El rival de Hillary Clinton

En el acontecimiento mediático de la temporada -la presentación del libro If I were the mayor of New York, organizado por su editor, David Remnick, para The New Yorker Magazine en el Public Theater-, el ex alcalde Ed Koch -en sus casi 15 años de mandato fue una especie de Tierno Galván de Manhattan- contestaba a las acusaciones de que el alcalde Rudy Giuliani tiene prejuicios raciales diciendo con sarcasmo a la nutrida audiencia: "Rudy no tiene prejuicios contra nadie, trata igual a todo el mundo". Y continuó: "Un alcalde no puede resolver todos los problemas de la ciudad, pero uno de sus prim...

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En el acontecimiento mediático de la temporada -la presentación del libro If I were the mayor of New York, organizado por su editor, David Remnick, para The New Yorker Magazine en el Public Theater-, el ex alcalde Ed Koch -en sus casi 15 años de mandato fue una especie de Tierno Galván de Manhattan- contestaba a las acusaciones de que el alcalde Rudy Giuliani tiene prejuicios raciales diciendo con sarcasmo a la nutrida audiencia: "Rudy no tiene prejuicios contra nadie, trata igual a todo el mundo". Y continuó: "Un alcalde no puede resolver todos los problemas de la ciudad, pero uno de sus primeros deberes es dar a sus habitantes la sensación de bienestar, de tranquilidad; la sensación de que el alcalde se preocupa por la reacción de la gente. Giuliani no lo hace". Durante su mandato, Ed Koch desarrolló una política de puertas abiertas con los periodistas, hasta el punto de que se le acusó de intentar manipular a la ciudad con sus ruedas de prensa. Giuliani, bastante menos comunicativo, ha hecho al Ayuntamiento casi inaccesible para la prensa, a la que considera su principal enemigo. Irónicamente, los dos políticos que menos gustan a los medios a causa de su arrogante actitud son rivales en la crucial carrera por el puesto de senador por el Estado de Nueva York: Hillary Clinton, una republicana conservadora reconvertida en demócrata liberal, y Rudy Giuliani, demócrata de toda la vida y hoy republicano. La elevada temperatura del acto celebrado en el Public Theater la provocaron las preguntas que hizo el público tras la muerte a tiros de Amadou Diallo, un joven emigrante guineano que estaba en la puerta de su casa, completamente desarmado, cuando la policía, sin razón alguna, efectuó 19 disparos contra él: la velada acabó siendo el preámbulo de una serie de protestas de blancos y negros ante el Ayuntamiento. El escritor de color Stanley Crouch, que se encontraba entre los asistentes y que ha sido durante largo tiempo activo oponente verbal de la utilización sistemática del victimismo negro, señalaría más tarde: "Todos los negros saben que un policía de color resentido es la última persona con la que te querrías topar. Esa clase de policía le daría cien vueltas a cualquier sheriff sureño de los de antes que se preciara. Se supone que no vamos a hablar sobre eso por aquello del mito de que el color de la piel mejorará, por su propia naturaleza, la forma de aplicar la ley". Crouch dijo a continuación que el alcalde, por su lentitud en reaccionar al ataque de la policía y por la práctica que ahora se conoce como racial profiling (la caza deliberada de jóvenes varones negros e hispanos), estaba proporcionando carnaza a algunos demagogos negros. Tras pensárselo mucho, Giuliani reorganizó el departamento de policía, dio su brazo a torcer e incluyó a representantes de las minorías en sus patrullas callejeras, pero permanece a la defensiva: se obstina en culpar a los medios de comunicación de la mayoría de sus problemas. En una reunión de expertos sobre la administración de la ciudad, organizada por The Citizen"s Union: Searchlight, el redactor jefe de The New York Times, Joyce Purnick; Bob Hart, del New York Post, y Alain Townsend, del New York Observer, denunciaron la actitud casi paranoica de Giuliani con la prensa. "Hay hechos importantes relativos al gobierno de la ciudad sobre los que la prensa