FERIA DE SAN ISIDRO

Tauromaquia eterna y lenguajes varios

El asombro es incalculable y además te puede dejar suspendido, con varias razones que no precisan explicación. Las emociones van por barrios: en una corrida de toros, una persona en la plaza es una provincia que está dentro del mundo. Así pudieron verificarlo los tres amigos, y además aficionados, ese domingo del ferragosto, allá en Las Ventas, en una corrida del Cura de Valverde en la que Carlos Escolar, Frascuelo, salió por primera vez a hombros por la puerta grande, tras dos décadas en su currículo como matador de reses bravas.Los tres aficionados asistieron al evento en la grada del tendid...

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El asombro es incalculable y además te puede dejar suspendido, con varias razones que no precisan explicación. Las emociones van por barrios: en una corrida de toros, una persona en la plaza es una provincia que está dentro del mundo. Así pudieron verificarlo los tres amigos, y además aficionados, ese domingo del ferragosto, allá en Las Ventas, en una corrida del Cura de Valverde en la que Carlos Escolar, Frascuelo, salió por primera vez a hombros por la puerta grande, tras dos décadas en su currículo como matador de reses bravas.Los tres aficionados asistieron al evento en la grada del tendido 4. Uno de ellos, profesor de español en la isla antaño conocida como Formosa, al mando de uno grupo de alumnos que estaban de vacaciones por la vieja Europa, y ahora les tocaba Madrid. Un grupo de jóvenes chinos que, a la izquierda del trío de amigos, no paraban de hablar en su lengua de lo que acontecía en el ruedo. A la derecha de los amigos aficionados estaba un matrimonio israelí en animada charla, en compañía de un niño como de 14 años, que era el primero en sacar a relucir el idioma que les caracteriza. Mientras, en la arena del redondel, el lenguaje de la tauromaquia producía una obra de arte viva, caliente y pura, fugaz en su primera imagen.

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Los tres amigos, a fuer de aficionados, se rajaban la garganta jaleando al maestro, reían como criaturas en el país del gozo, se miraban en necesaria confraternización y rebosaban de emociones que tiempo tendrían, durante el invierno, de añorar y analizar, de defender y sentar ante la palestra de las tertulias. Los alumnos chinos no dejaban de hablar, pero aplaudían si era menester con fervor, animaban a lidiadores y celebraban cuanto lance surgía con sentido en la liturgia taurina, en franca simpatía con los aficionados en tarde feliz.

El profesor de español allende el mar resulta que, además de enseñar la noble lengua en que se escribiera El coloquio de los perros, ha impartido un seminario ejemplar acerca de la fiesta, compuesto de clases teóricas de introducción a la historia y desarrollo de la tauromaquia, y prácticas de toreo de salón. Amén de películas que se han realizado inspiradas en el mundo del toro, como Torero, de Carlos Velo, o Tarde de toros, de Ladislao Vajda, para finalizar la hazaña cultural con un cuestionario de preguntas en las que se interroga acerca de los contenidos artísticos y antropológicos de la fiesta.

Por lo tanto, no era ni surrealista, ni inverosímil o estrafalario, el que las muchachas chinas, alborozadas, gritaran ante las suertes y andares del maestro Frascuelo, o que los alumnos no pararan de agitar su idioma o de aplaudir en sincera simpatía con los tres amigos, encantados de no perderse festejo dominical en Las Ventas del Espíritu Santo. El matrimonio israelí sacaba fotos sin tregua, principio ni fin, y el padre le hablaba al hijo, podemos intuirlo, de supuestos encuentros entre la fiera y el ángel, el círculo y el cielo, ese que Carlos Escolar iba a tomar camino de la puerta grande, arropado por la tan afición que al fin aupaba a su torero hacia la gloria merecida.

Era de ver a los tres amigos cómo abrían senda a tanto chino contento por ver salir al héroe hacia los umbrales de la puerta principal de Las Ventas. Con la máquina de fotos colgada al cuello, y cada paso, un misterio de emociones. Entre el remolino de la gente surgían los fogonazos de las cámaras, los gritos de júbilo. El torero iba izado en hombros, a través del mare mágnum de cuerpos y tanta afición. El amigo profesor de español allá en Formosa, también llevaba su máquina de fotos, y cuando pasó a su altura Frascuelo cuadró, apuntó y apretó el botón por sacar la impronta, escena del momento único. Al ser revelada la foto, sin embargo, comprobaría que se le había pasado el torero. Mas en el fondo del aquel daguerrotipo estaba un personaje singular con el pitillo entre los labios, postrado y como devoto, al principio del pasillo embudo. Pero ésa es otra historia. Que otra tarde habrá que lidiar. Suerte y al cuento.

Miguel Ángel Cuadrado es aficionado.

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