienen en casa.

El cerezo es el cultivo frutal por excelencia de este valle y fue adaptado desde hace siglos, de forma más sistematizada por los árabes Tras la reconquista en los siglos XII y XIII, los nuevos colonos se encontraron con el chollo de los cerezos ya aclimatados a esa tierra. Está documentado que, el 2 de junio de 1352, una comitiva de emisarios del rey de Navarra que se dirigía a Sevilla a cumplimentar al rey Pedro I pernoctaron en un pueblo del valle, Cabezuela, y se alimentaron, entre otras cosas, de 'truchas y cerezas'.

La reina de las variedades de este valle son sin duda esas cerezas sin rabo conocidas genéricamente como 'picotas'. A este grupo pertenecen las variedades Ambrunés, Pico Negro y Pico limón negro, y la más tardía de las picotas, la llamada Pico Colorado. Que se comercialicen sin rabo no es por capricho del agricultor o del vendedor, sino que, de forma natural, se desprenden del árbol cuando maduran y queda el pedúnculo en el propio cerezo. Por contra, el resto de cerezas es obligatorio venderlas con rabo, ya que si no quedaría herida al arrancar el rabillo que es por donde comenzaría a pudrirse y desangrarse.

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