debe informar", dijo Purnick, "y no podemos cubrir la noticia, ni evaluarla, si la administración nos obstaculiza hasta el punto que lo hace la actual". A pesar de las duras críticas que recibe puede que Giuliani sea elegido senador. ¿Cómo se explica la enorme dicotomía entre la percepción negativa del público y el gran éxito en las urnas del alcalde? Aunque no se le puede considerar como un alcalde querido por los ciudadanos, bajo su mandato la ciudad ha prosperado. El ex fiscal ha convertido a Nueva York en una de las urbes más seguras del mundo, ha conseguido que muchas empresas vuelvan a establecerse en la ciudad; irónicamente, este alcalde sin atractivo (resultó elegido después de David Dinkins, un agradable e inteligente hombre de color, de piel clara, que vivió la mayor parte de su vida entre los blancos y que, sin embargo, resultó ser un alcalde débil) ha hecho mucho por crear una ciudad atractiva, en la que uno se siente bien. ¿Quién es realmente este complicado Rudy Giuliani? Si vence en las próximas elecciones para el Senado por Nueva York se convertirá en una de las figuras políticas más poderosas de Estados Unidos. ¿Cuáles fueron los primeros sueños de Rudy, los que conformaron su personalidad? Giuliani, nieto de emigrantes italianos, era el único hijo de una familia de trabajadores de Brooklyn. Su madre (que deseaba con toda su alma ser profesora, pero que no pudo terminar su carrera, porque tuvo que ponerse a trabajar como contable) compensaba sus carencias inculcando a su hijo el amor por aprender. Su padre era fontanero y, con el tiempo, dueño de un bar y restaurante en Brooklyn; como su esposa, quería un futuro mejor par su hijo. Se trasladaron a Garden City, un barrio de las afueras con muchas zonas verdes, para que Rudy creciera en un ambiente de clase media. El resto de los componentes de la familia eran profesores o miembros de las fuerzas de seguridad; los Giuliani tenían una sólida ética del trabajo y un gran sentido de unidad. Pero los emigrantes italianos de Nueva York de principios de siglo eran algo más lentos que los irlandeses, alemanes y judíos a la hora de integrarse y ascender en la escala profesional y tenían sus propios demonios raciales: debían superar el prejuicio tan extendido de que cada familia italiana estaba conectada a la Mafia. El escritor Gay Talese, de ascendencia italiana, que escribió libros rompedores y bien documentados sobre la Mafia, como Honor they father y Unto the sons, me habló largo y tendido del "problema de la Mafia" y de lo que sintió al crecer en Estados Unidos en su condición de italoamericano. Talese, hijo de un sastre muy cotizado, se crió en la costa de Nueva Jersey. Recordaba la tristeza de su padre ante la idea de una Italia con Mussolini y su desolación y sentimiento de culpa durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos se enfrentó a su país natal. Otro aspecto todavía más complicado para los italoamericanos fue el asunto de Lucky Luciano. Luciano iba a ser sacado de la cárcel y deportado a Sicilia a cambio de que la Mafia cooperara con Estados Unidos para facilitar la invasión de Italia. Aunque la mayoría de los americanos cree que nuestros enemigos en la Segunda Guerra Mundial eran los alemanes y los japoneses, y se han olvidado de Italia, que era una especie de cajón de sastre, los descendientes de italianos no lo han hecho. Giuliani, que se dedicó con todas sus fuerzas a poner a la Mafia tras las rejas, se ha quejado amargamente: "Como no pueden ponerme la etiqueta de mafioso, me llaman fascista. Aquí, si no eres de la Mafia, eres un fascista". Talese me dijo: "Vine a vivir a Nueva York en 1955. Nunca he visto que la ciudad estuviera mejor gobernada y fuera tan segura, estimulante y viva como lo es ahora. A pesar de todos sus defectos personales, la integridad moral de Giuliani nunca se ha cuestionado. Soy muy amigo de David Dinkens y no conozco a Giuliani, pero antes de él la ciudad era un lugar en el que la vida era insoportable. Mi esposa, Nan, y yo tenemos una casa en la zona