Reportaje:

Una revolución vivida en Córdoba

El escritor Pío Baroja pasó en 1904 una larga temporada en Córdoba con la finalidad de ambientar su novela La feria de los discretos, una obra que nunca contó con la aceptación de gran parte de los habitantes de la ciudad, que mostraron su rechazo hacia la actitud crítica del escritor. Con todo, sí hubo una minoría de cordobeses que supo ver la fuerza regeneradora de la novela y que expresaron su admiración hacia esta obra. Publicada en 1905, La feria de los discretos fue traducida a varios idiomas. Muchos de los escenarios que figuran en la novela aún persisten. Además, el autor de El árbol ...

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El escritor Pío Baroja pasó en 1904 una larga temporada en Córdoba con la finalidad de ambientar su novela La feria de los discretos, una obra que nunca contó con la aceptación de gran parte de los habitantes de la ciudad, que mostraron su rechazo hacia la actitud crítica del escritor. Con todo, sí hubo una minoría de cordobeses que supo ver la fuerza regeneradora de la novela y que expresaron su admiración hacia esta obra. Publicada en 1905, La feria de los discretos fue traducida a varios idiomas. Muchos de los escenarios que figuran en la novela aún persisten. Además, el autor de El árbol de la ciencia usó del léxico propio de Córdoba e hizo que sus personajes se codeasen con otros que existieron en la realidad. La feria de los discretos es la única novela importante de Baroja que trancurre en Andalucía. Aunque Baroja describe Córdoba tal y como era en los primeros años de este siglo, la acción la sitúa en los prolegómenos de la Revolución de 1868, que destronó a Isabel II. El protagonista es Quintín García Roelas, un joven que regresa a su ciudad natal tras concluir su formación en Inglaterra. Una vez en Córdoba, conoce su turbulenta genealogía, que siempre se le había ocultado, desvelando así algunas sombras que le perseguían desde la infancia. Quintín, a la vez que descubre los complicados resortes de la sociedad cordobesa, se enamora de su prima y entra en contacto con sectores marginales que le conducen a ser destacado partícipe en la revolución liberal. Cuando Quintín decide huir de Córdoba, explica a su amigo, el suizo Springer: "Lo que sé es que aquí no se puede vivir". Springer responde que "este pueblo, como todos los españoles, vive una vida arcaica". "Todo tiene aquí un cúmulo enorme de dificultades. Todos son puntos muertos y los cerebros no andan", concluye el amigo de Quintín. Esta argumentación, latente durante toda la novela, así como la despedida que Quintín publica en una revista local, pueden ser la clave de la no aceptación de esta obra por parte de muchos cordobeses. Sin embargo, la minoría de admiradores de La feria de los discretos alabaron la fuerza crítica de la novela. Escritores andaluces como Juan Ramón Jiménez reconocieron el valor de La feria de los discretos. El director del Centro Andaluz de las Letras, el poeta cordobés Pablo García Baena, afirma que Baroja "entendió el carácter de Córdoba, que luego refleja en el manifiesto final de Quintín, en el que algunos han visto un insulto". El jardín del palacio De los lugares que el novelista vasco utiliza para la ambientación de La feria de los discretos sobresale el palacio de los marqueses de Benamejí, que sitúa como residencia del decadente marqués de Tavera. Este edificio es actualmente sede de la Escuela de Artes y Oficios y, salvo su estructura y fachada, poco recuerda al que se describe en la novela. En el que fuera huerto y jardín del palacio aún existe el estanque junto al que Quintín rondaba a Rafaela y que pintó Darío de Regoyos, acompañante de Baroja en su viaje a Córdoba de 1904. El poeta Pablo García Baena recuerda que, junto al pintor y escritor Ginés Liébana, conoció en su juventud el palacio "y es exacto a como aparece en el libro, incluso existía esa puerta que describe con cristales de colores". Salvo la mezquita-catedral, sobre la que Baroja pasa de largo, son numerosos los rincones y lugares inmortalizados en la novela. Así, el personaje del arqueólogo Gil Sabardía es el encargado de mostrar a Quintín enclaves que hoy permanecen casi intactos, como la plaza de la Corredera o la calle de la Feria. También aparecen por el libro el santuario de la Fuensanta, las plazas de la Almagra y de las Tendillas, las calles Concepción, Gondomar, Gran Capitán, la Cruz del Rastro... En el apartado costumbrista, Baroja describe la tradición, ya perdida, de la romería vespertina al arroyo de Pedroches el día de la Candelaria, o la del santero andrajoso, que Quintín hace creer a un amigo que era el obispo de Córdoba. García Baena identifica a este personaje con uno de los asilados en el hospital de San Jacinto. García Baena entiende que el autor de La feria de los discretos "hizo un retrato exacto de la Córdoba de su época y que reflejó en los motes de sus gentes, en los pregones callejeros y en detalles increíbles que sólo pudo aprender estando en la ciudad". Así, García Baena reconoce que apodos como Manano o Matalapos, entre otros, han correspondido a personajes reales. Baroja describe golosinas como los suspiros y las arropías blancas y las de clavo, características de esta ciudad.

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