24º FESTIVAL DE JAZZ DE VITORIA

Empieza lo bueno

Se acabaron los plácidos días de concierto único. En la tercera jornada, Vitoria planteó una densa sesión doble en el cartel principal, además de inaugurar su mimada sección Jazz del siglo XXI y de prolongar el disfrute con Jazz de medianoche en el hotel que hace de centro de operaciones. En total, más de seis horas de música.La violinista Regina Carter debutó al frente de su quinteto con un jazz de corte clásico y complementos de diseño. La estadounidense demostró poseer una técnica notable y un fraseo vigoroso y elegante, quizá algo afeado por frecuentes citas más bien tópicas:...

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Se acabaron los plácidos días de concierto único. En la tercera jornada, Vitoria planteó una densa sesión doble en el cartel principal, además de inaugurar su mimada sección Jazz del siglo XXI y de prolongar el disfrute con Jazz de medianoche en el hotel que hace de centro de operaciones. En total, más de seis horas de música.La violinista Regina Carter debutó al frente de su quinteto con un jazz de corte clásico y complementos de diseño. La estadounidense demostró poseer una técnica notable y un fraseo vigoroso y elegante, quizá algo afeado por frecuentes citas más bien tópicas: El vuelo del moscardón, Indiana y cosas así.

Regina Carter Quintet, Béla Fleck & The Flecktones y Lone-Star Shootout

Teatro Principal y Polideportivo de Mendizorrotza. Vitoria. 18 de julio.

Su atención prioritaria a la historia remota de su instrumento asomó en un dulce Oh! lady be good dedicado a Eddie South, Stuff Smith y otros maestros antiguos, aunque no tuvo reparo en adoptar métodos modernos para amplificar su grácil violín con una horrenda pastilla; dio un poco de grima verlo sobrecargado como un colibrí con pilas.

A Béla Fleck y sus muchachos les pasa todo lo contrario. Para el banjoísta neoyorquino, los clásicos son amigos escépticos que invitan a experimentar; y los géneros cerrados, tétricas cárceles que conducen a la depresión.

Ya ha dado pruebas de que es capaz de tocar bluegrass acústico con exquisito sentido del matiz, aunque con sus Flecktones prefiera preparar una inefable macedonia con todas las frutas del tiempo y, si se tercia, también con las de fuera de temporada. Su música no se avergüenza de oler a heno y hamburguesería. Así se gana el derecho a hacer las mezclas más explosivas y a recurrir a toda suerte de artilugios para modificar los timbres naturales de los instrumentos.

En este aspecto, se llevó la palma el formidable Future Man, un percusionista sin tambores que hubiera causado asombro hasta en Mad Max. No es fácil describir el disparate electrónico, llamado drumitar, que le colgaba del cuello. Según cómo se mirase, parecía un gran lagarto contrahecho con sarampión multicolor, un ave del paraíso cambiando de pluma o un cochecito de niño comprimido para la chatarra.Fuera lo que fuese, el delirante invento ya ha hecho famoso a este personaje futurista, que además conoce los hechos del pasado.

Fleck, un humilde virtuoso del banjo, pareció más complacido con las demostraciones de sus compañeros que con las intervenciones propias, y cedió espacio para que Jeff Coffin se acordase de Roland Kirk tocando dos saxos a la vez, y para que el prodigioso bajista Victor Lemonte Wooten proyectara imponentes notas graves que sonaron como si el Coloso de Rodas se estuviese dando de cabezazos contra la muralla china.

En calidad de invitado especial, el acordeonista Kepa Junquera acompasó su estilo nervioso -casi un calambre- al gorjeo metálico de Fleck en dos piezas ensayadas pocas horas antes en la habitación del hotel.

La música progresista del estadounidense dio paso después a ese blues añejo que todavía despierta pasiones celestialmente bajas. Citados de corrido, Lonnie Brooks, Long John Hunter y Phillip Walker parecían los propietarios de un consorcio de tabaqueras y destilerías. Y, en efecto, por su modo de cantar y tocar la guitarra dio la sensación de que el trío de veteranos, reunidos bajo el nombre de The Lone-Star Shootout, lo sabía todo del alcohol y el tabaco.

Cierto que el blues se basa en una estructura simple y rústica, apenas un tronco mocho en medio de un pantano sureño, pero tiene la grandeza de admitir infinitas variantes formales, y a ese grueso cabo se agarraron Brooks y compañía para desarrollar una modalidad alta en nicotina y alquitrán, a cara de perro y extracruda. Justo el plato de blues al que a Aníbal el caníbal le hubiera encantado hincar el diente.

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