Crítica:JAZZ - DIANE SCHUUR

Trucos zalameros

Diane Schuur, ciega a causa de un error médico durante el parto, tiene todas las ventajas y los inconvenientes de los niños prodigio. Rompió a cantar casi antes que a hablar y debutó en público a los siete años. Ya se sabe que a esa edad sólo cabe imitar lo que entra por los tiernos oídos, y algo de aquella dependencia permanece en su carrera adulta. En cualquier caso, la falta de personalidad no debió de importarle mucho a Stan Getz cuando decidió apadrinar a la cantante tras escucharla en directo en 1979. Es probable que al saxofonista le impresionase tanto la nobleza de su registro grave, a...

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Diane Schuur, ciega a causa de un error médico durante el parto, tiene todas las ventajas y los inconvenientes de los niños prodigio. Rompió a cantar casi antes que a hablar y debutó en público a los siete años. Ya se sabe que a esa edad sólo cabe imitar lo que entra por los tiernos oídos, y algo de aquella dependencia permanece en su carrera adulta. En cualquier caso, la falta de personalidad no debió de importarle mucho a Stan Getz cuando decidió apadrinar a la cantante tras escucharla en directo en 1979. Es probable que al saxofonista le impresionase tanto la nobleza de su registro grave, asentado en sólidos pilares apolíneos, que prefiriese obviar los agudos histriónicos y los adornos extemporáneos, de gusto más que dudoso.Puede que sea pura casualidad, pero desde que Getz falleció, en 1991, la Schuur ha perdido un poco su sitio. Sin edad para codearse con las jóvenes, y sin historial para competir con las grandes, parece indecisa entre seguir con el jazz o insistir en esa variedad de pop añejo de sala de fiestas de Las Vegas. Y dosis variables de ambos géneros hubo en la clausura del XIX Festival del San Juan Evangelista.

Diane Schuur Diane Schuur (voz y piano), Roger Hines (bajo eléctrico) y David Gibson (batería)

C.M.U. San Juan Evangelista. Madrid, 7 de mayo.

La cantante salió con sus emblemáticas gafas de concha y pedrería, literalmente embutida en un traje rojo infernal. Una estética algo trasnochada que tuvo fiel reflejo sonoro. El blues sin complicaciones con el que arrancó hizo pensar en una afortunada metamorfosis estilística, pero después, un The man I love cargado de abalorios rechinantes devolvió a la realidad.

En ésa y en otras piezas, Schuur se acompañó con un tecladito que guardaba una sección de cuerdas tan virtual como cursi. Al piano acústico tampoco se le vio cómodo en ciertos unísonos con la voz en falsete, y hasta debió de pasar un poco de vergüenza en el único tema instrumental de la noche, Nardis. La sencillez cercana a lo trivial de los arreglos alcanzó hasta a los títulos de las canciones (Easy to love, Easy living). Hubo que esperar al Over the rainbow final, cantado a capella sin artificios, para que Schuur demostrase que puede ser algo más que una niña prodigio grande mayormente interesada en seducir con trucos zalameros.

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