Tribuna:

El inconformista

En los días de Navidad y cambio de año son inevitables las valoraciones del pasado. Un reportaje aparecido en las páginas de Cultura de este periódico esta misma semana ejemplifica lo mejor y lo peor de un siglo que se escapa. Se trata de la reconstrucción de la Frauenkirche (Iglesia de las mujeres) de Dresde, destruida por las bombas en la II Guerra Mundial y en proceso de reconstrucción piedra a piedra con un tesón admirable. Lo cuenta con sensibilidad Pilar Bonet. Comparto sus opiniones y me alegro de la nueva aportación económica de los dentistas alemanes para empujar un final feliz anunci...

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En los días de Navidad y cambio de año son inevitables las valoraciones del pasado. Un reportaje aparecido en las páginas de Cultura de este periódico esta misma semana ejemplifica lo mejor y lo peor de un siglo que se escapa. Se trata de la reconstrucción de la Frauenkirche (Iglesia de las mujeres) de Dresde, destruida por las bombas en la II Guerra Mundial y en proceso de reconstrucción piedra a piedra con un tesón admirable. Lo cuenta con sensibilidad Pilar Bonet. Comparto sus opiniones y me alegro de la nueva aportación económica de los dentistas alemanes para empujar un final feliz anunciado para 2005.Cantó hace unos días el tenor Peter Schreier músicas de Bach a Wolf entre los escombros de la Frauenkirche, uno de los edificios más simbólicos de una de las ciudades emblemáticas de Alemania. No había condiciones para un sonido perfecto y hacía frío, pero los sonidos de la música representaban un consuelo, un signo de esperanza, un refugio contra los horrores de las guerras y sus consecuencias. Les confieso que Dresde es una de las dos ciudades fuera de España que más amo (la otra es Nápoles, por otro tipo de sensaciones). En las calles, en los edificios reconstruidos o en ruinas, en la pinacoteca antigua, en el teatro de ópera con su maravillosa orquesta, en los cálidos restaurantes y fiestas populares, compartiendo el hilo de los días con sus gentes, he sentido la conciencia moral de un espíritu centroeuropeo sin contaminar, las bases de un futuro que se sobrepone a la adversidad, el poso de una cultura sosegada que no renuncia a sí misma.

A José Jiménez Lozano le inquietó en cierta ocasión un comentario que hice sobre el corazón secreto de Alemania en el cuadrilátero Dresde-Weimar-Buchenwald-Berlín. Jiménez Lozano: le han concedido esta semana el premio Miguel Delibes de periodismo por el artículo Sobre el español y sus asuntos, publicado en El Norte de Castilla el pasado 19 de noviembre, en el que reflexionaba sobre el destino del español como lenguaje verdadero "si en su seno está alimentado por su vieja sólida cultura". Distribuye sus escritos periodísticos Jiménez Lozano fundamentalmente entre Abc y El Norte de Castilla. Durante diez años escribió en EL PAIS. Uno de aquellos artículos, El inconformista, entre la hoguera y las rosas, del 11 de febrero de 1979, sirve de título a estas líneas. En él hablaba de Cioran, Dostoievski, Giordano Bruno o Kandinski entre otros. En cierto modo, el título sirve también para definir al propio escritor. Algunos echamos de menos sus colaboraciones en estas páginas, con sus comentarios sobre las cosas sencillas a la luz de una candela, con la asimilación de la Historia, y de muchas historias escondidas, a sus espaldas. Conmueve el tono confidencial, la búsqueda de una espiritualidad cotidiana, su admiración por la rebeldía de Port Royal, su jansenismo sobrio o la atención por unos personajes de los que nadie parece acordarse.

Estos días han aparecido dos nuevos libros suyos, una biografía sobre Fray Luis de León (Omega) y una colección de diálogos casi en silencio, como confidencias al atardecer, Retratos y naturalezas muertas (Editorial Trotta), inspirados en unas memorables conferencias sobre paisajes interiores del XVII que el autor pronunció en la Fundación Juan March en febrero de 1996. En estos retratos o paisajes el escritor da una cuantas vueltas de tuerca a sus personajes y temas predilectos, que harán la delicia de sus fieles lectores.

Cuando nos encontramos, siempre hablamos algún ratito de música. Del festival de Lockenhaus en su querida Austria, de Couperin, desde luego, pero también de Charpentier, de Messiaen, de Poulenc, de Kurtág. Jiménez Lozano ha dicho que "la música funciona para mí como las magdalenas para Monsieur Proust". Hemos quedado en ir un día de ópera. Tal vez con Moisés y Aarón de Schönberg, quizá con El retorno de Ulises a la patria de Monteverdi. O con Diálogos de carmelitas de su admirado Poulenc, quién sabe.

Jiménez Lozano es un inconformista. Es además un conservador (en el sentido más progresista del término). Alejado desde su refugio de Alcazarén de los festejos sociales y literarios -el Premio Cervantes sería para él con toda seguridad "ruido de moscas"-, Jiménez Lozano sigue elaborando paso a paso una obra a contracorriente de las modas con una mirada cercana y comprensiva, humana, entre la hoguera y las rosas.

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