Editorial:

Pobre Paraguay

Las credenciales democráticas son muy escasas en Paraguay, donde acaban de intentar de nuevo un cuartelazo unos recalcitrantes seguidores militares y civiles del general golpista Lino Oviedo -que desde la clandestinidad niega categóricamente su participación. El final de la sublevación castrense, pésimamente organizada y rápidamente fallida, no se ha debido tanto a su derrota cuanto a un pacto entre militares, una vez que los insurrectos comprobaron lo exiguo del apoyo entre sus camaradas, y a una inmediata condena internacional. La tradición paraguaya no permite albergar demasiadas esperanzas...

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Las credenciales democráticas son muy escasas en Paraguay, donde acaban de intentar de nuevo un cuartelazo unos recalcitrantes seguidores militares y civiles del general golpista Lino Oviedo -que desde la clandestinidad niega categóricamente su participación. El final de la sublevación castrense, pésimamente organizada y rápidamente fallida, no se ha debido tanto a su derrota cuanto a un pacto entre militares, una vez que los insurrectos comprobaron lo exiguo del apoyo entre sus camaradas, y a una inmediata condena internacional. La tradición paraguaya no permite albergar demasiadas esperanzas sobre la severidad del escarmiento a los conjurados. El país latinoamericano es una predemocracia infantil, presa de las banderías políticas, en el que un partido, el colorado, controla desde hace más de medio siglo las palancas del poder.Desde la caída palaciega del general Stroessner en 1989, a manos precisamente del entonces coronel Oviedo, Paraguay ha vivido mayormente en el sobresalto. La de ayer es la tercera intentona militar en cuatro años, los mismos que lleva virtualmente paralizada una nación sin litoral en la que un tercio de sus cinco millones de habitantes sigue siendo pobre de solemnidad. El año pasado, tras el asesinato del vicepresidente Argaña y la huida del presidente Cubas y su amigo Oviedo a Brasil y Argentina, respectivamente, Paraguay estuvo al borde del enfrentamiento civil. La crisis se conjuró cuando el Ejército dio su apoyo al Congreso y llevó a la jefatura del Estado al líder del Senado, Luis González Macchi. Las dos facciones coloradas acordaron un Gobierno de unidad nacional, pero el apoyo popular por esta coalición, muy fuerte entonces, se ha desplomado. Las reformas prometidas se han quedado en promesas y las gravísimas dificultades económicas y sociales de Paraguay siguen intactas.

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Sería espléndido que ésta fuera la "última" y "definitiva" batalla contra los golpistas, como aseguraba ayer el presidente Macchi. Las encuestas muestran regularmente que los paraguayos no son tan fervientes devotos de los sistemas democráticos como otros latinoamericanos. Tienen sus motivos. Han conocido algo ligeramente parecido a un sistema de libertades sólo después del derrocamiento de Alfredo Stroessner, tras 35 años de dictadura de manual. En la década transcurrida, la corrupción se ha mantenido y el desarrollo y la justicia han brillado por su ausencia. El clientelismo, el poder de los cuarteles y las componendas de despacho dominan el acontecer de un país que sigue sin levantar cabeza.

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