este: antes de que fuera alcalde, las plantas y arbustos que hay frente a nuestro hogar estaban siempre destrozados por actos de vandalismo sin sentido. Cuando accedió a la alcaldía, las plantas han vuelto a crecer. Nadie las arranca. Veo en esto una metáfora de cómo Nueva York se ha convertido en un lugar diferente, de cómo ha prosperado. Ahora es también mucho más democrática que cuando llegué. Me entristece que los últimos años de mandato de Giuliani se echen a perder por su incapacidad para controlar las tensiones raciales que afectan al departamento de policía y su mal comportamiento con visitantes extranjeros con quien no está de acuerdo, como Arafat. Su principal defecto ha sido la falta de buenos asesores". Giuliani tuvo la misma metedura de pata que con Arafat al excluir a Fidel Castro de alguna de las recepciones semioficiales durante su visita a las Naciones Unidas. Fue un desaire absurdo: Nueva York es la sede de las Naciones Unidas y, en cualquier caso, Castro estaba siendo festejado en eventos en los que participaban David Rockefeller, The New York Times, el Council for Foreign Relations, además de los grupos ecologistas que querían ofrecer a Cuba un programa para fabricar un tipo de retretes especiales con bajo consumo de agua para compensar la escasez existente en la isla. Lo que consiguió fue proporcionar a Castro más propaganda para presentarse como víctima del capitalismo. Lo que los europeos suelen interpretar como un símbolo de la puritana inocencia americana -es decir, nuestros denodados esfuerzos para que nos consideren buena gente-, en realidad es un intento por nuestra parte de poner fin a los tópicos raciales sobre el grupo de inmigrantes al que pertenecemos. Los irlandeses no desean que les consideren borrachos; ni los polacos, estúpidos; ni los judíos, obsesionados con el dinero; ni los italianos quieren que todo el mundo crea que son tolerantes con el gansterismo. Rudy pronto acabaría con ese estereotipo sobre los italianos al convertirse en fiscal del Distrito Sur y meter heroicamente entre rejas a la Mafia. Se lanzó a combatirla al estilo de su héroe, quien también empezó su carrera como fiscal (posteriormente sería gobernador del Estado de Nueva York), el incorruptible Thomas E. Dewey, quien combatió con éxito el gansterismo y le faltó poco para alcanzar la presidencia de Estados Unidos (Truman le derrotó por escaso margen de votos en las elecciones de 1948). Poco después de graduarse en la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York, Giuliani se incorporó a la oficina del fiscal. A los 29 años ya era jefe de la Sección de Narcóticos. En 1981 se convirtió en fiscal general adjunto, el tercer puesto en importancia del Departamento de Justicia. Su mayor hazaña fue poner entre rejas a los cabecillas del poderoso sindicato de la heroína Pizza Connection. También envió a la cárcel al capo de la Mafia Tony Salerno, quien fue condenado a 100 años de reclusión. En los años ochenta, Giuliani asombró y deslumbró a la comunidad financiera neoyorquina al perseguir a algunos de los personajes de Wall Street. Ivan Boesky, uno de los que más se han lucrado en la Bolsa neoyorquina con información privilegiada, que consiguió cerca de 250 millones de dólares antes de que Giuliani desbaratara un trato en el que acabó colaborando con la justicia y ejerciendo de testigo, prácticamente los había perdido para la época en la que salió de prisión. Su arresto fue seguido por otra serie de detenciones muy sonadas de personajes importantes, como, por ejemplo, miembros de algunas firmas prestigiosas de Wall Street, tales como Goldman, Sachs & Kidder o Peabody. Giuliani ha sido implacable en su cruzada contra los narcotraficantes, el crimen organizado y los delincuentes de guante blanco de las altas finanzas, pero el crítico social Jim Sleeper me confió que es una curiosa mezcla de rasgos contradictorios: "Giuliani es una especie de monaguillo con un toque de Savonarola. Pero lo que más te sorprende de él, lo que resulta más chocante, es que cuando