"¡Qué extraña sensación de libertad!"

La reconstrucción avanza en Pristina al tiempo que los ciudadanos buscan a sus familiares y la normalidad perdida

ENVIADO ESPECIALAbren cinco cafeterías. Pristina, la capital de Kosovo, pugna por recobrar el pulso. Diez días después de su liberación del yugo eslavo de Slobodan Milosevic, ha pasado del siniestro rigor mortis a la unidad de cuidados intensivos. Los talleres y algunos servicios públicos, muy escalonadamente, empiezan a funcionar. Pero los ciudadanos siguen anonadados por el trauma de la persecución y la guerra. Cuando se encuentran no se preguntan "¿cómo estás", sino "¿estáis todos?". Buscan a sus desaparecidos, localizan a sus desplazados.

Quien llegue hoy a Pristina desde Par...

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ENVIADO ESPECIALAbren cinco cafeterías. Pristina, la capital de Kosovo, pugna por recobrar el pulso. Diez días después de su liberación del yugo eslavo de Slobodan Milosevic, ha pasado del siniestro rigor mortis a la unidad de cuidados intensivos. Los talleres y algunos servicios públicos, muy escalonadamente, empiezan a funcionar. Pero los ciudadanos siguen anonadados por el trauma de la persecución y la guerra. Cuando se encuentran no se preguntan "¿cómo estás", sino "¿estáis todos?". Buscan a sus desaparecidos, localizan a sus desplazados.

Quien llegue hoy a Pristina desde París o Roma encontrará un pulso ciudadano casi sin latidos. Pero la diferencia con lo que ocurría hace diez o 12 días es abismal. Entonces había una cafetería abierta para una ciudad que albergó 200.000 habitantes. Ahora las demás empiezan a abrir sus puertas, aunque apenas dispensen otra cosa que café. James Rubin y Hashim Thaqi, los negociadores del acuerdo Alianza Atlántica y la guerrilla del ELK (Ejército de Liberación de Kosovo), acudieron el lunes a la cafetería de la calle de Vidovdani como si todo fuera normal.

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En media docena de tahonas se vende pan, aunque las colas duran hasta una hora. El dueño del supermercado colindante con la sede de la Kfor (la fuerza internacional de pacificación) empezó ayer la limpieza, desratización y acristalamiento de su local, saqueado y apestoso como todos. Salvó una botella de vino y se la regaló a un extranjero.

El mercado local se abastece ya con una veintena de productos, muchos llegados en camiones desde Macedonia, en vez de con cuatro verduras locales que se acababan en una hora.

Cerca de él pululan los limpiabotas y quienes venden, de nuevo cuño, cigarrillos. Son ex refugiados retornados sin oficio ni beneficio. Empieza a verse algún taxi y se ha restablecido, con frecuencias variables, la línea regular de autobuses con Belgrado. Quien salvó el coche en buen estado, como el profesor de instituto Ismed, se dedica al transporte del aluvión de extranjeros: "No hay otra forma de ganarse la vida".

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El suministro de agua se restableció el lunes, y las líneas telefónicas que la dictadura cortó a los albanokosovares durante años, también, aunque por barrios. Las basuras se recogen desde ayer por la tarde. Los bancos tienen cerradas sus verjas. Se paga en dinares yugoslavos, a diferencia de lo que ocurre en la ciudad de Pec, donde las monedas de curso son el leg albanés y el marco alemán.

Los pocos quioscos que no fueron destruidos expenden alguna bebida. Los talleres de reparación de automóviles vuelven a trabajar: ¡hay tráfico! Pero escasean los recambios y la gasolina. Los edificios de la Administración civil están desiertos. Los enviados de Naciones Unidas tiene que reinventarla.

Por primera vez desde hace meses, las ventanas de los domicilios irradian luz hasta medianoche. Incluso aflora un atisbo, sólouno, de animación nocturna, sencillamente copas. Es el Tricky Dick"s (Tramposo Ricardo), local de la modernidad así bautizado en homenaje irónico al diplomático estadounidense Richard Holbrooke.

La joven Çeki se asombra. "No vienen los polis como antes: ¡qué extraña sensación de libertad!". Pero la procesión va por dentro, el trauma se enquista en las entrañas.

Las gentes salen, gozan del aire libre, se encuentran. Lo primero, casi lo único, es el recuento. La pregunta es: "¿Estáis todos?" Si el amigo responde "es la guerra", ya se puede imaginar que ha perdido a un íntimo, padres o hijos, muertos o desaparecidos.

Todos han sufrido bajas. Quienes tienen suerte sólo han perdido primos, sobrinos... Los teléfonos se colapsan para intercambiar noticias con los emigrados a Suiza, Alemania, Suecia. A muchos les cuesta dominarse: "Todo el pueblo serbio es culpable, cómplice, irredimible", acusa Ismet Durmishi.

Resuenan los ecos de la guerra. La hierba del estadio en el que las fuerzas serbias congregaron a los que iban a ser deportados ya segada. Siete niños juegan al fútbol, los siete llevan pistolas de plástico, y con ellas se enzarzan en el descanso. ¿Por qué? "Como los mayores", responde Fatos, de ocho años.

Todos los escaparates de Pristina exhibían los vidrios rotos; algunos se han reparado ya. Al menos, los techos lucen intactos. No como en Malisevo, a 60 kilómetros. En este lugar, a las 24 horas de los primeros retornos, el martes, ya los carpinteros rehacían los tejados. Vigas provisionales, plásticos en lugar de tejas. Qué energía, qué pasión reconstructora la de sus ciudadanos. Si este pueblo goza de paz y se le ayuda de verdad, se recuperará pronto. Físicamente, al menos. Los que quedan, al menos.

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