Tribuna:

Extranjeros que ayudan

En un lugar desconocido para la mayoría de los españoles,Seattle, y bajo unas siglas difíciles de identificar, WTO y OMC, el mes que viene empezarán a negociarse asuntos que nos interesan mucho. Con este motivo, unos países productores de alimentos (Filipinas, Colombia, Brasil, Suráfrica, Australia y otros 10 más) agrupados bajo el extraño nombre de Cairns, han anunciado que pretenden desmontar el sistema de protección agrícola que favorece fundamentalmente a los grandes propietarios agrícolas españoles y europeos.La mayoría de los españoles deberían recibir con los brazos abiertos la iniciati...

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En un lugar desconocido para la mayoría de los españoles,Seattle, y bajo unas siglas difíciles de identificar, WTO y OMC, el mes que viene empezarán a negociarse asuntos que nos interesan mucho. Con este motivo, unos países productores de alimentos (Filipinas, Colombia, Brasil, Suráfrica, Australia y otros 10 más) agrupados bajo el extraño nombre de Cairns, han anunciado que pretenden desmontar el sistema de protección agrícola que favorece fundamentalmente a los grandes propietarios agrícolas españoles y europeos.La mayoría de los españoles deberían recibir con los brazos abiertos la iniciativa de estos extranjeros, porque, si estos países tienen éxito y consiguen bajar el precio de los productos alimenticios, los españoles con pocos medios gastarán menos en alimentación y tendrán a fin de mes más dinero para comprar libros, hacer turismo o guardar algún ahorro para complementar su pensión de la Seguridad Social. Los empresarios no privilegiados se alegrarán porque podrán aumentar el salario real sin pagar más. Los pequeños agricultores podrán estar de enhorabuena, pues los menores recursos presupuestarios se podrán concentrar en ayudar a quien lo necesita, ya que esos extranjeros no ponen en cuestión las ayudas por razones sociales. Los ecologistas también deberían celebrar el éxito de los extranjeros en estas negociaciones, porque no atacan las ayudas medioambientales. Estos países están en contra exclusivamente de los subsidios, aranceles y cuotas que pagamos y soportamos, y que protegen los productos que ellos producen más baratos. Los partidarios de ayudar al Tercer Mundo estarán de enhorabuena porque, sin necesidad de subir los impuestos, sino, todo lo contrario, bajando los precios, los españoles podrán prestar a los países subdesarrollados la mejor ayuda, la de comprar sus productos.

Pero la negociación se presentará de forma muy distinta. Como es habitual entre los que disfrutan de algún tipo de restricción a la competencia, intentarán que se hable poco, o que hablen sólo ellos. Por otra parte, y sin que haya que aceptar que el nacionalismo sea el último refugio de los sinvergüenzas, lo que sí sabemos es que el "interés nacional" es siempre el primer subterfugio utilizado por los que gozan de algún privilegio frente a la competencia. Nos dirán que la agricultura española está en peligro, cuando no existe tal agricultura abstracta, sino agricultores españoles concretos, que, como siempre, son de primera, de segunda y de tercera. Los que viven en las ciudades disfrutando de los inmensos subsidios agrarios, intentarán convencernos de que, si se suprimen, la población rural abandonará el campo. Proclamarán que la carne, los cereales o el lino son más importantes para España que la reforestación o la plantación de especies autóctonas.

Los que sigan la batalla en Seattle, comprobarán cómo nuestra Administración defenderá, incluso con orgullo, los intereses de una minoría privilegiada. Veremos cómo se intentará retrasar la tarea principal, la de reconvertir un esquema costosísimo de ayudas y protecciones que, al margen de problemas de fraude o corrupción, beneficia a unos pocos, en un sistema mucho más económico de ayudas dirigido a la población rural y a la protección medioambiental. En vez de resistir, deberíamos modificar la política agraria para ponerla al servicio de la mayoría y, para ello, basta con usar la vieja fórmula socialdemócrata de aplicar más mercado y más solidaridad. Y anima saber que un liberal de izquierdas que cree en esa fórmula, el laborista neozelandés Mike Moore, está al frente de la OMC. Bienvenidos extranjeros que vienen en nuestra ayuda y se lo van a poner difícil a los privilegiados. Es verdad que la posición de esos países es interesada y que, como decía el ministro estadounidense Dan Glickman, ningún país es puro cuando se empieza a hablar de agricultura. Pero esta vez hay que celebrar que defiendan sus intereses, porque, aunque son contrarios a los de unos pocos, coinciden con los de la mayoría de los españoles y los europeos.

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