asistía al Instituto Católico de un barrio como Brooklyn se dedicaba a organizar un club de ópera". Aún más sorprendente fue la noche en que dejó boquiabierta a la prensa neoyorquina, la velada del Inner Circle: una fiesta que se celebra anualmente en el hotel Hilton, en la que los políticos se parodian a sí mismos en un espectáculo burlesco dedicado a un público compuesto por políticos y miembros de la élite de los medios de comunicación. Rudy apareció con un disfraz de travestido de lo más sexy. El diario The New York Times, un tanto escandalizado, publicó una fotografía del alcalde vestido de esa guisa; muchos de los periodistas comentaron confidencialmente a quienes no estuvieron presentes que la aparición de Rudy como la supersexy Rudia fue muy grosera y llegó incluso a ruborizar a algunos miembros de la prensa. Lo más chocante de la tremenda transformación de Rudy en la obscena Rudia, más almodovariana que las del propio Almodóvar, pero con mucho menos talento, fue que resultaba evidente que se lo estaba pasando en grande. Enfundado en un vestido de noche rosa transparente, con zapatos de tacón alto, peluca rubia, pestañas postizas y unos lascivos labios pintados de rojo, Rudy imitó la histórica actuación de Marilyn Monroe en el Madison Square Garden en aquel acto organizado para recaudar fondos en el que medio susurró y medio cantó Happy birthday, Mr. president a John F.Kennedy, con quien por entonces mantenía una aventura. Luego, Rudia bailó un sensual tango con Julie Andrews al estilo de su musical de Broadway Víctor o Victoria; el plato fuerte fue un lento strip-tease tras una pantalla a contraluz. Por una vez, la experimentada clase periodística, de vuelta de todo, se quedó muda. ¿Trataba Rudy de atraer el voto de los travestidos? ¿Trataba de dar una respuesta a esos críticos que le habían etiquetado de tránsfuga político? Nueva York es, después de todo, la poderosa capital liberal del país, y Giuliani, como los alcaldes republicanos que le precedieron, una vez en el cargo se ha hecho más demócrata; incluso en las últimas elecciones apoyó al candidato a gobernador por este partido. (Las etiquetas "republicano" y "demócrata" no significan mucho en esta ciudad. Muchos reformistas liberales han sido elegidos para el cargo bajo la candidatura republicana; en los viejos tiempos, Tammy Hall fue la maquinaria política demócrata de los políticos irlandeses). ¿O simplemente estaba enviando un mensaje personal a su segunda esposa, Donna Kofnovec Hanover, con quien parece estar en guerra declarada? Actualmente, la relación entre Donna y Rudy es fría como el hielo. Donna, periodista televisiva, se niega a que la vean en compañía de Giuliani, a menos que sea absolutamente necesario. Jamás menciona su nombre; se limita a decir que es la primera dama de Nueva York, pero no menciona a su consorte. Sin embargo, su romance con Donna empezó de un modo muy distinto. Estaba apasionadamente enamorado de esa mujer sólida, rubia y despampanante. Un amigo común arregló una cita entre ambos en los días en que Giuliani se dedicaba a perseguir el crimen, época en la que tenía que desplazarse con frecuencia a Miami. Por aquel entonces, Donna, trasplantada de California y demócrata con carné, trabajaba como entrevistadora en un programa de televisión. Al resumir su romance para el New York Magazine dijo que había estado esperando que Giuliani la llamara para pedirle una cita; en su lugar fue su secretaria quien la llamó para solicitarle que le entrevistara. Cuando Rudy se puso por fin al teléfono, ella le soltó: "Dígame en menos de 25 palabras por qué iba a desear yo salir con usted", y añadió: "¿Cuáles son las tres cosas que más le gustan?". El curtido perseguidor del crimen había encontrado la horma de su zapato. Giuliani respondió dócilmente: "La ópera, el béisbol y la ciudad de Nueva York". Luego les contaría a sus amigos: "Ella supo cómo pulsar todos mis resortes". Tardó sólo seis semanas en proponerle matrimonio. Llevaba una década separado amistosamente de su primera esposa, Regina