Apátridas de la infancia

Algunos niños, como Slui, se despiertan cada mañana ignorando si comerán. Slui duerme en túneles de Ceuta. Sus posesiones más preciadas son dos recortes de una revista con las fotos de Roberto Carlos y Raúl, sus ídolos. Harto de compartir el hambre con sus cinco hermanos, abandonó Ashla, una población cercana a Rabat (Marruecos), con 10 años escasos. Malvive desde hace cinco años por las calles de Ceuta, donde recibió una puñalada entre el pulmón y el corazón que estuvo en un tris de costarle la vida. Tiene 15 años y la mirada de un viejo.Escondido en el maletero de un autocar, Brahim, de 14 a...

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Algunos niños, como Slui, se despiertan cada mañana ignorando si comerán. Slui duerme en túneles de Ceuta. Sus posesiones más preciadas son dos recortes de una revista con las fotos de Roberto Carlos y Raúl, sus ídolos. Harto de compartir el hambre con sus cinco hermanos, abandonó Ashla, una población cercana a Rabat (Marruecos), con 10 años escasos. Malvive desde hace cinco años por las calles de Ceuta, donde recibió una puñalada entre el pulmón y el corazón que estuvo en un tris de costarle la vida. Tiene 15 años y la mirada de un viejo.Escondido en el maletero de un autocar, Brahim, de 14 años, cruzó el Estrecho desde Ceuta hasta Málaga. Vagabundeó por el monte hasta que la policía española lo encontró y lo envió al centro de menores marroquíes de El Cobre, en Algeciras (Cádiz). Una semana después lo devolvieron a Marruecos y, días más tarde, burló de nuevo el control fronterizo de Ceuta. Lleva cuatro años sobreviviendo al frío, la lluvia y las enfermedades: "Estoy acostumbrado". Su vida en la calle no difiere demasiado de la que sobrellevaba en Tetuán, junto a su madre viuda y sus nueve hermanos. Cuando desea evadirse recurre al trozo de calcetín que guarda en un bolsillo e inhala pegamento.

Antes del Ramadán, que comenzará en una semana, Abdelnur, de 13 años, cruzará la frontera ceutí para compartir con su familia la fiesta en Tetuán. Va y viene, saltándose la impermeabilización fronteriza, cuando quiere. A menudo obtiene ingresos con el tráfico de Cyclex, un pegamento vulcanizante prohibido en la Unión Europea por su toxicidad. Lo compra en Marruecos por cinco dirhams (unas 90 pesetas) y lo revende en Ceuta por 300 pesetas. Con los ingresos puede costearse chucherías, pastillas y su propias necesidades de pegamento.

Por las calles de Ceuta vagabundean una treintena de menores marroquíes, que han huido de hogares miserables y rotos con el afán de buscar una oportunidad. La cifra rondó, hace un año, el centenar, pero casi el 70% reside ahora en el centro de San Antonio, que gestiona el Gobierno ceutí y que ha mejorado la atención y las instalaciones, espoleado por las críticas de organizaciones humanitarias.

Alrededor de 50, que antes dormían en túneles como Sloui o inhalaban pegamento como Abdelnur, se han aclimatado a las reglas del centro, lo más parecido a un entorno cálido que han tenido nunca. "Muchos niños son aquí niños por vez primera", apunta un representante de la Consejería de Salud Pública y Bienestar Social de Ceuta.

Después de meses en el centro, los menores se han acostumbrado a respetar normas, mudar hábitos y han abandonado el sueño migratorio, aunque entre los dibujos que crean en los talleres de pintura abundan enormes ferries como los que cruzan el Estrecho.

Ya no son meninos da rua, pero lo han sido. Mohamed, de 15 años, trilingüe, confiesa sin ambages que, mientras vivió en la calle, "cogía en los coches para comer y dormía en cualquier sitio". Huyó de Casablanca sintiéndose repudiado por su padre y su segunda esposa. Ahora se siente arropado, como en familia, a pesar de que esta semana tropezó con la intransigencia de algunos adultos que parecen negarle la única oportunidad que le han ofrecido en la vida.

"Si un niño se integra en el colegio estás quitando un riesgo de la calle, la población no es consciente del daño que le puede crear con su rechazo a un menor, que no tiene la culpa de haber nacido pobre", precisa Paula Domingo, una carmelita de Vedruna que llegó hace un año a la ciudad para trabajar con la Comisión de Migración de Ceuta.

