FERIA DE VALENCIA

Una hora indecente

Plaza de Valencia, 16 de julio. 2ª corrida de feria. Dos tercios de entrada.

Eran las diez de la noche y aún estábamos en los toros. ¿Son esas horas decentes de estar en los toros? Pues no, son indecentes. Porque las 10 de la noche es hora de cenar y, salvo compromisos ineludibles, de estar recogido en casa, diciéndole madrigales a la pareja y cuidando de los niños.Este año los organizadores de la Feria de San Jaime de Valencia (empresa y Diputación)se han traído varias novedades harto discutibles. Una de ellas es que la feria no se celebre en en torno a la festividad de San Jaime, como toda la vida. Otra, que las corridas empiecen a las siete y media de la tarde y por...

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Eran las diez de la noche y aún estábamos en los toros. ¿Son esas horas decentes de estar en los toros? Pues no, son indecentes. Porque las 10 de la noche es hora de cenar y, salvo compromisos ineludibles, de estar recogido en casa, diciéndole madrigales a la pareja y cuidando de los niños.Este año los organizadores de la Feria de San Jaime de Valencia (empresa y Diputación)se han traído varias novedades harto discutibles. Una de ellas es que la feria no se celebre en en torno a la festividad de San Jaime, como toda la vida. Otra, que las corridas empiecen a las siete y media de la tarde y por seguir una tradición hace tiempo inexistente, a mitad del festejo se para para merendar.

Que la festividad de San Jaime quede lejos de la Feria de San Jaime debe de ser, el toque de exotismo que empresa y Diputación quieren darle a la fiesta, por si alguien pica y acude. Que pare la función para merendar cuando nadie lleva merienda, añade surrealismo al siempre proceloso mundo de los toros.

La tradicional merienda vino de que los aficionados de la comarca acudían a los bous reals que se celebraban en Valencia con motivo de la feria de San Jaime, y pues entonces nadie tenía coche y el regreso a casa solía ser ya cercana la madrugada, la gente iba a los toros provista de una abundante merienda-cena. Y por atención con ellos, para que se la comieran tranquilos, paraba quince o veinte minutos la corrida al arrastrase el tercer toro.

Ahora raro es el aficionado que se viene del pueblo con la merienda, raro el que la lleva a la plaza. Y sólo se ve alguna vez a alguien que, arrastrado el tercer toro, se saca del bolsillo del pantalón con trabajoso rebañar de dedos una ciruela madura, y la saborea, y pondera los benéficos efectos del condumio exclamando: ¡Che, qué fresqueta!

Claro que para eso no hace falta un cuarto de hora. En Pamplona, por San Fermín, se comen no ya una ciruela sino una cazuela de chipirones y no necesitan parar la corrida ni nada.

Antes de aparecer el quinto toro en la función valenciana, ya se había ido más de media plaza, según se puede imaginar. Los que se marcharon se perdieron el buen toreo de José Calvo, que ligó los naturales a un toro boyante y aún prolongó la faena añadiendo los derechazos, las trincheras y los desplantes; que estaba, el hombre, lanzado.

José Calvo llevaba, dicen, como un año sin torear y le podía el hambre de toreo. La dilatada ausencia se le notó en la inexperiencia de algunas de sus intervenciones y así su primer toro le volteó dos veces, una al bregar de capa, otra al trastear de muleta en el curso de una faena sinrelieve.

El resto de la corrida, con toros chicos, bien armados y encastados, careció de interés. Muy voluntarioso y dotado de excelente oficio Zotoluco, su valientes, empeñosos y poco sentidos trasteos gustaron a la afición valenciana. Luguillano le cuajó al pastueño segundo toro tres tandas de naturales de buen corte, más una excesiva sesión de alborotada pinturería y ademanes tremendistas. Y no pudo con la casta del quinto, al que maleó al muletearlo destemplado y provocó que acabara medio pregonao.

En realidad así vamos a acabar todos, medio pregonaos,con esta feria y ese horario que se han marcado.

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