El músico Antón Larrauri deja una obra que aúna el lenguaje actual y la tradición

El compositor bilbaíno falleció el jueves de un derrame cerebral

Sobre el que volverán los autores del País Vasco en el futuro. -

La muerte del compositor bilbaíno Antón Larrauri priva a nuestra música de una de sus figuras más originales y fascinantes. Su misma personalidad, entre mágica y largamente reflexiva, su sensibilidad para los fenómenos acústicos y plásticos, su pasión por su país, todo su mundo riquísimo de intuiciones sorprendieron a todos desde sus primeros pentagramas hasta los recientes que escribiera para el centenario de la Sociedad Filarmónica.

Su inesperada muerte instala en nuestro hondón un paisaje deshabitado. La ausencia definitiva de un hombre capaz de asimilar el orden y la originalidad re...

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La muerte del compositor bilbaíno Antón Larrauri priva a nuestra música de una de sus figuras más originales y fascinantes. Su misma personalidad, entre mágica y largamente reflexiva, su sensibilidad para los fenómenos acústicos y plásticos, su pasión por su país, todo su mundo riquísimo de intuiciones sorprendieron a todos desde sus primeros pentagramas hasta los recientes que escribiera para el centenario de la Sociedad Filarmónica.

Su inesperada muerte instala en nuestro hondón un paisaje deshabitado. La ausencia definitiva de un hombre capaz de asimilar el orden y la originalidad recia y universal que va de Arriaga a Chillida, e intermitentemente, la angustia de Unamuno.Por naturaleza y por formación, era un humanista con un largo repertorio de temas y problemas, para los que tenía siempre puntos inéditos de enfoque. Su carrera de compositor fue un poco tardía, ya que desde 1960 a 1971 ejerció la crítica musical en El Correo Español-El Pueblo Vasco. Una primera creación importante, Contingencias, nos avisó de la belleza e identidad de su inventiva, ya apuntada en Dédalo (1967) o Fluctuante (1969). Pero fue Espatadantza, llevada por RNE a la Tribuna Internacional de Compositores de la Unesco, la gran eclosión de una síntesis tan sorprendente como expansiva: la de los lenguajes actuales -pronto incluirían la electroacústica- y la tradición popular de Euskadi, sin abandonar lo que casi constituyó una divisa artística del inclasificable creador de fantasías: "Deseo que la expresión artística fustigue la rutina y el adocenamiento". Dato fundamental éste de su inconformismo radical, que debe conectarse con otro par de principios: su humanismo -"lo que más me preocupa es el hombre y su entorno"- y su vasquidad: "En el entorno del hombre entran sus costumbres, su idiosincrasia, sus tradiciones, derechos y libertades, sus sentimientos y emociones". El gran "espectáculo" humano artístico de Larrauri asombraba desde la belleza de los temas populares tratados en línea de continuidad con los grandes maestros vascos -Usandizaga, Guridi, Donostia, Garbizu- a un cosmos que reflejaba las galaxias, el paisaje, la danza, el color, los aromas y los sueños sin frontera. En Diálogos renueva la figura del bersolari impostado en la gran orquesta y el virtuosismo instrumental, mientras en Zan tiretu (1976) la arriesgada polifonía vocal se encrespa al conjuro de los ritos propios de la vieja brujería vasca. La obra entera de Larrauri fue tan diversificada en los resultados como unitaria y coherente en los principios

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