La ruta de los piquetes

Las primeras horas de un paro siempre son las fundamentales. Por eso, los piquetes informativos tenían ayer en el centro de Bilbao su cita a las seis y media de la mañana. Las entidades bancarias y el metro constituían los primeros objetivos en la capital vizcaína. La boca del metro en la estación de Abando de la plaza Circular se cerró con una pancarta. Eran las 7.30 y algunos usuarios sorteaban el obstáculo. Empleados de banca, de oficinas y pequeños comercios fueron los primeros. Avanzaba la mañana y los piquetes incrementaban su número y sus actuaciones. Cuando algunos trabajadores intent...

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Las primeras horas de un paro siempre son las fundamentales. Por eso, los piquetes informativos tenían ayer en el centro de Bilbao su cita a las seis y media de la mañana. Las entidades bancarias y el metro constituían los primeros objetivos en la capital vizcaína. La boca del metro en la estación de Abando de la plaza Circular se cerró con una pancarta. Eran las 7.30 y algunos usuarios sorteaban el obstáculo. Empleados de banca, de oficinas y pequeños comercios fueron los primeros. Avanzaba la mañana y los piquetes incrementaban su número y sus actuaciones. Cuando algunos trabajadores intentaron, antes de las ocho, entrar en la sede de Argentaria, en la Gran Vía, los ánimos se encresparon. Varios integrantes de un piquete fueron más allá y trataron de impedir el acceso. La Ertzaintza, que vigilaba, intervino y detuvo a un sindicalista entre la protesta de sus compañeros. Los piquetes seguían inmóviles ante las puertas de las entidades bancarias de las calles céntricas de la ciudad impidiendo el paso. "Estamos para informar de que hay huelga. Hoy es un día importante", aseguraban en la entrada del metro en Berastegui, cerca de Gran Vía. A varios metros, una docena de pequeños grupos de empleados trajeados miraban de soslayo a los sindicalistas. Éstos les respondían lanzándoles el estallido sonoro del megáfono: "Eskirolak". "No nos dejan trabajar. La verdad es que estamos un poco asustados", señalaba, desconcertado, un joven empleado de banca. Ya eran las 9.30 y de las estaciones céntricas del metro emergía un goteo de personas. "Hoy no se trabaja", increpaba una joven huelguista a un hombre en la cincuentena. "Y a tí quién te ha dicho que estoy trabajando. Voy a sacar a mi perro, o es que no puedo", le respondió airado. La chica no le quiso comprender, le insultó y el hombre se fue. En las cercanías, los piquetes empezaban a concentrarse frente a las puertas de El Corte Inglés. Con anterioridad ya habían cortado momentáneamente la calzada a la altura de Alameda de Urquijo y Gran Vía, ante el hartazgo de los automovilistas. Un muro humano infranqueable impedía el acceso en las tres entradas del centro comercial desde antes de que el reloj marcara las diez, la hora de apertura. "Hau da hau borroka" (Esto es la lucha), "por las 35 horas", coreaban los varios cientos de huelguistas con pegatinas de los sindicatos convocantes. Entonces, llegó una patrulla de beltzas (antidisturbios de la Ertzaintza) y los piquetes gritaron: "Aquí están, estos son los piquetes del patrón". "Eskirolak etxera" (esquiroles, a casa). Empleados del comercio miraban en las cercanías, aunque sabían que no había elección. "Entrar es como enfrentarte a una legión romana; tienes que ir con armadura", comentaban dos hombres y una mujer que trabajan en El Corte Inglés desde hace 25 y 30 años, respectivamente. La Ertzaintza abandonó el lugar poco después de la diez entre aplausos de los piquetes, que volvieron a cortar el tráfico. Entonces, se dirigieron al Museo Guggenheim dispuestos a cerrar todo lo que encontraran a su paso. Lo primero, por cercanía, fue la librería Top Books. Algunos huelguistas insultaron a una empleada y tiraron un cartel antes de obligar al cierre. En la tienda de Marks & Spencer, su directora se enfrentó con calma a un piquete que le impedía hablar. "Date prisa, baja la persiana", gritaban. Cuando llegó la Ertzaintza era tarde. Las coacciones se repitieron en los establecimientos que encontraron en el camino, incluido el Igualatorio Médico. En ocasiones lanzaron petardos, sillas y hasta pinchos. Rompieron algunos cristales y faros de coches. "Existe el derecho a la huelga, pero no al trabajo", se quejó un camarero. La ruta de los piquetes se paró en el Guggenheim a las once e intentó forzar el cierre de la puerta.Varios turistas contemplaban la escena sin comprender nada. Oliver, un francés atónito, se protegía en una esquina. El recorrido prosiguió hasta que culminaron su objetivo: todo cerrado. A Mark Muller, un periodista australiano de vacaciones, se le ocurrió preguntar qué pasaba. "¿Esto es legal, se puede hacer?" A las 11.30 empezó a llover. Los piquetes habían realizado su trabajo con éxito. El Departamento de Trabajo y las organizaciones empresariales condenaron su actuación.

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