Cartas al director

Gracias

Desde mi condición de hija de Raúl Serrano Guillén, fundador de La Juventud Republicana de Aragón, que hizo la campaña de la II República Española, pero que no pudo votarla por no tener edad; que no fue al frente por su mala visión; que se jugó la vida, durante la guerra, defendiendo, como abogado, a las monjas encarceladas del Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil de Valdemoro, cuya directora era amiga, y escondiendo a un ilustre clérigo, compañero y amigo; que, terminada la guerra y ya sancionado, depurado por rojo y retirado del ejercicio de la abogacía y de su cátedra de Lengua y Litera...

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Desde mi condición de hija de Raúl Serrano Guillén, fundador de La Juventud Republicana de Aragón, que hizo la campaña de la II República Española, pero que no pudo votarla por no tener edad; que no fue al frente por su mala visión; que se jugó la vida, durante la guerra, defendiendo, como abogado, a las monjas encarceladas del Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil de Valdemoro, cuya directora era amiga, y escondiendo a un ilustre clérigo, compañero y amigo; que, terminada la guerra y ya sancionado, depurado por rojo y retirado del ejercicio de la abogacía y de su cátedra de Lengua y Literatura, se la siguió jugando con la ayuda del bendito don Joaquín Ruiz Jiménez en la defensa de un grupo de mujeres comunistas, amigas, condenadas a muerte. Como hija suya, que ha sufrido la humillación de su padre al recibir la regular visita de la policía, en su casa de la calle de María de Molina, cuando iba a pasar Franco, de regreso del aeropuerto de Barajas, para advertirle de que no se asomase a la ventana, su miedo de que la gente relacionase y denunciase su costumbre de comprar pasteles el 14 de abril, su grave enfermedad depresiva y su alegría y posterior decepción con la llegada de la democracia. Quiero dar las gracias a Vicenç Navarro (EL PAÍS 12-1-2000) por recordar a unos y explicar a otros que Franco no fue sólo un viejo más o menos desagradable, que su represión y sus condenas fueron de las más duras, vengativas y sangrientas de las ejecutadas por los dictadores de Europa, que tuvo la ayuda de la Iglesia, que los vencidos lo siguen siendo y que, los que han podido hacerlo, han seguido teniendo miedo a dar la simple satisfacción moral a las víctimas de los vencedores.Gracias en nombre de mi padre y de mi madre, que ya no pueden dárselas; de mi hermana, mías y de mis hijos.- Madrid.

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