Tribuna:

Los socialistas ceden otro argumentoORIOL BOHIGAS

El déficit del balance fiscal de Cataluña hace años que ha sido denunciado por muchos expertos según distintos métodos de análisis. Francesc Ferrer explica de manera muy precisa, en un capítulo del libro Catalunya i Espanya. Una relació econòmica i fiscal a revisar, la historia de esas denuncias desde el siglo XVII hasta principios del actual. La fase que más nos interesa es, evidentemente, la más reciente, no sólo porque los métodos de análisis parecen científicamente más válidos, sino porque sus conclusiones pueden tener ahora un cierto grado de operatividad política. En 1960 Trias Fargas fu...

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El déficit del balance fiscal de Cataluña hace años que ha sido denunciado por muchos expertos según distintos métodos de análisis. Francesc Ferrer explica de manera muy precisa, en un capítulo del libro Catalunya i Espanya. Una relació econòmica i fiscal a revisar, la historia de esas denuncias desde el siglo XVII hasta principios del actual. La fase que más nos interesa es, evidentemente, la más reciente, no sólo porque los métodos de análisis parecen científicamente más válidos, sino porque sus conclusiones pueden tener ahora un cierto grado de operatividad política. En 1960 Trias Fargas fue seguramente el primero en actualizar el problema. Han seguido estudios muy serios de los economistas Ros Hombravella, Ernest Lluch, Antoni Montserrat, Antoni Castells, Martí Parellada, Montserrat Colldeforns, Esther Martínez, etcétera. Y parece que se ha llegado a la conclusión de que los déficit de la balanza fiscal son desproporcionadamente altos y las inversiones estatales en Cataluña son desproporcionadamente bajas, perpetuando un castigo económico histórico que, como señala Ferrer, seguramente se inició con la represión de Olivares. Respecto a las cifras exactas, los dictámenes presentan algunas diferencias e incluso diversas interpretaciones políticas y criterios de distribución económica. Parece científico y políticamente plausible el criterio de que Cataluña debe pagar sus impuestos en proporción a su PIB y recibir inversiones estatales en proporción a su población, con lo cual se racionalizarían en cierta manera las cuotas de solidaridad. Calculándolo así, y atendiendo a que el déficit de la balanza fiscal es del orden de 1.206.000 millones de pesetas (cálculo que parte de un presupuesto estatal equilibrado, es decir, considerando que el déficit global del sector público fuese cero), Cataluña hubiera tenido que reclamar un aumento de inversiones estatales o de transferencias del orden de 460.000 millones anuales. A pesar de su evidencia, estos datos -conocidos con mayor o menor precisión desde hace años, aunque divulgados sin demasiada resonancia por los técnicos economistas- no han calado en la opinión pública hasta estos últimos meses, cuando Jordi Pujol los ha lanzado como un argumento nacionalista incontestable. Ante la eficacia del gesto, no se comprende por qué el presidente y su partido han tardado tanto en apoyarse políticamente en este argumento. A pesar de algunas referencias marginales, la balanza fiscal no había aparecido en un primer plano político siendo, como es, un argumento fundamental para superar lo que podríamos llamar un catalanismo historicista, identitario, nostálgico y sentimental, es decir, nacionalista en cierta manera parecido, moral y políticamente, al de los españoles abanderados de la unidad incuestionable, igualmente interpretada desde el PP y desde el PSOE. Quizá la razón sea ésta: la persistencia del sustrato historicista, identitario, nostálgico y sentimental de la coalición CiU, unas bases que ahora entran en crisis, ante el peligro de que ese nacionalismo tenga un techo inmediato y haya que sustituirlo por realidades económicas concretas y comprensibles. Se ha tardado mucho en explicar que un aumento de soberanía nacional podría ofrecer a cada ciudadano catalán un aumento de servicios de más de 76.000 pesetas anuales, una situación que hubiera convencido electoralmente incluso a los que no se sienten nacionalistas. Pero más sorprendente es todavía la actitud de los partidos de la oposición. Los minoritarios algunas veces han clamado en el desierto, pero el PSC no ha chistado, no ha denunciado el retraso conceptual del pujolismo y nunca ha utilizado ese argumento en sus programas, que parecen querer apoyarse en un catalanismo de realidades sociales, culturales y económicas en contra de un nacionalismo que parece surgido del ejemplo de la vieja España acríticamente identitaria. No puede tratarse de un simple olvido o de una falta de visión política. No puedo creer que Reventós, Obiols, Serra, Nadal y Maragall no sean conscientes de que éste es un problema fundamental en cualquiera de los objetivos políticos: la independencia, el federalismo o la integración cómoda en la reforma de España. La razón sólo puede encontrarse en la maléfica dependencia del PSOE que el PSC no se atreve a superar radicalmente. Si la realización nacional de Cataluña tiene que cambiar de método y pasar de los fundamentalismos a los programas de reivindicaciones reales y concretas, el PSC hubiera podido situarse en el liderazgo del cambio, lo que, aparte de la coherencia política, podría tener sus ventajas electorales: la recomposición del balance fiscal, con sus consecuencias prácticas y hasta ideológicas, puede plantear otra forma de diálogo con ciertos sectores de las periferias industriales de Cataluña que hoy parecen pertenecer a la cosecha del PSOE y que el PSC teme perder si se aparta de los nacionalistas españoles. Hace años el PSC se dejó arrebatar la bandera del catalanismo por los líderes de Convergència, en una época en que lo más rentable -y quizá lo aparentemente más útil- eran los fundamentalismos que ayudaban a recobrar la identidad nacional. Pero me temo que ahora -cuando los programas tienen que atacar reivindicaciones concretas- Jordi Pujol ha dado también un paso importante al anticiparse en acentuar las graves desconsideraciones económicas. Es cierto que Maragall ya ha empezado a referirse ostensiblemente a este problema. Pero ¿llegará a ser la espina dorsal de su programa si sigue codeándose con el PSOE, aunque sea forzado por los equívocos instrumentales de su partido? ¿Se dispondrá a convencer desde el socialismo a los habitantes de La Mina, a la gente del campo, a los subsuburbiales de Santa Coloma o de L"Hospitalet, de que con una mayor soberanía nacional tendrán más escuelas, más hospitales y más parques? Es decir, ¿hará una campaña de neocatalanismo de izquierdas? ¿Sabrá explicar a qué se dedicarán los posibles aumentos de inversiones sin necesidad de apelar a unos fundamentalismos que seguramente no impresionan a una buena parte de la ciudadanía? Yo espero que sí. Pero lo espero con una cierta ansiedad.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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