Peruggi, la enérgica directora del Marymount College. Giuliani, católico practicante, obtuvo la anulación gracias a una argucia de su abogado, John Gross, quien señaló que su cliente creía que su esposa era prima suya en tercer grado, no en segundo; está claro que Bill Clinton no es el único que sabe contratar abogados brillantes y sagaces. El matrimonio, que empezó lleno de romanticismo, con paseos de madrugada por las playas de Miami, como en una especie de película de los años cincuenta protagonizada por Katherine Hepburn y Spencer Tracy -el hombre rudo pero con un corazón de oro y la chica inteligente y revoltosa-, parece haber llegado a un desagradable final, a pesar de sus dos hijos, Andrew y Caroline. Una de las muchas espinas de la vida de Donna con Rudy ha sido la omnipresente secretaria de prensa del alcalde, Christyne Lategano; Rudy, ahora, la ha ascendido al impreciso puesto de "directora de comunicaciones", con un sueldo de 140.000 dólares anuales y un despacho justo al lado del suyo. Christyne guarda un interesante parecido con la primera esposa del alcalde, pero, a pesar de su atractivo, tiene un aire de tristeza que resulta poco agradable. Los neoyorquinos son famosos por su indiferencia respecto a la vida privada de sus cargos electos, y la relación de Lategano y Rudy, que pasan juntos casi las 24 horas del día, tiene una refrescante falta de la hipocresía típica de Washington y, todavía más espectacular, de los Clinton. Con todo, hay un tono retador en su manera de jactarse de la relación ( incluya o no el sexo; Nueva York no está precisamente atestado de furtivos Keneth Starr) que molesta hasta a sus más ardientes partidarios. Craig Horowitz, el periodista del New York Magazine que cubre informativamente desde el primer momento el mandato de Giuliani, expone las cosas de este modo en su revista: "Aquí tenemos un alcalde al que no se le dan bien las relaciones públicas ni la política, y además emplea un lenguaje ofensivo. Su asesora más cercana tampoco tiene mano para las relaciones públicas ni la política debido a su falta de experiencia. Si su relación importa es por el peso que ella tiene en la alcaldía. Ella controla quién ve al alcalde, y él la escucha después de cada reunión. Y, según los enterados, ella refuerza sus peores instintos, sin aconsejarle jamás que evite un enfrentamiento o que tome un camino mejor". Giuliani también dio rienda suelta a sus peores instintos al ocuparse de una persona designada por él, Rudy Crew; el alcalde anunció que había que "dinamitar" el Consejo de Educación que preside, una pesada institución burocrática; desafortunadas, palabras pronunciadas inmediatamente después del tiroteo del instituto de Colorado, aunque, como señaló el propio Giuliani, no es el primer alcalde que ha sugerido tal cosa. Su proyecto de proporcionar vales a los chicos pobres para que puedan asistir a escuelas privadas (es decir, escuelas parroquiales) no es bueno: sólo conseguirá debilitar el sistema educativo público. La educación pública será el tema clave en las próximas elecciones al Senado, y por eso tanto Hillary como Rudy han ejercido como "directores de escuela por un día". Giuliani cuenta con el voto italiano, el católico, la mayor parte del voto rural, más el de la legión de trabajadores municipales y sus familias: policías, personal sanitario, bomberos, etcétera. La prensa, radio y televisión no miran con simpatía ni a Rudy ni a Hillary. Con lo que probablemente cuenta el primero es que, en su caso, las cosas son transparentes, no hay grandes escándalos que desenterrar; pero en lo tocante a Hillary hay muchas cosas por revelar. Sospecho que Rudy Giuliani piensa en el momento en el que los neoyorquinos se encuentren solos ante las urnas: ¿a quién votar? ¿A ese hombre corriente que ha revitalizado la ciudad hasta convertirla casi en un paraíso? ¿O a esa forastera que llega a la ciudad para comprometerse con las causas más nobles? Está claro que la competencia será feroz.

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