Hasta el local de las religiosas acuden los menores que siguen viviendo en la calle y no se adaptan al centro de San Antonio, del que se fugan cada vez que los lleva la policía. Van cuando quieren, aunque a sabiendas de que, en horario matinal, reciben madraza (escuela) de las carmelitas y en el vespertino tienen comida y tareas de limpieza. "Tiene un vacío impresionante en lo afectivo y temen engancharse afectivamente porque saben que su vida es dura y puedes desaparecer de ella", indica Paula Domingo.

Las religiosas se esfuerzan en sacarlos de la calle para evitar su "deterioro" y destacan que, a pesar de la crudeza de adultos con la que luchan por sobrevivir, conservan signos infantiles: "Son niños cuando te dan un beso, o se hacen pis porque tienen miedo o frío". Y se comportan como críos cuando asisten, boquiabiertos, a un partido de fútbol televisado o preguntan a bocajarro a la primera persona que les da cariño: "¿Quieres que sea tu hijo?".

La legislación obliga a que todo menor extranjero sea tutelado por la Administración -en el caso de Ceuta es el Gobierno de la ciudad- y, mientras, tiene derecho a educación y asistencia sanitaria en iguales condiciones que los españoles. La devolución de menores a su país sólo puede realizarse si está garantizado el retorno al hogar familiar o que serán acogidos por el sistema de protección de menores. El Gobierno ceutí ha remitido casi 60 expedientes a la Delegación del Gobierno para que indaguen sobre los orígenes de los menores, pero no se ha resuelto ninguno.

IU pidió ayer la dimisión del delegado del Gobierno, Luis Vicente Moro, y del director provincial del Ministerio de Educación, Pedro Gordillo.

El mito de cruzar el Estrecho

El 60% de los menores marroquíes que viven en las calles de Ceuta ya logró cruzar alguna vez el Estrecho. Un informe, elaborado en mayo por Estudios y Cooperación para el Desarrollo (Escode), una ONG que trabaja con niños de la calle, diferencia "tres estrategias migratorias" entre el centenar llegado a Ceuta, aunque todos comparten el "mito" de cruzar el Estrecho: "Hay menores que ni siquiera lo intentan, otros tratan de cruzar esporádicamente y, por último, se han identificado menores cuyo único y prioritario objetivo es pasar".

Aunque algunos proceden de la zona de Casablanca, Agadir o Rabat, el 95% proviene de localidades norteñas como Tetuán, Tánger o Ksar El Kebir. Oscilan entre los 8 y 18 años, aunque predominan los de entre 13 y 16 (el 70%). No hay niñas, aunque el informe señala que algunas trabajan en el servicio doméstico en hogares de Ceuta y recoge la "sospecha" de que otras entran en la ciudad "a través de redes de prostitución".

Casi todos proceden de familias numerosas en situación de pobreza extrema y desestructuradas por la muerte o el divorcio de alguno de los progenitores.

Huyen porque desean trabajar y obtener dinero. "Viven de forma inmediata, al instante", señala el estudio. Aunque participan de los valores musulmanes tradicionales -"No regresarán a casa si no pueden llevar dinero e ir bien vestidos"-, rompen algunos preceptos como el consumo de alcohol o la inasistencia a actos religiosos.

En Ceuta, los más pequeños sobreviven de la mendicidad, se alimentan de las sobras de restaurantes -hace me-ses frecuentaban los contenedores de McDonald's- y de la comida que les dan particulares, aunque en el centro de las carmelitas de Vedruna les aseguran alimentos a diario. Cometen pequeños hurtos para vender en la frontera, que "no están organizados, responden al oportunismo y al descuido, pero sobre ellos recae la alarma social y el rechazo".

La presión policial del último año ha desterrado a los menores de la calle desde el centro hacia barrios periféricos como Hadú, pero el informe de Escode alerta sobre el efecto "pernicioso" de esto: "Se logra evitar la mendicidad, pero se traduce en un aumento elevado de hurtos, prostitución y su rápida inclusión en redes". La asociación señala que algunos traficantes utilizan a los menores como correo para transportar pequeños paquetes de droga.

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