CRÓNICAS

El cielo abierto

El humor literario español ha tenido en el siglo reciente representantes -Jardiel, Tono, Ramón, Mihura, Azcona- cuyo peso ha sido o es tan importante que cuesta pensar en una sucesión de sustitutos cuando ellos están aún -Azcona lo está, sin duda, porque felizmente vive, y con qué apostura- tan presentes en la actualidad del humor contemporáneo. Ese, el humor, es un tesoro literario de primera magnitud, al que quizá los españoles solemos mirar de reojo. Por eso cuando se incrementa y se consolida ese incremento, hay que subrayarlo y pregonarlo.

Ahora tenemos una buena oportunidad para h...

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El humor literario español ha tenido en el siglo reciente representantes -Jardiel, Tono, Ramón, Mihura, Azcona- cuyo peso ha sido o es tan importante que cuesta pensar en una sucesión de sustitutos cuando ellos están aún -Azcona lo está, sin duda, porque felizmente vive, y con qué apostura- tan presentes en la actualidad del humor contemporáneo. Ese, el humor, es un tesoro literario de primera magnitud, al que quizá los españoles solemos mirar de reojo. Por eso cuando se incrementa y se consolida ese incremento, hay que subrayarlo y pregonarlo.

Ahora tenemos una buena oportunidad para hacerlo. Esta misma semana se ha estrenado para la prensa y para los allegados -la gente del cine es muy abundante: el lleno fue espectacular- una película de Miguel Albaladejo cuyo título, El cielo abierto, es ya una formulación de luminosidad y cuya idea y desarrollo forma parte de esa tradición humorística española que ha tenido en el dúo Azcona-Berlanga una de las cimas cinematográficas de nuestro tiempo. En este caso, la otra parte del dúo está representado por Elvira Lindo; la conjunción de ambos, que viene de lejos, pues ya fue Albaladejo el director de otros guiones o ideas de Elvira -Manolito Gafotas, La primera noche de mi vida, Ataque verbal-, alcanza en esta película, que en principio se presenta con el atractivo de la presencia en el casting del famosísimo Sergi López, una solidez verdaderamente redonda.

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Más allá del verbo propio del cine, digamos de pronto que lo que sugiere este dúo es conjunción perfecta, sentido del humor bien sincronizado, y literatura fílmica consecuencia de una identidad de piel que debe convertir, para ellos también, y no sólo para los espectadores, en placer el trabajo complicado de la elaboración rítmica de un guión a cuatro manos. La película no sólo se ve, sino que se oye y lo que se escucha es la consecuencia paulatina de una escritura, la de Elvira Lindo, que se ha ido acomodando a un sentido del humor que ya domina todo lo que ella toca, que es bastante.

Y es curioso, y sintomático, cómo ha ido identificando Elvira Lindo su lenguaje al de los medios a que se ha ido dedicando en sus años de creadora literaria: en primer lugar, hizo que Manolito Gafotas se acompasara al lenguaje de la radio, haciendo tándem con Fernando Delgado, al que ha convertido no sólo en un introductor sino en un personaje de su serie. A partir de ese personaje de ficción, que durante tanto tiempo pareció ser verdadero y propio de la realidad de Carabanchel (Alto), Elvira Lindo identificó ese personaje con los dibujos de Emilio Urberuaga, la otra parte de otro dúo creado por ella; y ahora ya se ve que esa identificación de su escritura con la manera de hacer cine del joven cineasta Miguel Albaladejo consolida una manera de mirar, como si hubiera hallado al otro extremo de su pluma -es decir, de su ordenador- una terminal gráfica capaz de decir lo que a ella se le ocurre sobre las costumbres de la vida. En los últimos textos -los que escribe en EL PAÍS sobre lo que le pasa a las gentes del país- no tiene dúo, pero ella misma se ha fabricado un personaje -mi santo, en alusión seguramente ficticia a su marido, Antonio Muñoz Molina, que, por cierto, es personaje de esta última película- que le sirve de contrapunto a su experiencia vital, a esa biografía humorística que hace de otros pero también hace de sí misma.

El cielo abierto es consecuencia de esa pasión literaria que ella ha ido desgranando en artículos, personajes y novelas; alguna vez hemos dicho que lo inquietante de Elvira Lindo es su manera de mirar, cómo se fija en los demás, cómo hace que su silencio sea la comprobación de lo que está pensando el otro; y no imita gestos, asimila lo que está pasando como si tuviera una cámara oculta también en el alma ajena. El otro barrio, su primera incursión en la novela, fue un ejemplo de esa manera de fijarse. Su escritura cinematográfica es su forma de contemplar, con humor y con lo mejor de la compasión literaria, cómo se puede construir la felicidad humana.

Es humor, claro, pero un humor muy serio este que fabrica, con dúos o sin ellos, Elvira Lindo.

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