Tribuna:

"No te creemos, lobo"

EDUARDO URIARTE ROMEROContemplando a los miembros de la familia real en Sidney, con Urdangarin padre incluido, gritar a coro "España, España", a uno se le parte el corazón pensando qué pasaría en tan egregia familia si a algunos de sus miembros les tocara votar para decidir, por mor del derecho de autodeterminación, la secesión de Euskadi. De paso se puede pensar qué hubiera ocurrido si hubiera existido selección vasca de balonmano, quizás no se hubiera dado la feliz unión con doña Cristina. Pero antes de que esto acabe siendo el Hola!, habrá que concluir que el ejercicio del famoso der...

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EDUARDO URIARTE ROMEROContemplando a los miembros de la familia real en Sidney, con Urdangarin padre incluido, gritar a coro "España, España", a uno se le parte el corazón pensando qué pasaría en tan egregia familia si a algunos de sus miembros les tocara votar para decidir, por mor del derecho de autodeterminación, la secesión de Euskadi. De paso se puede pensar qué hubiera ocurrido si hubiera existido selección vasca de balonmano, quizás no se hubiera dado la feliz unión con doña Cristina. Pero antes de que esto acabe siendo el Hola!, habrá que concluir que el ejercicio del famoso derecho de autodeterminación supondría una crisis en el seno de cada familia del País Vasco. ¿Qué familia no tiene un miembro del otro bando? Mirando las consecuencias en la familia real uno puede adivinarlas en las plebeyas: mucho peores.

Cuando se enuncia la posibilidad de secesión en un país, en principio no tendría que pasar nada. Pero, salvo una excepción que se conozca, siempre acaba en guerra civil. A los que están ya en ello les iría muy bien, pero a los que esgrimen el juguete autodeterminista como la niña de Cría Cuervos la pistola de su padre, se les debiera de aplicar la mayor de las censuras. Es en referencia clara a los que condenan y lamentan los asesinatos y las extorsiones pero que a la vez cantan al soberanismo como si fuera la canción del verano y deslegitiman en toda ocasión que pueden al Estado y las reglas del juego democrático.

"El oso no baila si alguien no toca el pandero", dice un refrán cosaco. Y tocar el pandero es declarar continuamente, en ocasiones desde la autoridad otorgada por la Constitución, que la ésta fue rechazada en Euskadi y que por lo tanto es impuesta, que el Estatuto es una Carta otorgada, que la crítica al nacionalismo es producto de una campaña mediática o del Cesid, que los otros lo que desean es oprimir Euskadi, etc. Si hubieran dicho de vez en cuando que más vale esta Constitución que ninguna, nos hubiéramos librado de bastantes muertos.

La razón por la que en Cataluña no hay terrorismo es porque el nacionalismo catalán es liberal, es moderno, asume las reglas del juego, está dentro del juego, lo que no quiere decir que no existan tensiones y -si aquí no se estuviera manchando el concepto- incluso conflicto. No se dedican a desprestigiar al Estatuto de Sau, aunque pidan mayor financiación y competencias, y cuando les toca el terrorismo no hay fisuras. Todos están presentes en las manifestaciones, todos condenan a ETA y todas las policías, incluidas las locales, colaboran en la represión del delito. No deslegitiman las reglas liberales que sustentan el Estado de derecho.

En Euskadi lo que estamos padeciendo -una crisis institucional y de violencia- no es sólo la consecuencia de un error de cálculo puntual del PNV y del Gobierno vasco, seducidos por unas eventuales posibilidades de paz a través del Pacto de Lizarra. El encuentro de Lizarra entre los dos sectores del nacionalismo vasco tenderá a repetirse, porque la atracción ideológica entre ambos es más profunda, más esencial, que las barreras que las condenas morales de la violencia realizadas por el nacionalismo moderado parecen crear. Ambos conviven en el rechazo al sistema democrático. La historia del PNV disfrutando del poder autonómico durante veinte años ha sido la historia de un gran ejercicio de pragmatismo para acabar creando las condiciones para alcanzar Lizarra u otra localidad a extramuros. Allí descubren los pragmáticos que se salen del sistema y van al desastre.

Sin autocrítica no existe capacidad de enmienda. No debiera Ibarretxe responsabilizar a todos por igual para eludir sus responsabilidades. El pragmatismo podía haber sido en el PNV, como lo fue en otros, la vía para dejar de instrumentalizar el sistema, las libertades, el Estatuto, la democracia, y convertirlos en un fin en sí mismo. Pero no existe el menor atisbo de reflexión sobre las razones del fracaso, de autocrítica, de catarsis; no existe razón ni excusa para considerar que Ibarretxe y el PNV vayan a abandonar su concepción antisistema hija de su planteamiento ultramontano. Ibarretxe lo va tener muy difícil para tiznarse la patita de harina y mostrarla por debajo de la puerta de una casa del pueblo pidiendo ayuda al PSE.

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