Tribuna:

El triángulo en acción JOAN B. CULLA I CLARÀ

Un mes y medio es poco tiempo, pero considerando la aceleración decididamente preelectoral que está experimentando la política catalana, e incluso la española, resulta ya plazo suficiente para una primera evaluación de la nueva etapa que el último congreso estatal del Partido Popular inauguró con relación a Cataluña: la etapa del triángulo formado por Piqué, Fernández Díaz y Vidal-Quadras. A propósito de las eventuales disonancias en el seno de esta tripleta dirigente, el presidente Aznar ha dicho, en reciente entrevista a un diario barcelonés: "Siempre procuraré sumar esfuerzos y no restar. T...

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Un mes y medio es poco tiempo, pero considerando la aceleración decididamente preelectoral que está experimentando la política catalana, e incluso la española, resulta ya plazo suficiente para una primera evaluación de la nueva etapa que el último congreso estatal del Partido Popular inauguró con relación a Cataluña: la etapa del triángulo formado por Piqué, Fernández Díaz y Vidal-Quadras. A propósito de las eventuales disonancias en el seno de esta tripleta dirigente, el presidente Aznar ha dicho, en reciente entrevista a un diario barcelonés: "Siempre procuraré sumar esfuerzos y no restar. Todo el mundo tiene algo que aportar, y lo que importa es saber cuál es el objetivo y la estrategia que se pone en marcha y cuál es la posición del Gobierno y del partido". Tratemos, pues, de dilucidarlo. Por lo que se refiere al efecto Piqué, éste no ha consistido hasta hoy en la adopción, por parte del PP catalán, de un nuevo acento o un tono innovador, más catalanistas o más centrados, que pudieran ser atribuibles a la influencia militante del ministro portavoz. Bien al contrario, es el discurso convencional y clásico de los populares catalanes el que ha fagocitado a un Josep Piqué sujeto ahora a la disciplina y la ortodoxia partidistas. ¿Ejemplos? Considerar que la derrota de 1714 fue un chollo para Cataluña. O proponer -él, el moderno, el reformista- como panacea universal la idea más tópica, más sobada y más inviable de los últimos 100 años de política peninsular, esa de "catalanizar España". O, tras el Consejo de Ministros del pasado viernes, incluir elípticamente al PSC de Maragall entre los partidos que, después de las elecciones catalanas, pudieran dejarse arrastrar por nefandas tendencias frentistas y suscribir aspiraciones tan abominables como un pacto fiscal o la revisión del Estatut... Francamente, para decir esas cosas no hacía falta Piqué; para eso se bastaba el joven Fernández. Así pues, excepción hecha de mejorar la interlocución con sectores del empresariado barcelonés, el único objetivo de José María Aznar al solemnizar el fichaje de Piqué parece haber sido el impacto mediático y publicitario, el poderse arrogar "la presencia del catalanismo (sic) en el Gobierno de España". Al mismo tiempo, empero, habiéndose iniciado ya la cuenta atrás hacia marzo del 2000, el presidente del PP y del Gobierno siente la necesidad de reforzarse frente al reto nacionalista, de cargarse de razones ante un Borrell que le acusa de consentir la desmembración de España. ¿Y cuál es el más acreditado proveedor de blindajes en este ramo? Naturalmente, Alejo Vidal-Quadras. He aquí la razón por la que no sólo salió del congreso de enero ratificado en honores y cargos, sino que acaba de ser designado como uno de los ocho sabios que formarán el comité de programas del PP estatal, responsable de velar por su coherencia doctrinal. Entretanto -y seguro que es sólo una coincidencia- la Convivencia Cívica Catalana que don Alejo encabeza prosigue su guerrilla de recursos legales en materia lingüística... Con un ministro Piqué cada vez más mimetizado en el usual paisaje discursivo de los Curto, Ainoza, Escartín y compañía, con el senador Vidal-Quadras en una reserva cada vez más activa, quedan por examinar los efectos renovadores que el XIII Congreso haya podido tener sobre el funcionamiento interno del partido, sobre su vida orgánica. Y aquí es preciso detenerse en Girona. La pasada semana, una renovación llegada directamente desde Barcelona sustituyó al presidente provincial, Enric Herranz -que, en consonancia con el hábitat, había osado criticar el rechazo del PP a la ley del catalán-, por Josep Carles Cabrera, afiliado al partido desde 1979, allá por los centristas y autonomistas tiempos de don Manuel Fraga, e impuso nuevos cabezas de lista entre desconocidos y cuneros para aquella demarcación tan reacia a los encantos populares. Podría concluirse, de manera provisional, que Alberto Fernández Díaz está imprimiendo al PP de Cataluña la orientación política del que fue su predecesor y gran adversario interno, Alejo Vidal-Quadras. Pero al no poder hacerlo con la brillantez, la exuberancia retórica y la agudeza intelectual de éste, el resultado es un gris perfil de policía indígena a las órdenes del liderazgo madrileño, o de severa institutriz contratada por la madrastra. Porque un partido político puede fijarse muchas metas: defender intereses o combatirlos, enarbolar ideas o arrumbarlas, agitar pasiones o serenarlas, ejercer el poder o el testimonialismo. Ahora bien, si la aspiración del PP catalán -proclamada por su líder el domingo- es hacer "inviable" que se reproduzcan en Cataluña debates como el de la autodeterminación, las selecciones catalanas o las cuotas de catalán en el cine, impedir la discusión de tales temas, entonces eso ya no es un partido. Es una mordaza. O una señorita Rothenmeyer en versión colectiva, camuflada tras el moderno biombo de Piqué.

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