Editorial:

Levántante y anda

Ya tenemos a Pinochet en Chile, donde ha sido objeto de un doble recibimiento. De un lado, 60 causas le esperan silenciosamente por un sinnúmero de presuntos delitos de violación de los derechos humanos, y de otro, la estruendosa charanga militar le aúpa como héroe que ha sobrevivido a la perfidia de sus verdugos europeos. Al bajar a tierra en el aeropuerto, el dictador, que había salido de Londres en doliente silla de ruedas como Lázaro, pudo poner en práctica el bíblico levántate y anda con llamativa agilidad. El Ejército, dueño y señor de las celebraciones, impedía que le recibiera la prens...

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Ya tenemos a Pinochet en Chile, donde ha sido objeto de un doble recibimiento. De un lado, 60 causas le esperan silenciosamente por un sinnúmero de presuntos delitos de violación de los derechos humanos, y de otro, la estruendosa charanga militar le aúpa como héroe que ha sobrevivido a la perfidia de sus verdugos europeos. Al bajar a tierra en el aeropuerto, el dictador, que había salido de Londres en doliente silla de ruedas como Lázaro, pudo poner en práctica el bíblico levántate y anda con llamativa agilidad. El Ejército, dueño y señor de las celebraciones, impedía que le recibiera la prensa internacional; mal presagio para las posibilidades de que un día conozca el peso de la justicia el criminal asaltante de La Moneda.La cuestión fundamental que se ha debatido durante los 17 meses de prisión domiciliaria de Pinochet ha sido la de qué era más importante: hacer justicia por encima de todo o respetar la soberanía chilena, por lo que pudiera tener de interferencia la iniciativa judicial del juez Garzón. En el primer caso, había que apoyar la extradición del general a España, u otro país europeo, única garantía aparente de que hubiera juicio; en el segundo, sostener que había que juzgarle, sí, pero que ese cometido correspondía únicamente y con prioridad absoluta a la justicia chilena.

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En favor de esta segunda posibilidad se alzaron numerosas voces, que en su mayoría jamás habían expresado con anterioridad la más mínima preocupación por que el dictador sufriera la acción de la justicia. En pro de la primera hablaban, fundamentalmente, los que, sin pretender menoscabo alguno a la nacionalidad ni a la justicia chilenas, preferían que actuara ese mundialismo judicial que ya apunta, como única seguridad de que el general acabara en el banquillo.

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Pinochet llegó a Londres hace 504 días como un dictador sin jubilar y ha vuelto a Santiago como pura excrecencia política, por más que Ejército y pinochetismo se desgañiten a vivas. Pero el recibimiento, cuando hay un Gobierno democrático en Chile, parece dar más la razón a los segundos que a los primeros. El próximo sábado asume la presidencia el socialista Ricardo Lagos. Para que Chile sea un país plenamente democrático haría falta que los primeros, los que pedían soberanía pero con justicia, acaben teniendo razón. Lo celebraremos, si ése es el caso de Pinochet.

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