Crítica:FESTIVAL DE PERALADA

Al 'Don Juan' de Távora le faltó la tragedia

El estreno de Don Juan en los ruedos llegó al Festival de Peralada (Girona) envuelto en una polémica centrada en la lidia y rejoneo de un toro en la arena donde sucede el espectáculo sonoro y plástico de Salvador Távora, personaje que es, sin duda, uno de nuestros creadores escénicos más fascinantes. Al final, la polémica quedó zanjada sustituyendo al toro bravo por una carretilla, en un caso, y por un chaval, en el otro, provisto de impresionantes cuernos que el público acogió con una risilla incómoda. Al margen de cuestiones éticas, no cabe duda de que, estéticamente, Cataluña no ha v...

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El estreno de Don Juan en los ruedos llegó al Festival de Peralada (Girona) envuelto en una polémica centrada en la lidia y rejoneo de un toro en la arena donde sucede el espectáculo sonoro y plástico de Salvador Távora, personaje que es, sin duda, uno de nuestros creadores escénicos más fascinantes. Al final, la polémica quedó zanjada sustituyendo al toro bravo por una carretilla, en un caso, y por un chaval, en el otro, provisto de impresionantes cuernos que el público acogió con una risilla incómoda. Al margen de cuestiones éticas, no cabe duda de que, estéticamente, Cataluña no ha visto todavía este Don Juan en los ruedos, porque en Peralada le faltó a la obra la tragedia, sangrienta y cruda, representada en el toro.La polémica en torno a Don Juan en los ruedos no es una polémica cómoda. Por muchos motivos, pero también porque, prohibiendo la presencia del toro, se coarta la libertad creadora de un artista en un país en el que el toreo es considerado, con poderosas voces en contra, un arte. Otra opción, aunque mucho más polémica, hubiera sido, tal vez, no contratar a La Cuadra de Sevilla. Porque lo cierto es que el espectáculo de Távora está totalmente centrado en la presencia de los caballos (que sí los hubo), del toro (ausente) y, al final, de unos perrazos de presa que cierran el espectáculo. Un espectáculo en que los animales, poderosísimos, muy bellos, adquieren la fuerza de símbolos. Y ahí está contenido, de hecho, casi todo.

Lo que está claro es que, a diferencia de Carmen, Távora toma aquí el mito de Don Juan como excusa para desatar su imaginación creadora. No tiene un gran interés en explicar una historia y sí, en cambio, en crear unas imágenes plásticamente bellas. De hecho, Don Juan se desdobla en multitud de símbolos, será el jinete, el matador, un pájaro azul que avanza sobre zancos y el rejoneador, y si no fuera por el guión que el público va siguiendo en el programa de mano y donde se explica el sentido de cada escena, sería difícil entender algo más que la dualidad hombre-mujer y el enfrentamiento viril, montados a caballo o frente al toro, entre los hombres.

Lo mejor de Don Juan en los ruedos, espectáculo al que todavía le falta rodaje, es la presencia de caballos de alta escuela y, sobre todo, de Ángel Peralta. Gustó el flamenco, gustó la plástica, con las antorchas iluminando el rico vestuario, pero faltó el toro. Don Juan rejoneador, Don Juan torero, no tienen ningún sentido sin la presencia real del toro. Un toro que, en este caso, solamente fue elíptico.

Pere Duran
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